• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

jueves, 31 de julio de 2008

Polinesia: leyenda de ultramar

Una leyenda llamada Polinesia

En el mapa, son apenas unos puntos esparcidos por el Pacífico; más de cerca, se trata de 118 islas en cinco archipiélagos, rodeadas de un mar turquesa, y con la exacta combinación de lujo y exotismo

PAPEETE.- "No le va a gustar esta ciudad. Demasiado estrés", me advirtió un tahitiano de camisa floreada mientras esperaba las valijas en el aeropuerto de Papeete, la capital de Tahití. Lo miré incrédula. Ya me habían condecorado con la primera guirnalda de flores del viaje, y los acordes de ukelele con los que también nos recibieron todavía flotaban en el aire.

Claro que, a medida que se visitan otras islas del archipiélago, comienza a entenderse algo del parámetro polinesio del estrés. Para darse una idea: este territorio de ultramar francés, que en el mapa se insinúa como una constelación de puntitos esparcidos por el Pacífico, está formado por 118 islas, repartidas a su vez en cinco archipiélagos: Sociedad (la más poblada y visitada), Tuamotu, Gambier, Australes y Marquesas. Unas 40 de ellas están lisa y llanamente deshabitadas. Otras, como las Marquesas, las mismas que Gauguin pintó con trazos encendidos, se encuentran tan lejos (1400 km al nordeste de Tahití) y es tan caro llegar hasta allí (prácticamente lo mismo que ir a París, siempre desde Tahití) que se dice que el archipiélago aún conserva lo más auténtico de la Polinesia original.

Papeete, por otro lado, es una franja de 30 km y 127.000 habitantes, la mitad de toda la población polinesia. Es también lo más parecido a una ciudad que puede encontrarse en estos confines del mundo, con sus calles atestadas de autos, un tránsito endomoniado y un bullicioso puerto comercial. Hasta ahí las semejanzas. O el estrés. Después está ese mar azul sin fondo que desaperece en una curva y reaparece en la siguiente, costas de arena negra, un interior de montañas escarpadas y la maleza perfumada que irrumpe en el asfalto.

De día, el pulso de la ciudad late en el mercado central, le Marché du Papeete, que ocupa una manzana entera y desborda de fruta, pescado, vainilla en todas sus formas -en chaucha, hebras, aceite o jabón- e incluso pareos... made in Indonesia . De noche, la movida se muda a las roulottes, una suerte de feria de comida al aire libre, frente al puerto, donde decenas de camionetas y trailers despliegan sillas, mesas de plástico y hasta cocinas, montando esos peculiares restaurantes sobre ruedas. Pese a la humareda, el paseo es pintoresco y una buena forma de aproximarse a la cocina local, que se destaca por el pescado crudo (el más popular es el mahi-mahi marinado en leche de coco y limón), pero también por la influencia china (no es novedad: los chinos son el 12% de los habitantes de Polinesia) y la gastronomía gourmet, esta última de indudable sello francés.

El atardecer apacible

De todos modos, Tahití suele ser un lugar de paso para el grueso de turistas, que la ven como plataforma para viajar al resto de las islas. Estas son tantas, y tan distintas entre sí, que lo usual es visitar al menos dos o tres.

Dentro de las islas de la Sociedad hay algunas consideradas salvajes . Con pocos hoteles, pocos turistas, mucho sabor local. Raiatea es una de ellas. Ojo, porque quienes buscan la Polinesia de postal pueden llegar a decepcionarse en esta isla de mar turquesa, sí, pero sin playas.

Claro que salpicados alrededor de Raiatea hay una decena de islotes desiertos, los motus, que se asoman entre aguas transparentes, arena blanquísima y palmeras largas y flacas. Inevitable que surja la conversación, una vez allí, del tipo cómo hacemos para tener un motu , ¿podemos quedarnos a vivir acá? , y un previsible etcétera.


Y también está la maravillosa isla de Taha a, llamada asimismo "de la vainilla" (en su diminuto territorio se cultiva el 80% de esta orquídea), que comparte el arrecife de coral con Raiatea y está a escasos 20 minutos en lancha. Taha a comienza a asomarse al turismo, pero cuenta con uno de los hoteles más exclusivos de Polinesia, Le Taha a Private Island Spa, donde habrían pasado su luna de miel los príncipes de Asturias. Nadar en el jardín de corales que esconden las aguas de la isla es lo más parecido a un documental de Jacques Cousteau que pueda recordarse, y eso que sólo basta con sumergir la cabeza para encontrarse con ese deslumbrante caleidoscopio submarino.

Raiatea, en tanto, es para conocer desde adentro. Para internarse en su selva bañada de cascadas, remontar en kayak el único río navegable de la Polinesia, el Faaroa (que discurre dentro del cráter de un volcán), o descubrir el jardín botánico, una explosión de flores y colores, y naturaleza intensa. Además de ser conocida como la capital del yachting, también se la llama la Isla Sagrada, por considerarse la cuna de la civilización polinesia. De aquí zarparon las piraguas que colonizaron Hawai, Nueva Zelanda y la Isla de Pascua. Y, como Meca y Medina, los polinesios peregrinan al menos una vez en su vida hasta la isla para pisar el célebre marae (templo) de Taputapuatea. Cierto que hay que contar con una buena dosis de imaginación para ver en esas piedras derruidas un lugar donde se realizaban las más solemnes investiduras, ceremonias y, también, sacrificios humanos.

Hoy, en lugar de maraes se levantan iglesias puntiagudas por doquier. Los misioneros ingleses hicieron de los polinesios fervientes protestantes. Hay que ver cómo se engalanan para ir a misa los domingos, y hasta los mahus se adornan la cabeza con más flores que de costumbre. Los mahus -o reres, para algunos- son hombres que parecen mujeres y que aquí no sorprenden a nadie. Una costumbre extendida en familias numerosas es de hecho la de educar al hijo mayor como mujer, para que ayude en tareas domésticas y en la crianza de los hermanos. Hoy por hoy, los hoteles se disputan a los mahus porque suelen ser atentos, educados y eficientes.

Un crucero a la vista

La isla de los clichés
Y después está Bora Bora. No importa que sea la más turística. Esta isla, que ya empieza a seducir con su nombre, es la que mejor encarna el ideal polinesio. Aquí se llama laguna al mar protegido que queda encerrado en un cinturón de coral. Y la laguna de Bora Bora, con sus gradaciones de zafiro y esmeralda y turquesas nunca vistos, reúne todos los clichés.

En medio de la bahía se alzan, dramáticas, dos cumbres volcánicas atiborradas de verde. A su alrededor, un rosario de motus de arenas resplandecientes. Y sobre ellos, o más bien sobre el mar, decenas y decenas de cabañas sostenidas por pilotes. Parecen de lo más rústicas, con sus techos de hojas de pandanus (tipo palmera) y sus paredes de madera. Pero por dentro son puro lujo. El chiche que todos buscan es el piso de vidrio o la mesa ratona transparente, para ver el ir y venir de los pececitos. También hay equipo de snorkel en el placard y escaleras en el deck que bajan directamente al mar.

No hay hotel cinco estrellas que no tenga estos bungalows. Eso sí: cuestan casi el doble de los que están sobre la playa o el jardín. En algunos casos, mil dólares la noche para empezar a hablar. Polinesia es un destino caro, carísimo, y si llegó hasta aquí más vale que disfrute sin culpa. Y de a dos, por si hace falta aclarar.

Además de entregarse al bienvenido dolce far niente , vale la pena explorar algunas de las actividades que ofrece el destino. Nosotros elegimos la de alimentar a las rayas, ahuyentando cualquier asociación con la fatídica suerte del cazador de cocodrilos . Pero, a decir verdad, esos cuerpos gelatinosos que avanzan flameando hacia nosotros apenas esgrimimos un puñado de sardinas resultan ser de lo más amistosos.

"Ah, mis amores, cómo las extrañé", dice Patrick mientras acaricia con genuina ternura a una raya, y a otra, y a otra más. Patrick es el nombre occidental -el tahitiano es Heifara- de este hombre de melena espesa, taparrabos y nalgas tatuadas. Los tatuajes, aquí, son como un libro abierto donde se escribe la historia de cada familia, aunque hoy se usan ante todo como adorno corporal.

De regreso en la lancha, Patrick canta y toca el ukelele como si hubiera nacido para eso. Nosotros lo miramos absortos, como si a su vez hubiéramos nacido para presenciar, al menos una vez en la vida, esa música, ese atardecer, ese mar.

Bailes tipicos

Entre bombas y amor libre
Algún desprevenido podría confundirlas con emblemas argentinos. Son las banderas celestes y blancas que se alzan aquí y allá en algunas islas, símbolo de la tibia lucha por la independencia que algunos grupos emprendieron hace años. Aunque si se miran de cerca, en la franja blanca de las banderas hay cinco estrellitas amarillas, una por cada archipiélago de la Polinesia Francesa, un territorio esparcido sobre una superficie oceánica tan grande como Europa.

Pero, por ahora, parece que ni Francia ni la mayoría de la población polinesia está dispuesta a soltar lazos. La realidad es que París es el verdadero sustento económico de este centenar de islas, que por otro lado tienen suficiente autonomía como para elegir su presidente y controlar sus asuntos internos.

