Los huecos y profundidades del planeta siempre despertaron fascinación. Cuevas, grutas y cavernas, en todas las latitudes, atraen a turistas que desafían la oscuridad, el silencio y la claustrofobia. De Estados Unidos a Francia, un tour under.
La fascinación del hombre con cuevas, grutas y cavernas no es nueva. Antes que Julio Verne la explotara con su célebre Viaje al centro de la Tierra, los huecos y las profundidades del planeta ya eran objeto de estudio y devoción. Siempre han estado presentes en nuestra cultura, ya sea la cueva de Alí Babá, la alegoría de la caverna de Platón o, como es creencia en varias provincias argentinas, la Salamanca: especie de puerta de acceso al averno a través de una cueva. Tengan connotaciones sagradas o infernales, las cavidades subterráneas siguen manteniendo su misterio e invitando al descubrimiento.
A partir del auge del ecoturismo y el turismo aventura, la visita a cuevas y cavernas se ha transformado en una alternativa con público en aumento. Las variantes van desde el sencillo asombro por el encuentro cercano con las entrañas de la Tierra hasta prácticas más adrenalínicas, como el buceo en ríos subterráneos.
En la madre patria
Un recorrido por las cuevas más importantes del mundo podría comenzar por Altamira, en la Cantabria española, con su famosa cavidad considerada internacionalmente como la Capilla Sixtina del arte paleolítico. Descubierta accidentalmente en 1868 por un cazador, rápidamente se transformó en visita obligada de profesionales y amateurs de la paleontología. Las ya clásicas escenas de caza y el bello trazo de los bisontes, caballos, ciervos y jabalíes dibujados por toda la cueva en un principio hicieron dudar de su autenticidad. Finalmente, estos impactantes trabajos en ocre, rojo y negro fueron datados como realizados hace alrededor de 14 mil años. La longitud total de la cueva es de 270 metros y de trazado irregular, con un vestíbulo y una galería, pero es la sala lateral –ubicada a sólo 30 metros de la entrada– la que contiene las mejores pinturas. A fin de proteger el valor de semejante obra, en 1982 se estableció que un cupo limitado de veinte personas por día puedan acceder a la cueva, por lo que hay que solicitar permiso con varios meses de anticipación al museo y centro de investigación encargado de su preservación. La entrada tiene un costo de 2,40 euros. Si no consigue lugar, no desespere, Cantabria tiene cantidad de otras cuevas de un valor similar a la de Altamira, como el conjunto de cuevas de Monte Castillo. Otra opción, pero en la localidad de Molinos (provincia de Teruel), son las asombrosas Grutas del Cristal, con las singulares cristalizaciones que le dieron nombre y en cuyo interior se hallaron los restos del homínido más antiguo de Aragón.
Profundidades galas
Francia es otro paraíso para las aventuras subterráneas. Sin alejarse de París, sus misteriosas catacumbas conectadas por un aún más misterioso entramado de túneles son el paseo preferido de muchos viajeros. Les carrières que inspiraron a Víctor Hugo para la creación de Los Miserables eran, durante la era romana, minas de piedra caliza, y en el siglo XVIII se transformaron en un cementerio popular y masivo: para fines de 1870 albergaban los restos de más de 6 millones de parisienses. En la actualidad, las murallas de huesos humanos impactan por su crudeza y disposición “artística”. De los más de 300 km de túneles y catacumbas que hacen las entrañas de París, sólo uno y medio está abierto al público. La duración del tour –con reserva– es de 90 minutos y cuesta 7 euros.
Adentrándonos en el territorio francés, hay un catálogo casi inagotable para el amante de cuevas y grutas. Al suroeste, en el departamento de la Dordogne, cerca de la aldea de Montignac están las cuevas de Lascaux, famosas por sus pinturas rupestres de hasta 25 mil años de antigüedad. Fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, pero el deterioro en los pigmentos que provocaba la respiración humana obligó a cerrarlas al público. Lo que se puede visitar es una réplica exacta ubicada a 200 metros de la original; una estructura semienterrada donde se reprodujo hasta el más mínimo detalle de la cueva que en 1940 tres adolescentes descubrieron por casualidad. La opción para los aventureros: la Gruta de Trabuc, ubicada en una de las provincias más prodigas en cuevas, la de Languedoc-Roussillon. Trabuc es la mayor de la región de Las Cevenas y no sólo fue habitada en el Neolítico sino también en la era romana. Sus asombrosas formaciones (como la de “Los 100 mil soldados”, que asemeja un ejército de liliputienses), laberintos y galerías se recorren en pasarelas y escaleras.