El idioma oficial aquí es el francés, y los habitantes de este pueblo alegre y tropical tienen, asimismo, pasaporte de la madre patria. De todos modos, los polinesios han defendido sus tradiciones con ferocidad a lo largo del tiempo, desde los bailes y los tatuajes hasta su vestimenta (las mujeres nunca dejaron de usar pareo, que se atan con destreza de una y mil maneras), el respeto por la familia o la lengua, que sobrevivió a pesar de haber sido prohibida durante décadas.

Los primeros europeos que pisaron las islas, allá por mediados del siglo XVIII, se quedaron impresionados con este paraíso habitado por nobles salvajes y mujeres bellísimas que concedían fácilmente sus favores sexuales a los visitantes. Europa se llenó de historias sobre aquel lugar mítico que el navegante Louis Antoine de Bougainville llamó Nueva Citerea (la patria de Venus, diosa del amor), y que en siglos posteriores atraería a artistas y escritores de la talla de Herman Melville, Robert Louis Stevenson y Paul Gauguin.

Claro que tanto Boungainville como los ingleses Samuel Wallis y James Cook pronto serían testigos de las feroces guerras intertribales de los polinesios, y además comprobarían la estricta división de la sociedad en castas. Y luego de que los franceses expulsaran a los ingleses seguirían estallando los choques y enfrentamientos, e incluso la guerra franco-tahitiana. En 1880, el último rey de Polinesia, Pomare V, abdicaría finalmente en favor del imperio.

No hay que desestimar los beneficios que obtuvo Francia de su colonia. Los más resonantes continuaron hasta hace poco y tienen dos nombres: Mururoa y Fangataufa. Son los atolones polinesios donde Francia realizó, entre 1966 y 1996, 193 ensayos nucleares para desarrollar y modernizar su arsenal. Una curiosidad: Mururoa quiere decir isla del gran secreto. Irónicamente, no son pocos los que acusan a Francia de haber ocultado los verdaderos riesgos de las explosiones.

Un encuentro cercano con rayas

Datos útiles
Cómo llegar
LAN es la única aerolínea que hace el trayecto directo de Buenos Aires a Papeete. Tiene dos vuelos semanales, con escala en Santiago e Isla de Pascua. Desde Santiago, son 11 horas de vuelo.

Alojamiento
En la Polinesia abundan los grandes resorts y hoteles de lujo, con precios que oscilan entre los 150 y 800 euros por día. De todos modos, en general los costos se abaratan con los paquetes, que también incluyen aéreo.

Teresa Bausili (Enviada especial)
Fotos: Pilar Bustelo (Enviada especial)
La Nación - Turismo

domingo, 27 de julio de 2008

Viaje al centro de la tierra

En la Riviera Maya, infraestructura y naturaleza impactante. Buceo entre cenotes, a 26ºC.

Los huecos y profundidades del planeta siempre despertaron fascinación. Cuevas, grutas y cavernas, en todas las latitudes, atraen a turistas que desafían la oscuridad, el silencio y la claustrofobia. De Estados Unidos a Francia, un tour under.

La fascinación del hombre con cuevas, grutas y cavernas no es nueva. Antes que Julio Verne la explotara con su célebre Viaje al centro de la Tierra, los huecos y las profundidades del planeta ya eran objeto de estudio y devoción. Siempre han estado presentes en nuestra cultura, ya sea la cueva de Alí Babá, la alegoría de la caverna de Platón o, como es creencia en varias provincias argentinas, la Salamanca: especie de puerta de acceso al averno a través de una cueva. Tengan connotaciones sagradas o infernales, las cavidades subterráneas siguen manteniendo su misterio e invitando al descubrimiento.

A partir del auge del ecoturismo y el turismo aventura, la visita a cuevas y cavernas se ha transformado en una alternativa con público en aumento. Las variantes van desde el sencillo asombro por el encuentro cercano con las entrañas de la Tierra hasta prácticas más adrenalínicas, como el buceo en ríos subterráneos.

En la madre patria
Un recorrido por las cuevas más importantes del mundo podría comenzar por Altamira, en la Cantabria española, con su famosa cavidad considerada internacionalmente como la Capilla Sixtina del arte paleolítico. Descubierta accidentalmente en 1868 por un cazador, rápidamente se transformó en visita obligada de profesionales y amateurs de la paleontología. Las ya clásicas escenas de caza y el bello trazo de los bisontes, caballos, ciervos y jabalíes dibujados por toda la cueva en un principio hicieron dudar de su autenticidad. Finalmente, estos impactantes trabajos en ocre, rojo y negro fueron datados como realizados hace alrededor de 14 mil años. La longitud total de la cueva es de 270 metros y de trazado irregular, con un vestíbulo y una galería, pero es la sala lateral –ubicada a sólo 30 metros de la entrada– la que contiene las mejores pinturas. A fin de proteger el valor de semejante obra, en 1982 se estableció que un cupo limitado de veinte personas por día puedan acceder a la cueva, por lo que hay que solicitar permiso con varios meses de anticipación al museo y centro de investigación encargado de su preservación. La entrada tiene un costo de 2,40 euros. Si no consigue lugar, no desespere, Cantabria tiene cantidad de otras cuevas de un valor similar a la de Altamira, como el conjunto de cuevas de Monte Castillo. Otra opción, pero en la localidad de Molinos (provincia de Teruel), son las asombrosas Grutas del Cristal, con las singulares cristalizaciones que le dieron nombre y en cuyo interior se hallaron los restos del homínido más antiguo de Aragón.

Santa Rosa. En el desierto de Anza Borrego, el mayor de California, a dos horas de San Diego

Profundidades galas
Francia es otro paraíso para las aventuras subterráneas. Sin alejarse de París, sus misteriosas catacumbas conectadas por un aún más misterioso entramado de túneles son el paseo preferido de muchos viajeros. Les carrières que inspiraron a Víctor Hugo para la creación de Los Miserables eran, durante la era romana, minas de piedra caliza, y en el siglo XVIII se transformaron en un cementerio popular y masivo: para fines de 1870 albergaban los restos de más de 6 millones de parisienses. En la actualidad, las murallas de huesos humanos impactan por su crudeza y disposición “artística”. De los más de 300 km de túneles y catacumbas que hacen las entrañas de París, sólo uno y medio está abierto al público. La duración del tour –con reserva– es de 90 minutos y cuesta 7 euros.

Adentrándonos en el territorio francés, hay un catálogo casi inagotable para el amante de cuevas y grutas. Al suroeste, en el departamento de la Dordogne, cerca de la aldea de Montignac están las cuevas de Lascaux, famosas por sus pinturas rupestres de hasta 25 mil años de antigüedad. Fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, pero el deterioro en los pigmentos que provocaba la respiración humana obligó a cerrarlas al público. Lo que se puede visitar es una réplica exacta ubicada a 200 metros de la original; una estructura semienterrada donde se reprodujo hasta el más mínimo detalle de la cueva que en 1940 tres adolescentes descubrieron por casualidad. La opción para los aventureros: la Gruta de Trabuc, ubicada en una de las provincias más prodigas en cuevas, la de Languedoc-Roussillon. Trabuc es la mayor de la región de Las Cevenas y no sólo fue habitada en el Neolítico sino también en la era romana. Sus asombrosas formaciones (como la de “Los 100 mil soldados”, que asemeja un ejército de liliputienses), laberintos y galerías se recorren en pasarelas y escaleras.

A la italiana
Cerrando el recorrido europeo, Italia. Entre lo más destacado está la Gruta del Viento. Ubicada en la región de Toscana, provincia de Lucca, se utilizaba en el siglo XVII para conservar alimentos ya que posee una temperatura constante de 10°C. Totalmente acondicionada para el turismo, permite ser recorrida con comodidad, para disfrutar de brillantes estalactitas y estalagmitas, coladas de múltiples colores y pequeños lagos con incrustaciones de cristales. Guías expertas se encargan de los tres tipos de itinerarios: de una, dos y tres horas, y el costo por persona va de los 7,50 a los 17 euros.

Estilo yanqui
En Estados Unidos todo está hecho a lo grande, incluso las cuevas. Un ejemplo de esto es la Mammoth Cave, la cueva más larga del mundo con más de 560 km de galerías interconectadas. La cueva es el corazón de un parque nacional ubicado en Kentucky y tiene el orgullo de ser una de las atracciones turísticas más antiguas de Norteamérica, ya que fue abierta al público en 1816. Aseguran que detrás de cada roca se oculta una historia, será por eso que tienen tours de hasta 6 horas de duración, todo un desafío para fanáticos.

Burbujas bajo tierra
El espeleobuceo o buceo en cuevas sumergidas es tal vez el plato más fuerte para los amantes de las aventuras bajo tierra y México tiene mucho para ofrecer en este aspecto. El estado de Yucatán es el lugar por excelencia para este tipo de experiencia. Los numerosos cenotes que hay en la zona ofrecen excelentes opciones para practicar el buceo, que aquí adquiere una dimensión diferente a todo lo conocido. Los cenotes son pozos naturales inundados (en algunos casos formados por el desmoronamiento de techos de cuevas al ras del suelo) que conectan con sistemas de cavernas o ríos subterráneos y eran considerados sagrados por los mayas. Las grutas de Aktun Chen son un bellísimo ejemplo de esto. Están ubicadas a 107 km de Cancún sobre la riviera maya, enmarcadas por un exuberante parque tropical de 400 ha y tienen la particularidad de ser cavernas con cenotes de aguas turquesa en su interior. Una de ellas ha sido iluminada para la mejor observación de las miles de las estalactitas, estalagmitas y esculturas naturales hechas por el agua. El costo para acceder es de US$ 24 por persona. Pero eso no es todo en México; sobre la misma costa pero un poco más al norte también está el parque eco-arqueológico Xcaret, que combina infraestructura con una naturaleza impactante. Se puede bucear en sus ríos subterráneos, iluminados por entradas naturales de luz en ciertos puntos de un trayecto que desemboca a orillas del mar. La contra: el riesgo, por lo que se requieren cierta experiencia y medidas de seguridad (como la utilización de una cuerda guía). La ventaja: la buena visibilidad y que la temperatura del agua en todos los sistemas de cenotes de la zona promedia los 26°C.

Barbados. La isla de las Antillas Menores presenta numerosas cuevas coralinas, con ríos de agua de las más potables del mundo. Harrison, una de las más visitadas

O mais grandes do mundo

Buscando la opción internacional más cercana llegamos a Brasil, precisamente a Sao Paulo. Al sur del estado están las cavernas del Valle del Ribeira, recientemente reabiertas al turismo. El Parque Estatal Turístico del Alto Ribeira (PETAR) –situado entre las ciudades de Iporanga y Apiaí– es el paraíso de los ecoturistas, por su enorme diversidad en formaciones geológicas, ríos y cascadas. Abarca más de 35 mil has y hay cavidades naturales de diferentes tipos y dimensiones, tanto horizontales (grutas o cavernas) como verticales (abismos). La mejor época para conocerlo es entre julio y octubre, cuando el clima es más seco. Durante el período lluvioso, de diciembre a marzo, las excursiones se ven perjudicadas, y algunas se tornan muy peligrosas porque hay ríos que crecen muy rápido dentro de las cavernas, poniendo en peligro aún a los guías más experimentados. En conjunto son 250 espacios subterráneos que constituyen la mayor agrupación de cavernas dentro de una misma zona. La región además posee la mayor concentración de todo el territorio brasileño: 404 cavernas catalogadas. Pero las reabiertas no son todas y entre ellas está la Caverna del Diablo, la más visitada del país. Como hay tantas, hay grutas para todos los gustos: Colorida, Mãozinha, Santana, Morro Preto, Agua Suja, Casa de Pedra y hasta una para los cinéfilos, la Jane Mansfield.

Famosas. En Santa Cruz, la cueva de las Manos, y en España, las de Altamira

Argentina subterránea

Comparado con Europa o México, el turismo subterráneo en Argentina todavía está en una etapa embrionaria, lo que no significa que no haya materia prima. “En nuestro país hay 200 cuevas reales topografiadas, pero hay que tener en cuenta que la mayoría de la extensión de la Cordillera está inexplorada en este aspecto”, explica Enrique Lipps, presidente de la Sociedad Argentina de Espeleología, una actividad de apasionados que nuclea a profesionales de varias ciencias. “Yo soy biólogo –aclara–, pero hay arqueólogos, paleontólogos, geólogos, en fin, todo un abanico de científicos que desarrollan su actividad en cuevas”. Como sucede en la mayoría de las profesiones de este tipo, la de Lipps se remonta hasta su infancia. “Tengo una foto que me sacó mi tío a los ocho años en la cueva Los Pajaritos, de Córdoba, cerca de Tanti”, cuenta con orgullo. La cueva, por supuesto, sigue allí, a 12 km al oeste de Cosquín. Se encuentra en lo que se conoce como reserva ecológica Mallin (sobre el arroyo del mismo nombre), en el departamento de Punilla, y es una de las visitas obligadas para los que gustan de la naturaleza, pero con infraestructura suficiente. La cueva –a la que se accede por una pasarela– es además el hogar de una curiosa especie de ave pariente de las golondrinas, el chirrio, un pajarito negro de cuello blanco que abunda en la zona. Pero Córdoba tiene una favorita entre los espeleólogos: la caverna de la estancia El Sauce, en el paraje Piedras Grandes, cerca de La Falda, con sus particulares espacios, entre ellos “la sala fosforescente” que gracias a su composición geológica brinda un breve pero efectivo espectáculo visual.

La Cueva de las Manos es, sin duda la más popular de las cuevas argentinas, “aunque en realidad sea un ‘alero’ –aclara Lipps–, ya que la espeleología considera verdadera cueva aquella donde hay oscuridad total y se requiere luz artificial para recorrerla”. Más allá de la disputa, esa joya de la provincia de Santa Cruz ha fascinado a turistas de todo el mundo, gracias a sus espléndidas pinturas rupestres. Se llega desde El Calafate tomando la ruta 40 hacia el norte. Luego de atravesar magníficos lugares (Lago Argentino, los ríos Santa Cruz y La Leona, El Chaltén, Bajo Caracoles) se arriba a un sector del Cañadón del Río Pinturas digno de asombro: una superposición de más de 800 siluetas de manos, imágenes de caza, animales y figuras geométricas estampadas con diferentes pigmentos sobre las paredes. Las más antiguas datan de más de 9 mil años y la mayoría están en una cavidad de 24 m de largo. Hay tours a costos accesibles desde la ciudad más cercana –Perito Moreno– y se aconseja visitarla en otoño o primavera, para evitar los duros vientos patagónicos.

Neuquén es la provincia con más cuevas de la Argentina, y paradójicamente hace once años que no están abiertas al turismo. En la Cueva del León, por ejemplo, hay un lago interno de aguas transparentes ideal para una experiencia de buceo fuera de lo común.

Mendoza por su parte tiene una oferta variada, sobre todo en Malargüe. Allí destacan el valle de Poti Malal, con sus cavernas de yeso (entre las que se cuenta la de San Agustín, conocida por los dos espejos de agua que alberga en su interior); la cueva sumergida de La Niña Encantada, una especie de cenote a 1.800 metros sobre el nivel del mar rodeado de leyenda, y el famoso complejo Las Brujas, cavernas interconectadas de varios kilómetros parcialmente acondicionada para el turismo (el costo de acceso por persona es de alrededor de $100). Y hay más. En Salta: las pinturas rupestres de las Cuevas de Ablomé (en la quebrada del mismo nombre a 70 km de la capital salteña), o las asombrosas formaciones de la caverna Puente del Diablo, sobre el cauce del río Calchaquí en la Poma.

Para los que buscan cuevas pero acá nomás, también hay. En Sierra de la Ventana, la Cueva de los Guanacos y la de Florencio; en Tandil, las cuevas del Cerro de las Animas, y a 60 km de allí, en la localidad de Barker, la Cueva Plateada de los Helechos, con una vertiente interior que favorece ese tipo de vegetación.

Queda claro que en materia de cuevas Argentina tiene mucho por descubrir, y también por proteger. “Como primera medida, el turista que busca este tipo de circuitos alternativos tiene que entender que al lugar hay que dejarlo como se lo encontró –explica Lipps– y siempre ir con un guía experimentado. Ir solo a una cueva es como meterse en la casa de un vecino sin pedir permiso.”

Grutas. En la provincia de Río Negro, playas y rocas

Minas argentinas
Pero no sólo de cuevas naturales vive el turista aventurero; las artificiales, mejor conocidas como minas, son otra alternativa turística que explotan varias provincias. En San Luis, por ejemplo, el turismo minero tiene muy buenos exponentes en La Carolina y en Los Cóndores. La primera fue el centro de una fiebre del oro a mediados del siglo XIX; la segunda, el orgullo minero de la provincia por haber sido la mayor explotación de tungsteno del país. Hoy, sus 15 km de túneles son una mina de asombro para el turismo.

Por último, en Andalgalá, Catamarca, el yacimiento de Minas Capillitas propone descubrir como se obtiene un mineral único: la rodocrosita o “rosa del inca”. Los interesados pueden acceder a las entrañas de la mina Santa Rita, donde la veta de piedra rosa asoma a simple vista.

Secretos bajo los pies (Ricardo Laurino, Instructor externo de la Secretaría de Turismo de la Nación)

En la Argentina, el turismo de cuevas, cavernas y minas es aún complementario de otras actividades. Sin embargo, en otros sitios, atrae gente en forma puntual. De todos modos, contamos con enclaves privilegiados, como la Cueva de las Manos, que desde hace 15 años es la preferida de los extranjeros y de los argentinos que buscan truchas en la zona. Se debe recorrer con un guía especializado, que oriente un paseo sustentable: las cuevas están allí desde hace 9 mil años. Deben visitarse, además, con el equipo adecuado: zapatillas o botas de trekking, y una linterna.

Para ver grutas o cavernas, como Las Lajas o Las Grutas –ambas, con estalactitas– es necesario también pensar que el suelo, húmedo y arcilloso, es de cuidado, y que no hay que entrar sin un experto, que conoce las posibilidades concretas de un derrumbe.

Las minas son otro tipo de desafíos: las de hierro de Sierra Grande, por ejemplo, no son aptas para claustrofóbicos: un descenso de 600 metros, con arneses, mameluco y casco. Se siente el magnetismo del mineral contra el cuerpo, y la experiencia es fascinante. Para los menos osados, en las minas Wanda, cerca de Puerto Iguazú, se puede aprender sobre piedras semipreciosas y no es necesario tener ningún cuidado especial.