A la italiana
Cerrando el recorrido europeo, Italia. Entre lo más destacado está la Gruta del Viento. Ubicada en la región de Toscana, provincia de Lucca, se utilizaba en el siglo XVII para conservar alimentos ya que posee una temperatura constante de 10°C. Totalmente acondicionada para el turismo, permite ser recorrida con comodidad, para disfrutar de brillantes estalactitas y estalagmitas, coladas de múltiples colores y pequeños lagos con incrustaciones de cristales. Guías expertas se encargan de los tres tipos de itinerarios: de una, dos y tres horas, y el costo por persona va de los 7,50 a los 17 euros.
Estilo yanqui
En Estados Unidos todo está hecho a lo grande, incluso las cuevas. Un ejemplo de esto es la Mammoth Cave, la cueva más larga del mundo con más de 560 km de galerías interconectadas. La cueva es el corazón de un parque nacional ubicado en Kentucky y tiene el orgullo de ser una de las atracciones turísticas más antiguas de Norteamérica, ya que fue abierta al público en 1816. Aseguran que detrás de cada roca se oculta una historia, será por eso que tienen tours de hasta 6 horas de duración, todo un desafío para fanáticos.
Burbujas bajo tierra
El espeleobuceo o buceo en cuevas sumergidas es tal vez el plato más fuerte para los amantes de las aventuras bajo tierra y México tiene mucho para ofrecer en este aspecto. El estado de Yucatán es el lugar por excelencia para este tipo de experiencia. Los numerosos cenotes que hay en la zona ofrecen excelentes opciones para practicar el buceo, que aquí adquiere una dimensión diferente a todo lo conocido. Los cenotes son pozos naturales inundados (en algunos casos formados por el desmoronamiento de techos de cuevas al ras del suelo) que conectan con sistemas de cavernas o ríos subterráneos y eran considerados sagrados por los mayas. Las grutas de Aktun Chen son un bellísimo ejemplo de esto. Están ubicadas a 107 km de Cancún sobre la riviera maya, enmarcadas por un exuberante parque tropical de 400 ha y tienen la particularidad de ser cavernas con cenotes de aguas turquesa en su interior. Una de ellas ha sido iluminada para la mejor observación de las miles de las estalactitas, estalagmitas y esculturas naturales hechas por el agua. El costo para acceder es de US$ 24 por persona. Pero eso no es todo en México; sobre la misma costa pero un poco más al norte también está el parque eco-arqueológico Xcaret, que combina infraestructura con una naturaleza impactante. Se puede bucear en sus ríos subterráneos, iluminados por entradas naturales de luz en ciertos puntos de un trayecto que desemboca a orillas del mar. La contra: el riesgo, por lo que se requieren cierta experiencia y medidas de seguridad (como la utilización de una cuerda guía). La ventaja: la buena visibilidad y que la temperatura del agua en todos los sistemas de cenotes de la zona promedia los 26°C.
O mais grandes do mundo
Buscando la opción internacional más cercana llegamos a Brasil, precisamente a Sao Paulo. Al sur del estado están las cavernas del Valle del Ribeira, recientemente reabiertas al turismo. El Parque Estatal Turístico del Alto Ribeira (PETAR) –situado entre las ciudades de Iporanga y Apiaí– es el paraíso de los ecoturistas, por su enorme diversidad en formaciones geológicas, ríos y cascadas. Abarca más de 35 mil has y hay cavidades naturales de diferentes tipos y dimensiones, tanto horizontales (grutas o cavernas) como verticales (abismos). La mejor época para conocerlo es entre julio y octubre, cuando el clima es más seco. Durante el período lluvioso, de diciembre a marzo, las excursiones se ven perjudicadas, y algunas se tornan muy peligrosas porque hay ríos que crecen muy rápido dentro de las cavernas, poniendo en peligro aún a los guías más experimentados. En conjunto son 250 espacios subterráneos que constituyen la mayor agrupación de cavernas dentro de una misma zona. La región además posee la mayor concentración de todo el territorio brasileño: 404 cavernas catalogadas. Pero las reabiertas no son todas y entre ellas está la Caverna del Diablo, la más visitada del país. Como hay tantas, hay grutas para todos los gustos: Colorida, Mãozinha, Santana, Morro Preto, Agua Suja, Casa de Pedra y hasta una para los cinéfilos, la Jane Mansfield.