Jorge Vaccaro
Perfil - Turismo (Edición Impresa)

lunes, 21 de julio de 2008

San Juan secreta: Mogna, pasado huarpe, presente cristiano

Sierra de Mogna. Dos caminos naturales funcionan como vía de acceso. No es necesaria la 4x4

Pocos kilómetros al norte de San Juan, un pueblo perdido, que fue próspero campo de cultivo, hoy recobra vida y turismo gracias al culto a Santa Bárbara.

Este pueblito de hoy 326 habitantes en las proximidades de San José de Jáchal se encuentra en medio de una extensa travesía. En otros tiempos Mogna, fundada en 1753, era un importante polo agrícola. En los campos bien irrigados por las aguas del río Jáchal se cultivaba y cosechaba alfalfa, trigo y centeno, avena y otros cereales. Porque si bien Mogna queda hoy lejos de las rutas transitadas como la célebre ruta 40, que pasa a unos 30 kilómetros de distancia, otrora se encontraba sobre las principales rastrilladas y era un importante centro de abastecimiento de los arrieros que pasaban rumbo a San Juan, La Rioja o hacia Chile por el paso de Agua Negra.

Tan importante era este poblado durante el siglo XIX y la primera mitad del XX que dado el volumen de las cosechas se instalaron cerca del río varios molinos cerealeros, impelidos por el agua que procedía de las nieves andinas y que, tras pasar por Mogna, se perdían en los bajos lindantes al río Bermejo. Pero con el andar del tiempo las aguas otrora cristalinas del río Jáchal, que bajan de los glaciares y neveros perennes de los altos volcanes andinos, comenzaron a desmejorar pues el líquido arrastraba sales y perjudicaba los cultivos. Los sembradíos se fueron abandonando y los trapiches se estropearon, quedando en ruinas tal como aún se los puede ver. El vocablo Mogna tal vez derive del vocablo indígena moquina (“agua sucia”).

El otro golpe para Mogna fue que al quedar al margen de las modernas carreteras principales perdió toda comunicación con las ciudades. Antes las arrías que pasaban solían reabastecerse y descansar en Mogna antes de continuar su derrotero. Pero luego, ni siquiera eso, y la población llegó a reducirse a tan solo 23 almas; pero Mogna no quiso resignarse a morir. Y es así como en este poblado remoto se intensificó el culto a Santa Bárbara, la patrona del lugar, a cuya fiesta de veneración año tras año comenzaban a concurrir cada vez más feligreses, el 4 de diciembre, cuando en una solemne procesión la efigie de la Santa recorre las calles. Se instalaron entonces comodidades para los visitantes y hasta se reconstruyó la iglesia primitiva, que estaba a punto de derrumbarse. De todos modos, el espectáculo más conmovedor lo brindan unos 250 gauchos engalanados portando banderas, gallardetes y estandartes.

Además de la Fiesta Grande de diciembre se realiza en mayo la Fiesta Chica para atender a unos 25 mil promesantes que no van en diciembre.

Iglesia de Santa Barbara

La tumba de La Chapanay
En el camposanto junto al templo hay una sepultura que parece una gruta. Aquí yace Martina Chapanay, una mujer extraordinaria que en tiempos de la organización nacional socorría a los patriotas que enfrentaban los desérticos parajes entre Mendoza, San Juan y Córdoba, por las lagunas de Guanacache y los bajíos del Bermejo.

Según la biografía que le dedicó Pedro Echagüe, era hija de un cacique huarpe y una cautiva. No tuvo miedo de enfrentar a Cruz Cuero, uno de los malandrines más temidos de la comarca. Su esposo y un número importante de huarpes y campesinos cuyanos lucharon junto a Facundo Quiroga y el “Chacho” Peñaloza dando muestra de destreza y valor. Muerto Quiroga, su ejército se desintegró y Martina regresó al Valle del Zonda. Murió probablemente en 1874 y fue sepultada en Mogna, donde se conserva y venera su tumba.

La brújula
La mejor ruta
Aunque situado lejos de los caminos más transitados, en este caso la hoy célebre ruta nacional 40, Mogna tiene, curiosamente, dos vías de acceso: desde el paraje Talacasto, 48 kilómetros al norte de la ciudad de San Juan (cartel indicador), o bien desde Tucunuco, situado en el Bolsón de Matagusanos, 47 kilómetros al sur de Jáchal. Son caminos naturales que sin embargo permiten la circulación de automóviles, que no necesariamente tienen que ser 4x4. En total la distancia desde San Juan hasta Mogna es de 124 kilómetros.

Hospedaje
Mogna ofrece más novedades que nunca: se instalaron 25 refugios nuevos, baños y duchas públicas, veinte casas de fin de semana, y se sembraron 30 hectáreas de trigo, que ya comenzó a cosecharse con la esperanza del resurgimiento de la comarca como tierra de pan llevar.

Federico B. Kirbus
Diario Perfil - Turismo
Fotos: Perfil y Web

viernes, 18 de julio de 2008

América latina: el lujo de viajar

Viñak, a seis horas de Lima

Pequeños hoteles con estilo, grandes y exclusivos resorts, spa reparadores, sofisticadas experiencias gourmet, playas de ensueño y paisajes para pocos en una región que sabe cómo tratar a sus huéspedes

Perú: encanto salvaje en la sierra andina
Llegar a un refugio en la altura, rendirse ante el Valle del Colca y ver la selva pasar desde un crucero, tres aventuras en versión deluxe

El camino no es para nada sencillo. Son sólo 280 kilómetros los que separan Viñak de Lima, pero uno tarda casi 6 horas en llegar hasta allí. Partiendo de la capital se debe tomar el desvío hacia Lunahuaná, en Cañete. Hasta allí todo es ruta asfaltada en perfectas condiciones. Pero luego de Lunahuaná comienza el trajín.

El camino es cuesta arriba y no es recomendable emprenderlo si no se cuenta con una 4x4. En el camino, de 4 horas, los trucos contra la altura deberán ser sacados de inmediato de la guantera, pues nuestro destino nos espera a casi 3200 metros sobre el nivel del mar.

Cuando empieza a preguntarse si tanto esfuerzo vale la pena, Viñak le tapará la boca de golpe. El poblado parece estar enclavado en el Cuzco, rodeado por cerros verdes, un maravilloso cielo azul y una tranquilidad totalmente ajena a la capital. Sin embargo, ¡aún estamos en el departamento de Lima! Si quiere ser parte de una experiencia de lujo, entonces tiene que descubrir El Refugio.

El Refugio
Luego de un trayecto tan severo resulta más que paradisíaco ingresar en una casa de madera y piedra con todas las comodidades de un hotel 5 estrellas. Un comedor con amplios ventanales que permiten apreciar el valle desde más de 3000 metros de altura; habitaciones en las que no falta una bolsa de agua caliente; chimeneas para espantar el frío serrano y, lo más destacado, un jacuzzi en medio del jardín en el que el turista se puede sumergir para desafiar el frío de la noche u observar, con un trago en la mano, el maravilloso paisaje.

Pero como no se pretende que el visitante se quede todo el tiempo en el hotel, hay diversas actividades personalizadas. El lugar cuenta con un establo con caballos cuarto de millas y una entrenadora que guiará a los huéspedes en las rutas por los lugares aledaños, y bien puede terminar la travesía en una pachamanca al borde del río.

Para los que estén más en forma, hay bicicletas de montaña y equipos para salir a dominar los apus.

Valle del Colca
Un sol que encandila o un cielo despejado que reluce por las noches, estrellas por doquier y un verde valle que tiene como testigos a los volcanes Hualca Hualca, el Ampato y el Sabancaya.

El Colca se ha convertido en uno de los destinos con mayor potencial del sur del país. A lo largo de sus dos márgenes, el cañón con sus tierras fértiles muestra un legado patrio en el que andenerías preincaicas y villas fundadas en el siglo XVI por los españoles lo dotan de una gran diversidad.

Para un turista más exigente, las actividades son lo primordial. Por eso las alternativas del Colca han tenido que diversificarse, igual que las caminatas, antes obligatorias porque era el único medio de ingresar en la zona. Actualmente, parte del objetivo es admirar el paisaje y los animales. Los niveles de dificultad pueden ser de todo tipo y para todo físico. El principal es el que sale desde el mirador de la Cruz y finaliza en el mirador del Cura. Este es de sólo una hora a paso tranquilo y resulta ideal para los principiantes. Aquí, la idea es poder estar más cerca del vuelo de los cóndores y apreciar la flora de la zona.

Año tras año aumenta el número de hospedajes en ambas márgenes del valle. El refugio Las Casitas del Colca se convertirá en el recinto de lujo de la zona, con 20 lujosas cabañas construidas en armonía con la arquitectura de la zona.

Cruceros en Iquitos
Imagínese el viaje perfecto por la selva amazónica del Perú: está a bordo de una acogedora embarcación de madera y lo que ve es un río inmenso que serpentea en un manto verde. Por la noche, cientos de miles de estrellas.

El aire tibio roza la piel y los sonidos que cortan el silencio provienen de animales salvajes. La siesta es parte de la rutina, las dietas se olvidan frente a la buena comida, hay agua limpia y se puede bañar en su camarote cuantas veces quiera.