Argentina subterránea
Comparado con Europa o México, el turismo subterráneo en Argentina todavía está en una etapa embrionaria, lo que no significa que no haya materia prima. “En nuestro país hay 200 cuevas reales topografiadas, pero hay que tener en cuenta que la mayoría de la extensión de la Cordillera está inexplorada en este aspecto”, explica Enrique Lipps, presidente de la Sociedad Argentina de Espeleología, una actividad de apasionados que nuclea a profesionales de varias ciencias. “Yo soy biólogo –aclara–, pero hay arqueólogos, paleontólogos, geólogos, en fin, todo un abanico de científicos que desarrollan su actividad en cuevas”. Como sucede en la mayoría de las profesiones de este tipo, la de Lipps se remonta hasta su infancia. “Tengo una foto que me sacó mi tío a los ocho años en la cueva Los Pajaritos, de Córdoba, cerca de Tanti”, cuenta con orgullo. La cueva, por supuesto, sigue allí, a 12 km al oeste de Cosquín. Se encuentra en lo que se conoce como reserva ecológica Mallin (sobre el arroyo del mismo nombre), en el departamento de Punilla, y es una de las visitas obligadas para los que gustan de la naturaleza, pero con infraestructura suficiente. La cueva –a la que se accede por una pasarela– es además el hogar de una curiosa especie de ave pariente de las golondrinas, el chirrio, un pajarito negro de cuello blanco que abunda en la zona. Pero Córdoba tiene una favorita entre los espeleólogos: la caverna de la estancia El Sauce, en el paraje Piedras Grandes, cerca de La Falda, con sus particulares espacios, entre ellos “la sala fosforescente” que gracias a su composición geológica brinda un breve pero efectivo espectáculo visual.
La Cueva de las Manos es, sin duda la más popular de las cuevas argentinas, “aunque en realidad sea un ‘alero’ –aclara Lipps–, ya que la espeleología considera verdadera cueva aquella donde hay oscuridad total y se requiere luz artificial para recorrerla”. Más allá de la disputa, esa joya de la provincia de Santa Cruz ha fascinado a turistas de todo el mundo, gracias a sus espléndidas pinturas rupestres. Se llega desde El Calafate tomando la ruta 40 hacia el norte. Luego de atravesar magníficos lugares (Lago Argentino, los ríos Santa Cruz y La Leona, El Chaltén, Bajo Caracoles) se arriba a un sector del Cañadón del Río Pinturas digno de asombro: una superposición de más de 800 siluetas de manos, imágenes de caza, animales y figuras geométricas estampadas con diferentes pigmentos sobre las paredes. Las más antiguas datan de más de 9 mil años y la mayoría están en una cavidad de 24 m de largo. Hay tours a costos accesibles desde la ciudad más cercana –Perito Moreno– y se aconseja visitarla en otoño o primavera, para evitar los duros vientos patagónicos.
Neuquén es la provincia con más cuevas de la Argentina, y paradójicamente hace once años que no están abiertas al turismo. En la Cueva del León, por ejemplo, hay un lago interno de aguas transparentes ideal para una experiencia de buceo fuera de lo común.
Mendoza por su parte tiene una oferta variada, sobre todo en Malargüe. Allí destacan el valle de Poti Malal, con sus cavernas de yeso (entre las que se cuenta la de San Agustín, conocida por los dos espejos de agua que alberga en su interior); la cueva sumergida de La Niña Encantada, una especie de cenote a 1.800 metros sobre el nivel del mar rodeado de leyenda, y el famoso complejo Las Brujas, cavernas interconectadas de varios kilómetros parcialmente acondicionada para el turismo (el costo de acceso por persona es de alrededor de $100). Y hay más. En Salta: las pinturas rupestres de las Cuevas de Ablomé (en la quebrada del mismo nombre a 70 km de la capital salteña), o las asombrosas formaciones de la caverna Puente del Diablo, sobre el cauce del río Calchaquí en la Poma.