Los guías son biólogos y nativos que le cuentan los misterios de los tímidos delfines rosados, de los extraños shanchos, cerdos salvajes, y de los martín pescadores que surcan los aires. Gran parte de la tripulación tiene conocimientos de música y cuando cae la tarde regala canciones que salen de los límites del barco para ser parte de este magnífico mundo. Este viaje no es ficción.

Roberto Rotondo, de Jungle Expeditions, comenta que hace una década bordea la Reserva Natural Pacaya Samiria, con unos 6000 pasajeros por año, el 99% extranjeros. Posee cinco embarcaciones que navegan 1100 kilómetros durante 7 días.

Los cruceros parten de Iquitos y recorren el Ucayali hasta el río Sapote, luego regresan e ingresan en el Marañón, para llegar a la comunidad Monte Alegre, donde está el lodge de la empresa. Desde allí navegan por el Marañón hasta el Gran Amazonas, para volver a Iquitos.

La Posada de Mike Rapu en la Isla de Pascua

Chile: en los extremos y frente al mar
Rincones que combinan naturaleza, aventuras intensas, hotelería de lujo y gastronomía de excelencia

San Pedro de Atacama, Isla de Pascua y Puerto Natales combinan excelencia y sofisticación, con propuestas para reponer energías y salir listo para enfrentar una nueva vida.

San Pedro de Atacama
Tanta fama tiene este pueblito andino metido en el desierto de Atacama, en el norte de Chile, que hay gente que ni siquiera se detiene en Santiago, la capital del país, con tal de llegar lo más pronto posible.

San Pedro es una aldea como tantas del Altiplano, en la que un día comenzaron a concentrarse jóvenes mochileros y aventureros. Encontraban casas de barro, precios bajos y un entorno natural alucinante: el pueblo está rodeado de volcanes, salares, termas y lagunas, todo en medio del desierto más seco del mundo.

Ahora, San Pedro es uno de los destinos turísticos más potentes y famosos de Chile, y centro de operaciones de una inagotable oferta que mezcla naturaleza y aventura. En los últimos años ha sumado una creciente muestra de hotelería de primera categoría, con varios de los proyectos mejor diseñados y lujosamente atendidos del país.

Entre ellos se encuentra Awasi, con sólo 8 cabañas, cada una con su propio vehículo y guía; si prefiere, hay servicio de avión privado.

Tierra Atacama es un hotel lleno de estilo, con maravillosa y silenciosa ubicación en las afueras del pueblo, vista al volcán Licancabur, spa y sólo 32 habitaciones.

A tres kilómetros del pueblo, AltoAtacama está rodeado por la bella Cordillera de la Sal, y detalles que se agradecen: sin teléfono ni televisión en las habitaciones, pero con piscinas, spa y un interesante proyecto de cocina fusión.

Isla de Pascua
Conocida por el nombre nativo de Rapa Nui, la Isla de Pascua es un pedazo de Polinesia en medio del oceáno Pacífico, bajo soberanía chilena desde 1888, aunque muchos turistas perfectamente llegan sin darle importancia al dato.

Es famosa por sus legendarios moais, gigantescos torsos esculpidos en piedra por los antepasados de los actuales rapanui; sus fiestas tradicionales, como Tapati, donde se recrean varias costumbres nativas y que se realiza en verano; algunos buenos sitios de buceo y playas que están entre las mejores del país: Anakena y Ovahe.

The New York Times la incluyó en su lista de sitios que hay que visitar durante 2008. Y desde hace poco la isla cuenta con su primer proyecto hotelero de lujo, la Posada de Mike Rapu, iniciativa conjunta del legendario buceador pascuense Mike Rapu y de Explora, una minicadena de hoteles de lujo, con proyectos en San Pedro de Atacama y, el más famoso de todos, a los pies de Torres del Paine, conjunto montañoso que es otro de los hitos naturales chilenos con fama propia en el mundo.

Puerto Natales
Las Torres del Paine son un grupo de "columnas" de roca, en medio del Parque Nacional del mismo nombre, en la Patagonia chilena. Un bloque de montañas y praderas salpicado con lagunas de colores insólitos, especialmente famoso entre los amantes de la naturaleza y los circuitos de trekking; W es el nombre del sendero más conocido, porque recorre los piedemontes de estas torres.

Puerto Natales fue por años sólo el último pueblo antes de este hito natural hasta que empezó a brillar con luz propia; se llenó de proyectos turísticos, tiendas, restaurantes más o menos sofisticados y hasta cervezas artesanales propias, y, claro, hoteles con estilo.

Hay al menos tres proyectos que llaman la atención: el Remota, un hotel pensado por un conocido arquitecto chileno, Germán del Sol, que cuenta con programas todo incluido, desde alojamiento a excursiones y aventuras, atendidas con equipos y guías propios, y generosos espacios para descansar y disfrutar del paisaje.

El hotel Altiplánico Sur, hermano del Altiplánico original, en San Pedro de Atacama, y vecino al Remota. Cuenta con sólo 22 habitaciones, cuidado diseño y buen servicio, además posee una apariencia curiosa: está prácticamente enterrado.

Concepto Indigo es uno de los hospedajes pioneros en la zona, partió como un íntimo y acogedor hostal, y ahora es un hotel lleno de estilo, con habitaciones acogedoras, spa en el piso superior, buen restaurante, programas de actividades y notable vista sobre el Seno de Ultima Esperanza.

Muelle de La Esperanza - Vieques

Puerto Rico: fantasías en la isla
Propuestas chic para comer, beber, dormir y gozar de la isla, muy cerca del Viejo San Juan o en la villa Rincón y la increíble Vieques

Un boom de restaurantes y bares guapos animan la costa metropolitana de Puerto Rico. Reinventan lo mejor de la comida caribeña para cuando el viajero se canse del tradicional arroz con habichuelas, y ponen copas en bares decorados con lo último en diseño.

En Vieques se disfruta de las mejores playas y de una experiencia natural única: nadar en una bahía que brilla. Al extremo oeste del país, en el famoso pueblo de Rincón, una villa mediterránea se acurruca en medio de una arboleda. Y cerca del histórico San Juan, dos restaurantes únicos.

Vieques
Esta pequeña isla, 13 kilómetros al este de la isla mayor, combina lujo con actividades al aire libre. Los viajeros llegan en ferry o en avioneta para descubrir algunas de las mejores playas de Puerto Rico, hoteles de diseño y un estallido de restaurantes de cocina creativa que están comenzando a competir con los del área metropolitana.

En el Malecón, en el barrio La Esperanza, al sur de la isla, el restaurante El Quenepo combina la cocina criolla con ingredientes exóticos para hacerla más divertida. El filete de atún, vestido de ajonjolí y algas orientales wakame, está montado en una salsa que permite apreciar en cada bocado cómo se suceden el gusto del mango, el jengibre, el cítrico y el wasabi. Es un espacio con velas y manteles que no presume en demasía de su elegancia para no alienar al turista en traje de baño y sandalias.

La mejor manera de explorar la isla es alquilar un vehículo todoterreno, para sortear los huecos de las carreteras sin pavimentar que conducen a las playas más prístinas, localizadas en el Sur, como Blue Beach, para quienes buscan un lugar apartado y bucear con snorkel.

Asimismo, el viajero puede llegar en kayak o en bote a la famosa Bahía Bioluminiscente, uno de los pocos lugares del planeta donde vive un microorganismo inofensivo, el torbellino de fuego ( Pyrodinum bahamense ), que emite luz al contacto con otro organismo u objeto. Vale la pena planificar el viaje para los días de luna nueva, cuando se aprecian mejor. Es un placer zambullirse en el agua y brillar como un meteoro.

San Juan
Ningún restaurante capitalino reinterpreta con tanta creatividad la cocina caribeña como Koco, en el San Juan Hotel & Casino, en la ciudad costera de Carolina. Su aperitivo más lúdico: croquetas de batata, rellenas de pernil con jengibre y mojada en soja endulzada, pero clavadas en un palito como una paleta de caramelo.

Blandas y jugosas vieiras frescas se distinguen como plato fuerte, en salsa espesa de melaza, acompañadas de plátano maduro, setas shitake y habichuelas edamame. Es uno de los pocos restaurantes en Puerto Rico con una carta especializada en ron; tiene 50 de los mejores ejemplares del Caribe.

La oferta de cafés y restaurantes de la zona turística atesora el famoso Hotel La Concha, en El Condado. Es la joya de la arquitectura tropical moderna de mediados del siglo XX, que se reinauguró en marzo último, luego de haber estado cerrado durante 11 años. El primer nivel es un gran lounge que acoge un público adulto, de alto nivel adquisitivo.

Rincón
Si Rincón se jacta de tener los mejores atardeceres de la isla, también suele hacerlo con su hotel más distinguido. El Horned Dorset Primavera, en el área oeste la región, tiene un estilo de villa mediterránea y es parte de la lujosa cadena Relais & Châteaux.

Cada una de las 39 suites tiene piscina privada y mobiliario de Italia, Filipinas y Marruecos, que exhibe tejidos de colores, fina madera tallada, puertas con arco y lámparas mozárabes, además de baños con paredes revestidas en mármol y bañeras de patas al estilo antiguo, con espacio para dos personas.

La dirección se encarga de preguntar por los gustos de los huéspedes desde el momento de la reservación, para satisfacer sus gustos gastronómicos. Aquí se ofrece un servicio a la medida sin resultar intrusivo. El chef Aaron Wratten crea variados platos internacionales sin olvidar los ingredientes criollos. Destaca el mousse de salmón con caviar como aperitivo o un lomo de cerdo relleno de plátano en salsa de tamarindo como plato fuerte.

Lo prefieren personalidades Hillary Clinton, que acaba de hospedarse en él. No se permiten menores de 12 años ni usar celulares en áreas comunes. No hay radios ni televisores. Los pájaros, la brisa y el sonido de las olas del mar serán sus constantes compañeros.

Texto y Fotos de El Comercio (Perú); El Mercurio (Chile); El Nuevo Día (Puerto Rico)
Reproducido en La Nación - Turismo

sábado, 12 de julio de 2008

Lisboa-Portugal: reina del fado

Castillo de San Jorge, una fortaleza amurallada del siglo X, en la colina más alta del centro de Lisboa.

Con sangre azul mitológica, en esta ciudad de tranvías y azulejos, Oriente, Africa y América se estrecharon la mano por primera vez. Del barrio moro al Alto, la movida lisboeta en tierra de navegantes.

Más allá de su cultura, sus atractivos, sus calles y contrastes, Lisboa tiene ese no-sé-qué que la hace inolvidable. Sus imágenes quedan atrapadas, para siempre, en la retina y en el alma, más como una verdadera fortuna que como una maldición, y se niegan a abandonar a los visitantes. Todo arrullado por la melodía –perenne, suave, con reminiscencias nostálgicas– del fado.

Esa música representa el espíritu portugués e hipnotiza aun a los más insensibles. Exagerando un poco, claro, porque Lisboa no necesariamente retrocede en el tiempo. Aunque la modernidad asoma, por ejemplo, en la más reciente área del Parque de las Naciones, el pasado de esta ciudad está bien presente y la condena a una encantadora melancolía. Tan encantadora que, pese a una larga jornada de exploración a pie, siempre dan ganas de caminarla una cuadra más y descubrir más azulejos, balcones, personajes y bares. Admirar sus techos. Sentir la brisa del océano, cruzar el Tajo. Escuchar su canto. Y dejarse llevar.

La Baixa es el corazón de la ciudad, sobre las ruinas que destruyó el terremoto de 1755

Mito y realidad

Cuenta la historia que, atrapada tras un río con salida al mar, fue fundada por el mismísimo Ulises. La realidad, más prosaica, la ubica como un enclave de la época fenicia. Y con ese espíritu comerciante a cuestas, los primeros navegantes portugueses, cristianos, hicieron suyas esas rutas acuáticas recién en el siglo XIII. De una agresiva política colonial, la ciudad sufrió un terremoto en 1755 y resurgió de sus propias cenizas. Nacieron sus proyectos urbanísticos, tal como los soñó Joao V, majestuosos.

Con siete colinas –como Roma, pero sin sus ruinas– y siete miradores, los adoquines de sus callejuelas invitan a empezar. ¿Lo único que se necesita? Calzado cómodo, el corazón dispuesto y los ojos bien abiertos.

Iconos: tranvías y azulejos azules, que nacieron bajo el reinado del emperador Manuel I.

Laberintos de piedra y música

Con la voz triste y susurrante de Amália Rodrigues –la mayor de las fadistas portuguesas (ver recuadro)– cargada en un mp3 o resonando en la memoria, la locación ideal para partir es el barrio moro de Alfama: una laberíntica trama de pasajes y escaleras, donde las agujas del reloj parecen retroceder. Es uno de los barrios más antiguos y el primero al que el caminante debería apuntar. Sobre todo porque, después de subir y bajar entre casitas mínimas y ropa tendida en sogas de lado a lado, se llega al Castillo de San Jorge, una fortaleza amurallada del siglo X, con torres, escaleras y pasadizos que invitan a soñar en doncellas y caballeros.

Lo mejor, sin embargo, está afuera: desde la Plaza de Armas, al pie de los viejos cañones, se tiene una de las mejores vistas de la ciudad y su río. Y para completar el paseo, se puede entrar a la Torre de Ulises, con una vista de 360º de la ciudad. Los tranvías –otra constante lisboeta, esos que amaba el genio Fernando Pessoa y tomaba Pereira, el personaje de Antonio Tabucchi– suben y bajan, llevan y traen. Y llegan hasta la próxima parada, la Baixa.

Centro histórico y comercial –aunque éste sea un término que no es lo que más se destaca en Lisboa–, entre las plazas Da Figueira y Dom Pedro IV (al norte) y la de Comercio (al sur y frente al río, con su famosa arcada), se puede almorzar bacalao, pero en las calles laterales, donde hay mejor precio y un ambiente menos “saturado” de turistas. Degustar el porto –producido en la ciudad homónima– o el vinho verde (elixir suavemente ácido, gaseoso, en apariencia inocuo), es un trámite imperdibles. Y otra vez, el camino conduce a Amália: en la rúa de Aurea está la disquería que rinde honor a la Rainha do Fado y a todo el melancólico espíritu del género.

De Baixa, hacia el oeste, se sube al Bairro Alto, la respuesta lisboeta a la movida de cualquier ciudad que se precie de culturosa y noctámbula. Bohemio, de espíritu joven y fachadas viejas, desprolijo y amigable, vive cuando cae el sol. Durante el día, el barrio se ve depoblado, como una ciudad fantasma. Sus tavernas, al llegar la noche, también tienen dos caras: las que de veras están cerradas y otras que sólo parecen estarlo. ¿La razón? Los locales y los visitantes se entremezclan, suben y bajan, entran y salen.¿Dónde ir? Habría que ser un experto para la certeza absoluta; así es que lo mejor es dejarse llevar por las notas que escapan de las ventanas y elegir, a gusto y piacere, el enclave perfecto. Ciertas noches, especialmente durante el fin de semana, esto no resulta de lo más sencillo. Pero sin duda vale la pena intentarlo.

Para quienes no estén en el mejor estado físico –las callejuelas empinadas no se andan con chiquitas–, el famoso elevador de Santa Justa es un punto clave para fotografiar, y un útil medio de transporte. Ideado, no es para menos, por el propio Gustave Eiffel, que dejó su sello disperso por las principales capitales de Europa.

Alfacinhas. Es el apodo que reciben los lisboetas, por el cultivo intenso de lechuga (alface es lechuga en portugués) en la Antigüedad

Encanto manuelino

Qué sería de la imaginería de Lisboa sin sus míticos azulejos. Con un estilo arquitectónico propio, encargado bajo el reinado del emperador Manuel I, con características únicas, su forma más reconocible es el trabajo minucioso, con color y mil diseños en tonos azulinos, que componen la bella cerámica típica portuguesa.

Procedente de Africa del Norte, el arte del azulejo entró en la Península Ibérica a mediados del siglo XIV. Con técnicas incorporadas del Renacimiento italiano, los revestimientos en muros y cocinas de la época reflejaban imágenes de caza, vida rural o gastronomía local, venerada por los lusitanos. Lisboa es, en esencia, una ciudad orgullosamente azulejada. El Museo Nacional del Azulejo (cerca de la Plaza del Comercio), las fábricas y los souvenirs en forma de azulejo de todos los tamaños –desde pequeñas muestras de 2 euros hasta los cientos que el turista desee gastar en grandes murales a pedido, con envíos a domicilio en todo el mundo– se reproducen por los rincones.

También puede visitarse la Fábrica Sant’Ana, en el barrio de Chiado y trabajando desde 1741, que ofrece una opción más interesantes que en las tiendas típicamente destinadas a turistas. Otra opción de este arte al paso está en el metro de Lisboa. Las estaciones Parque, Oriente, Cais do Sodré y Campo Pequeno son algunas de las que tienen los mejores murales.

Herrería, está hiperdesarrollada en Lisboa

Elegancia sin fin

Siempre hacia el oeste y junto al río, del Bairro Alto se deja atrás la bohemia y se baja a Lapa, barrio de mansiones donde están los hoteles de lujo, los restaurantes elegantes y un orgullo de reminiscencias de esplendor que luego se intentó plasmar en el barrio homónimo de Río de Janeiro, pero que aquí se mantiene un poco más en pie.

Ya hay que dejar de caminar para tomar un taxi, tranvía o colectivo hacia Belém, barrio para el que se debe reservar un día si se quiere ver todo. Para empezar, dos monumentos imperdibles: la Torre de Belém, del siglo XIV, y el Padrão dos Descobrimentos, de 1690, orgullosos símbolos de la estirpe navegante portuguesa. Para seguir, no pueden obviarse los museos de Diseño y de Arqueología y el Monasterio de los Jerónimos, donde descansan los restos de dos héroes portugueses de diferente estirpe: el valiente descubridor Vasco da Gama y el ya mencionado y omnipresente Fernando Pessoa. El espíritu de los viajes hacia América también reside ahí, y se ven las veletas desde donde se orientaban los navegantes de las carabelas. Es que todo se resume en Lisboa: pasión y sentimiento; nostalgia e historia; mito y realidad; viejo y nuevo. Es así, tan cálida como la brisa en agosto y tan húmeda como su río y su mar.

Compras y paseos. La Baixa, zona histórica y comercial

La brújula
La mejor ruta: desde Buenos Aires, el pasaje de ida y vuelta a Lisboa –vía San Pablo o Madrid– cuesta desde US$ 1.300 en temporada baja.