Para los que buscan cuevas pero acá nomás, también hay. En Sierra de la Ventana, la Cueva de los Guanacos y la de Florencio; en Tandil, las cuevas del Cerro de las Animas, y a 60 km de allí, en la localidad de Barker, la Cueva Plateada de los Helechos, con una vertiente interior que favorece ese tipo de vegetación.
Queda claro que en materia de cuevas Argentina tiene mucho por descubrir, y también por proteger. “Como primera medida, el turista que busca este tipo de circuitos alternativos tiene que entender que al lugar hay que dejarlo como se lo encontró –explica Lipps– y siempre ir con un guía experimentado. Ir solo a una cueva es como meterse en la casa de un vecino sin pedir permiso.”
Minas argentinas
Pero no sólo de cuevas naturales vive el turista aventurero; las artificiales, mejor conocidas como minas, son otra alternativa turística que explotan varias provincias. En San Luis, por ejemplo, el turismo minero tiene muy buenos exponentes en La Carolina y en Los Cóndores. La primera fue el centro de una fiebre del oro a mediados del siglo XIX; la segunda, el orgullo minero de la provincia por haber sido la mayor explotación de tungsteno del país. Hoy, sus 15 km de túneles son una mina de asombro para el turismo.
Por último, en Andalgalá, Catamarca, el yacimiento de Minas Capillitas propone descubrir como se obtiene un mineral único: la rodocrosita o “rosa del inca”. Los interesados pueden acceder a las entrañas de la mina Santa Rita, donde la veta de piedra rosa asoma a simple vista.
Secretos bajo los pies (Ricardo Laurino, Instructor externo de la Secretaría de Turismo de la Nación)
En la Argentina, el turismo de cuevas, cavernas y minas es aún complementario de otras actividades. Sin embargo, en otros sitios, atrae gente en forma puntual. De todos modos, contamos con enclaves privilegiados, como la Cueva de las Manos, que desde hace 15 años es la preferida de los extranjeros y de los argentinos que buscan truchas en la zona. Se debe recorrer con un guía especializado, que oriente un paseo sustentable: las cuevas están allí desde hace 9 mil años. Deben visitarse, además, con el equipo adecuado: zapatillas o botas de trekking, y una linterna.
Para ver grutas o cavernas, como Las Lajas o Las Grutas –ambas, con estalactitas– es necesario también pensar que el suelo, húmedo y arcilloso, es de cuidado, y que no hay que entrar sin un experto, que conoce las posibilidades concretas de un derrumbe.
Las minas son otro tipo de desafíos: las de hierro de Sierra Grande, por ejemplo, no son aptas para claustrofóbicos: un descenso de 600 metros, con arneses, mameluco y casco. Se siente el magnetismo del mineral contra el cuerpo, y la experiencia es fascinante. Para los menos osados, en las minas Wanda, cerca de Puerto Iguazú, se puede aprender sobre piedras semipreciosas y no es necesario tener ningún cuidado especial.
Jorge Vaccaro
Perfil - Turismo (Edición Impresa)
La fascinación del hombre con cuevas, grutas y cavernas no es nueva. Antes que Julio Verne la explotara con su célebre Viaje al centro de la Tierra, los huecos y las profundidades del planeta ya eran objeto de estudio y devoción. Siempre han estado presentes en nuestra cultura, ya sea la cueva de Alí Babá, la alegoría de la caverna de Platón o, como es creencia en varias provincias argentinas, la Salamanca: especie de puerta de acceso al averno a través de una cueva. Tengan connotaciones sagradas o infernales, las cavidades subterráneas siguen manteniendo su misterio e invitando al descubrimiento.
A partir del auge del ecoturismo y el turismo aventura, la visita a cuevas y cavernas se ha transformado en una alternativa con público en aumento. Las variantes van desde el sencillo asombro por el encuentro cercano con las entrañas de la Tierra hasta prácticas más adrenalínicas, como el buceo en ríos subterráneos.