*Hospedaje: las opciones de Lisboa son variadas y, en su mayoría, encantadoras. Pequeñas posadas de la Alfama ofrecen alojamiento y desayuno desde € 60 por persona, pero hay hostels por menos y hoteles cinco estrellas por € 250, con vista al mar.

*Un souvenir: un disco de fado, por supuesto. Y también vinho verde, azulejos o el típico gallito multicolor lusitano, un símbolo para los portugueses.

Voces
“Lisboa, vieja ciudad llena de encanto y belleza.
Siempre hermosa al sonreír
Y al vestir” (Lisboa Antiga)

“Desde que existe la muerte,
inmediatamente la vida es absurda.
Siempre pensé así.”

La frase no es de una letra de la canción típica portuguesa, pero bien podría serlo. Es el pensamiento de Amália Rodrigues, la más célebre fadista del siglo XX. Su voz inconfundible, su fraseo arrastrado y su aire entre melancólico y ausente la hicieron famosa en el mundo entero. El pueblo la amaba, y ella lo amaba de vuelta, con sus melodías tristes, envolventes, desde los principales escenarios europeos hasta el más pequeño de los bares lisboetas. Su heredera más directa, hoy, es la espléndida Mísia; con un aire “a lo Betty Blue” y una voz ronca, aguardentosa, retomó el gusto del público por una música inconfundible que le canta al desamor, la muerte y la nostalgia.

Clara Fernandez Escudero
Diario Perfil
Fotos: Perfil

sábado, 5 de julio de 2008

Por los canales de San Petersburgo

La ciudad de los zares invita a disfrutar el verano ruso entre monumentos históricos, comidas tradicionales y navegaciones imperdibles.

Como Venecia y Amsterdam, San Petersburgo es parte del selecto grupo de ciudades construidas sobre una red de canales que dotan de un encanto particular. El agua es, por supuesto, un elemento primordial en esta urbe magnífica, que se levanta sobre 42 islas. Pero sólo ella es capaz de deslumbrar desde las grandes fortalezas como la de San Pedro y San Pablo, construida antes que la propia ciudad.

Los paseos a orillas del río Neva, las visitas al Palacio Hermitage y un gran número de obras monumentales seducen desde la riqueza arquitectónica. Pero seguramente una de los mayores tesoros de esta ciudad imperial sea el cúmulo de retratos que han dejado de ella los más grandes escritores rusos. “La ciudad inventada, la más fantástica y premeditada del mundo”, decía Fiodor Dostoievski, y es sólo aquí en San Petersburgo que es posible recorrer la misma distancia que Raskolnikov -el atribulado asesino de “Crimen y Castigo”- hizo hasta la casa donde vivía la vieja prestamista; es sólo aquí que se puede apurar un pocillo en la antigua cafetería de Wulf y Beranger tan cercana al poeta Pushkin; o caminar por la avenida Nevski recordando las depuradas descripciones presentes en la obra de Nikolai Gogol, especialmente en “Las Novelas Cortas de San Petersburgo”, cuyo escenario principal es fácil de adivinar.

Los Jardines de Peterhoff, iglesias como la de San Isaac o de la Sangre Derramada, por supuesto la Fortaleza de San Pedro y San Pablo y el imponente Hermitage son en sí mismas postales de la ciudad y actividades que se deben encarar con al menos tres o cuatro horas de dedicación para disfrutarlas a fondo. Algo que los tours organizados no siempre pueden proveer, aunque en sitios como San Petersburgo sí logran brindar una esperada contención frente a un idioma extraño y una cultura poco conocida para el viajero.


Desde el agua
En la Venecia del Norte no es extraño que una de las propuestas más atractivas sea recorrer los canales a bordo de sencillas lanchas colectivo o de cruceros más sofisticados. En cualquier caso, la perspectiva desde el río Neva o los canales es magnífica.

Antes de abordar, es menester entregarse a las bondades de la cocina local. Un imperdible es el bar del Hotel Astoria, ubicado frente a la plaza de la iglesia de San Isaac para tomar un trago en el mismo lugar en donde Adolf Hitler tenía planeado celebrar la victoria sobre los rusos que nunca ocurrió. Incluso, se cuenta que las invitaciones ya estaban impresas con esta dirección. Otro sitio con historia es el Palkin, restaurante fundado en 1785 que permite conocer cómo cenaban los zares o personajes famosos tales como Tchaikovsky y Dostoyevsky.

Un detalle de gran importancia es que en los restaurantes clásicos, como Demidoff, Suvoroff o Za scenoi, lo ideal es elegir un menú fijo. El mecanismo es sencillo: al momento de hacer la reserva de la mesa, algo generalmente imprescindible, se acuerda un menú fijo que incluye entrada, sopa, segundo plato, postre, agua, té o café. El costo aproximado es de u$s 40 y la razón de este proceder es que de otro modo se puede llegar a demorar dos horas en almorzar. Y definitivamente, no es posible dejar San Petersburgo sin haber probado la carta de Podvorie, el más famoso restaurante de la cocina rusa tradicional, ubicado en Pavlovsk, muy cerca del Palacio del Zar Pablo I.

Volviendo a los canales, las alternativas son numerosas. Desde sencillos paseos por el Neva a u$s 13 por pasajero, hasta salidas nocturnas que permiten ver el momento en que los puentes se elevan desde una embarcación.

En los paseos turísticos siempre está la chance de encontrar un guía que hable inglés, español, francés, italiano o alemán, de modo que nadie se quede sin conocer los detalles de la arquitectura y los barrios que se van visitando no sólo al recorrer el Neva, sino también otros ríos como el Fontanka o el Moika además de otros canales que, durante cada verano boreal, vuelven a la vida y fluyen por las venas de esta ciudad, las más premeditada y fantástica del mundo.

Datos utiles
Cómo llegar
Los vuelos a San Petersburgo rondan los u$s 2.100 y se pueden conseguir a través de Lan, Alitalia, Air France, British Airways y United, entre otras opciones.

Dondo dormir
Existen numerosas opciones de alojamiento de cinco estrellas y categorías inferiores. Una buena fuente de información sobre hoteles es www.saint-petersburg-hotels.com

Información general
En inglés, es la página más completa, con posibilidad de acceder a paquetes de actividades: www.petersburg-russia.com

Paquetes
www.devacaciones.com
www.viajobien.com
www.bidoglioturismo.com

Tomás Natiello
El Cronista Comercial

miércoles, 2 de julio de 2008

Piedra sobre piedra

En lo alto de una meseta, las piedras diseminadas de lo que fueron las construcciones del Pucará de Juella.

Una gira por Jujuy, Tucumán y Catamarca para visitar los sitios arqueológicos más importantes de la región. El Shincal en Catamarca, las ruinas incas de La Ciudacita, la fortaleza de los Quilmes en Tucumán, el casi milenario Pucará de Tilcara y el Pucará de Juella en Jujuy.

Entre los siglos IX y XV, florecieron en todo el noroeste argentino diversas culturas, entre ellas las de Santamaría, Belén, Quilmes y Omahuaca. Hacia el año 1480 estos pueblos fueron dominados por los incas y pasaron a formar parte del Kollasuyo, una de las cuatro provincias del gran imperio con base en el Cuzco. La influencia incaica generó una mayor cohesión cultural, cambios a nivel religioso, técnicas de construcción y, en algunos casos, introdujo el quechua como lengua común. Pero el dominio inca comenzó a resquebrajarse con la llegada de los españoles, quienes sin embargo tuvieron que enfrentar numerosas rebeliones a lo largo de más de un siglo. De aquellos tiempos violentos de luchas internas entre los pueblos originarios primero, y luego de resistencia contra la corona española, perduran hasta hoy fortalezas, ciudades de piedra, infinidad de andenes de cultivos, millares de kilómetros de la red vial del Qapac ñán, y santuarios ceremoniales de alta montaña.

Fortalezas omaguacas Alrededor del año 1000, existían a lo largo de toda la quebrada de Humahuaca una línea de veintidós pucarás o fortalezas emplazadas sobre los cerros. Una de ellas es el pucará de Juella –a 15 kilómetros de la ciudad de Tilcara– al que sólo se puede llegar a caballo o a pie con un guía oficial, siguiendo el lecho rocoso y generalmente seco del río Juella, hasta la cima de una meseta. Desde lo alto se entiende la lógica militar de la elección del lugar, ya que hacia casi todos lados se abren profundos precipicios imposibles de escalar. Hoy, se pueden ver por doquier millares de rocas caídas de lo que fueron viviendas y depósitos del pucará. También hay paredes de más de un metro de alto y varios de largo.

Las técnicas de construcción eran muy simples: las piedras se colocaban una sobre otra sin ningún pegamento. Tomando como eje una calle central, se observan varias decenas de las cuadrículas donde se asentaban las casas. En general, esas viviendas no medían más de 1,80 metro de altura, tenían techo de barro y paja y el piso estaba unos centímetros por debajo de la superficie del terreno. En lo que fue la entrada de alguna de esas casas, se pueden ver los peldaños en perfecto estado de conservación. En las excavaciones próximas a esas construcciones, se encontraron vasijas y enterratorios. En un sector se ven claramente los restos de una especie de plaza con una entrada principal. Se calcula que alrededor de 500 personas de la elite militar vivieron en este pucará. El pueblo agricultor vivía abajo, en agrupamientos de casas llamados antigales.