En la madre patria
Un recorrido por las cuevas más importantes del mundo podría comenzar por Altamira, en la Cantabria española, con su famosa cavidad considerada internacionalmente como la Capilla Sixtina del arte paleolítico. Descubierta accidentalmente en 1868 por un cazador, rápidamente se transformó en visita obligada de profesionales y amateurs de la paleontología. Las ya clásicas escenas de caza y el bello trazo de los bisontes, caballos, ciervos y jabalíes dibujados por toda la cueva en un principio hicieron dudar de su autenticidad. Finalmente, estos impactantes trabajos en ocre, rojo y negro fueron datados como realizados hace alrededor de 14 mil años. La longitud total de la cueva es de 270 metros y de trazado irregular, con un vestíbulo y una galería, pero es la sala lateral –ubicada a sólo 30 metros de la entrada– la que contiene las mejores pinturas. A fin de proteger el valor de semejante obra, en 1982 se estableció que un cupo limitado de veinte personas por día puedan acceder a la cueva, por lo que hay que solicitar permiso con varios meses de anticipación al museo y centro de investigación encargado de su preservación. La entrada tiene un costo de 2,40 euros. Si no consigue lugar, no desespere, Cantabria tiene cantidad de otras cuevas de un valor similar a la de Altamira, como el conjunto de cuevas de Monte Castillo. Otra opción, pero en la localidad de Molinos (provincia de Teruel), son las asombrosas Grutas del Cristal, con las singulares cristalizaciones que le dieron nombre y en cuyo interior se hallaron los restos del homínido más antiguo de Aragón.
Profundidades galas
Francia es otro paraíso para las aventuras subterráneas. Sin alejarse de París, sus misteriosas catacumbas conectadas por un aún más misterioso entramado de túneles son el paseo preferido de muchos viajeros. Les carrières que inspiraron a Víctor Hugo para la creación de Los Miserables eran, durante la era romana, minas de piedra caliza, y en el siglo XVIII se transformaron en un cementerio popular y masivo: para fines de 1870 albergaban los restos de más de 6 millones de parisienses. En la actualidad, las murallas de huesos humanos impactan por su crudeza y disposición “artística”. De los más de 300 km de túneles y catacumbas que hacen las entrañas de París, sólo uno y medio está abierto al público. La duración del tour –con reserva– es de 90 minutos y cuesta 7 euros.
Adentrándonos en el territorio francés, hay un catálogo casi inagotable para el amante de cuevas y grutas. Al suroeste, en el departamento de la Dordogne, cerca de la aldea de Montignac están las cuevas de Lascaux, famosas por sus pinturas rupestres de hasta 25 mil años de antigüedad. Fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, pero el deterioro en los pigmentos que provocaba la respiración humana obligó a cerrarlas al público. Lo que se puede visitar es una réplica exacta ubicada a 200 metros de la original; una estructura semienterrada donde se reprodujo hasta el más mínimo detalle de la cueva que en 1940 tres adolescentes descubrieron por casualidad. La opción para los aventureros: la Gruta de Trabuc, ubicada en una de las provincias más prodigas en cuevas, la de Languedoc-Roussillon. Trabuc es la mayor de la región de Las Cevenas y no sólo fue habitada en el Neolítico sino también en la era romana. Sus asombrosas formaciones (como la de “Los 100 mil soldados”, que asemeja un ejército de liliputienses), laberintos y galerías se recorren en pasarelas y escaleras.
A la italiana
Cerrando el recorrido europeo, Italia. Entre lo más destacado está la Gruta del Viento. Ubicada en la región de Toscana, provincia de Lucca, se utilizaba en el siglo XVII para conservar alimentos ya que posee una temperatura constante de 10°C. Totalmente acondicionada para el turismo, permite ser recorrida con comodidad, para disfrutar de brillantes estalactitas y estalagmitas, coladas de múltiples colores y pequeños lagos con incrustaciones de cristales. Guías expertas se encargan de los tres tipos de itinerarios: de una, dos y tres horas, y el costo por persona va de los 7,50 a los 17 euros.
Estilo yanqui
En Estados Unidos todo está hecho a lo grande, incluso las cuevas. Un ejemplo de esto es la Mammoth Cave, la cueva más larga del mundo con más de 560 km de galerías interconectadas. La cueva es el corazón de un parque nacional ubicado en Kentucky y tiene el orgullo de ser una de las atracciones turísticas más antiguas de Norteamérica, ya que fue abierta al público en 1816. Aseguran que detrás de cada roca se oculta una historia, será por eso que tienen tours de hasta 6 horas de duración, todo un desafío para fanáticos.