La cultura Omaguaca comprendía distintos subgrupos como los Tilcara, los Ocloya, los Purmamarca, los Uquía y otros. Por lo general, cada uno de los veintidós pucarás de la quebrada pertenecía a un grupo, quienes aprovechaban la geografía del paisaje para diseñar la estrategia defensiva ante los invasores. En general los Omaguaca guerreaban con los Diaguitas que venían desde la selva de Las Yungas, y los enfrentamientos tenían como objetivo controlar las zonas de mayor fertilidad de la tierra.

Una de las casas reconstruidas del Pucará de Tilcara

Pucara de Tilcara

Subiendo por la Ruta 9, en la quebrada de Humahuaca, se ve al costado derecho un cerro erizado de cardones con una fortaleza india en lo alto. Es el famoso Pucará de Tilcara, un asentamiento fortificado de antigüedad casi milenaria edificado por los omaguacas, que llegó a tener unos dos mil habitantes. Lo descubrió en 1908 Juan Ambrosetti, y en 1948 fue restaurado parcialmente con un criterio muy discutido por los arqueólogos actuales.

Al entrar en los recintos cuadrangulares de este laberinto de muros y casas de piedra, la mayoría de los visitantes suele guardar un silencio reverencial. Algunas casas han sido reconstruidas con techo y todo, y se ingresa por entradas muy bajas. En el interior hay esculturas actuales de los indígenas en tamaño natural, inmersos en los quehaceres domésticos. Pero tanto o más interesante es la zona circundante al núcleo excesivamente restaurado del pucará, donde uno puede pasarse horas caminando entre los cardones con el pasto hasta las rodillas, junto a grandes piedras milenarias que alguna vez sostuvieron los muros de una infranqueable fortaleza.

Entre gigantescos cardones, los muros aún en pie de la ciudadela de los Quilmes

El grito de los Quilmes

A una hora de Tafí del Valle, al oeste de la provincia de Tucumán, las ruinas de la ciudad de los Quilmes se despliegan en forma de terrazas escalonadas sobre los faldeos del cerro Alto Rey. Allí, el segmento restaurado que se visita es apenas una parte de lo que fue una gran ciudad indígena que llegó a albergar a 3000 personas. El lugar comenzó a poblarse a mediados del siglo XV y fue uno de los principales asentamientos prehispánicos del país. Alrededor del siglo XVII había crecido tanto, que en su centro y alrededores vivían unas 10.000 personas. Vista desde lo alto del cerro, la ciudad parece un complejo laberinto de cuadrículas de hasta 70 metros de largo que servían de andenes de cultivo, depósito y corral para las llamas. En la restauración sólo se reconstruyeron las bases de las casas y se utilizaron las mismas piedras que yacían amontonadas en el sitio. También hay casas circulares que originalmente estaban techadas con paja.

La ciudad era una verdadera fortaleza. De la estructura defensiva aún quedan restos de piedra laja clavados en la tierra formando parapetos a 120 metros de altura. Los Quilmes estaban entrenados en el arte de la guerra debido a sus conflictos con las tribus vecinas, y por esa razón fueron el hueso más duro de roer para los españoles en el norte argentino. Disponían de un verdadero ejército de 400 guerreros que resistió el asedio español durante 130 años. Sus “hermanos de armas” eran los Cafayates, y no solamente resistieron en su ciudad fortificada sino que salían de ella en malón a destruir las que iban fundando los españoles, propinándoles humillantes derrotas bajo el mando del célebre cacique Martín Iquim.

Pasada la fiebre del oro en América, los conquistadores codiciaban a los Quilmes como fuerza de trabajo. Para dominarlos llevaron a cabo una política sistemática de destrucción de sus cultivos, y finalmente lograron rendirlos en 1666, no por la fuerza –ya que la ciudad era infranqueable– sino por hambre y sed. Existen testimonios dramáticos de suicidios de los indígenas, quienes en muchos casos preferían la muerte a la esclavitud, y se lanzaban al precipicio desde lo alto de su gran fortaleza. A la mayoría de los sobrevivientes –unas 200 familias– se les fijó como lugar de residencia la zona de la provincia de Buenos Aires que hoy se conoce como partido de Quilmes, adonde debieron llegar caminando bajo custodia militar. Allí vivieron hasta 1812 en la Reducción de la Santa Cruz de los Quilmes, que funcionó como encomienda real donde los indios pagaban tributo a la corona con su trabajo. De todas formas, todavía existen en Tucumán muchas personas que se consideran Quilmes, reivindicándose descendientes de los ancestrales guerreros que defendieron sus tierras hasta las últimas consecuencias. Entre ellos están los integrantes de un poblado vecino, quienes luego de años de una polémica concesión de las ruinas a un empresario privado que construyó un hotel dentro del sitio, han tomado hace unos meses el predio de las ruinas y gestionan su cuidado y el ingreso de los turistas.

El shincal de Quimivil
Una larga recta de la Ruta 40 en el norte de la provincia de Catamarca conduce a Londres, un pueblito nada inglés fundado en 1558. Casi todas sus casas son de adobe y una sola calle de asfalto (la misma Ruta 40), lo divide por la mitad. Londres sirve de base para visitar El Shincal de Quimivil, uno de los sitios arqueológicos incas más importantes de la Argentina.

Los incas dominaron con facilidad a los diaguitas de la zona de Catamarca y levantaron El Shincal de Quimivil, que era una capital o centro administrativo del imperio. No fue el único centro de este tipo en la actual Argentina, pero su zona de influencia política se cree que abarcó parte de Catamarca, Salta y Tucumán.

El Shincal abarca unas 21 hectáreas donde se encontraron un centenar de edificios que habrían albergado a 800 pobladores, sin contar a todos los que vivían en los campos de alrededor. Este centro administrativo estaba unido al imperio por la red de 25 mil kilómetros de caminos incas que confluían en el Cuzco. Comenzó a construirse alrededor de 1470 y estuvo habitado hasta 1536. Su trazado urbano coincide con el modelo inca originado en el Cuzco, con dos plataformas ceremoniales de 25 metros de altura, una plaza principal y numerosas habitaciones comunes. Entre los edificios más importantes identificados hay un ushnu, elemento fundamental en la arquitectura inca, que oficiaba de centro administrativo, tribunal de justicia, oráculo y centro ceremonial. También se descubrieron varias kallankas, unos galpones de piedra que se utilizaban como taller de textiles y también como vivienda comunal para personas de alto status. En El Shincal hay un museo de sitio donde se exhiben vasijas, cerámicas, elementos de defensa, y toda clase de piezas arqueológicas.

La ciudacita inca
En el Parque Nacional Los Alisos de la provincia de Tucumán, a 4200 metros de altura, existe un centro ceremonial de alta montaña de origen puramente inca. La Ciudacita se construyó hace unos 500 años en la zona central de los Nevados del Aconquija, y se la visita solamente en una expedición a caballo o a pie con guías autorizados por la Administración de Parques Nacionales. Tomando como base San Miguel de Tucumán, se necesitan de 9 a 10 días en total para completar la travesía.

El trayecto a pie o a caballo comienza en el pueblo de El Tesoro, a 2400 metros de altura, por pendientes empinadas y pedregosas. En total se duermen siete noches en carpa en los que se sienten los efectos de la altura. Pero tanta incomodidad se justifica por la increíble belleza de los paisajes, las manadas de guanacos trotando en la lejanía, y los cóndores pasando a vuelo rasante en busca de carroña. Luego de tres días a caballo se llega a La Ciudacita, donde en una primera recorrida se diferencian muy bien dos ámbitos. Por un lado está el centro ceremonial o kalasasaya, con su puerta del sol o Intiwatana, por donde cae el astro rey cada 21 de diciembre con exactitud milimétrica. Y el segundo sector es el llamado Los Corrales que, según se cree, habría sido un centro de observación astronómico.

En el sector noroeste de La Ciudacita hay una plaza de 75 metros de largo con montículos de piedra en su interior, y también un huanca o roca sagrada. Y al oeste de la plaza se ve una serie de patios rectangulares y recintos circulares que habrían sido viviendas o refugios.

Según los arqueólogos, La Ciudacita nunca estuvo habitada de manera permanente. En invierno las temperaturas descienden a unos 20ºC bajo cero, pero la evidencia más clara de la falta de habitantes fijos es la casi ausencia de restos cerámicos. Algunos de los fragmentos encontrados indican que las personas que llegaban temporalmente hasta allí provenían de las comunidades del valle de Yocavil, Belén y Hualfin. Apuntalando esta teoría, no se registran hallazgos de cementerios en el lugar.

Datos útiles
  • Pucará de Juella. Se visita con guía autorizado que se contrata en la Oficina de Información Turística de Tilcara. El teléfono del guía Carlos Alberto Valdez es 0388-154075791.
  • La Ciudacita. Excursión desde San Miguel de Tucumán, incluyendo los transportes, alojamientos en hostal y en carpa por 9 noches, seguro, pensión completa, servicio de guía, caballos y mulas de carga. www.montanastucumanas.com
  • El Shincal de Quimivil. A este sitio se puede ir desde los pueblos de Londres o Belén, en taxi o en colectivo. La empresa La Lunita ofrece un paquete de una noche en Belén con visita a El Shincal y otra para conocer tejedores de ponchos. Desde allí se suele seguir hasta Antofagasta de la Sierra. Más información: www.lalunita.com.ar
Julián Varsavsky
Pagina 12 - Turismo