Burbujas bajo tierra
El espeleobuceo o buceo en cuevas sumergidas es tal vez el plato más fuerte para los amantes de las aventuras bajo tierra y México tiene mucho para ofrecer en este aspecto. El estado de Yucatán es el lugar por excelencia para este tipo de experiencia. Los numerosos cenotes que hay en la zona ofrecen excelentes opciones para practicar el buceo, que aquí adquiere una dimensión diferente a todo lo conocido. Los cenotes son pozos naturales inundados (en algunos casos formados por el desmoronamiento de techos de cuevas al ras del suelo) que conectan con sistemas de cavernas o ríos subterráneos y eran considerados sagrados por los mayas. Las grutas de Aktun Chen son un bellísimo ejemplo de esto. Están ubicadas a 107 km de Cancún sobre la riviera maya, enmarcadas por un exuberante parque tropical de 400 ha y tienen la particularidad de ser cavernas con cenotes de aguas turquesa en su interior. Una de ellas ha sido iluminada para la mejor observación de las miles de las estalactitas, estalagmitas y esculturas naturales hechas por el agua. El costo para acceder es de US$ 24 por persona. Pero eso no es todo en México; sobre la misma costa pero un poco más al norte también está el parque eco-arqueológico Xcaret, que combina infraestructura con una naturaleza impactante. Se puede bucear en sus ríos subterráneos, iluminados por entradas naturales de luz en ciertos puntos de un trayecto que desemboca a orillas del mar. La contra: el riesgo, por lo que se requieren cierta experiencia y medidas de seguridad (como la utilización de una cuerda guía). La ventaja: la buena visibilidad y que la temperatura del agua en todos los sistemas de cenotes de la zona promedia los 26°C.
Barbados. La isla de las Antillas Menores presenta numerosas cuevas coralinas, con ríos de agua de las más potables del mundo. Harrison, una de las más visitadas
O mais grandes do mundo
Buscando la opción internacional más cercana llegamos a Brasil, precisamente a Sao Paulo. Al sur del estado están las cavernas del Valle del Ribeira, recientemente reabiertas al turismo. El Parque Estatal Turístico del Alto Ribeira (PETAR) –situado entre las ciudades de Iporanga y Apiaí– es el paraíso de los ecoturistas, por su enorme diversidad en formaciones geológicas, ríos y cascadas. Abarca más de 35 mil has y hay cavidades naturales de diferentes tipos y dimensiones, tanto horizontales (grutas o cavernas) como verticales (abismos). La mejor época para conocerlo es entre julio y octubre, cuando el clima es más seco. Durante el período lluvioso, de diciembre a marzo, las excursiones se ven perjudicadas, y algunas se tornan muy peligrosas porque hay ríos que crecen muy rápido dentro de las cavernas, poniendo en peligro aún a los guías más experimentados. En conjunto son 250 espacios subterráneos que constituyen la mayor agrupación de cavernas dentro de una misma zona. La región además posee la mayor concentración de todo el territorio brasileño: 404 cavernas catalogadas. Pero las reabiertas no son todas y entre ellas está la Caverna del Diablo, la más visitada del país. Como hay tantas, hay grutas para todos los gustos: Colorida, Mãozinha, Santana, Morro Preto, Agua Suja, Casa de Pedra y hasta una para los cinéfilos, la Jane Mansfield.
Argentina subterránea
Comparado con Europa o México, el turismo subterráneo en Argentina todavía está en una etapa embrionaria, lo que no significa que no haya materia prima. “En nuestro país hay 200 cuevas reales topografiadas, pero hay que tener en cuenta que la mayoría de la extensión de la Cordillera está inexplorada en este aspecto”, explica Enrique Lipps, presidente de la Sociedad Argentina de Espeleología, una actividad de apasionados que nuclea a profesionales de varias ciencias. “Yo soy biólogo –aclara–, pero hay arqueólogos, paleontólogos, geólogos, en fin, todo un abanico de científicos que desarrollan su actividad en cuevas”. Como sucede en la mayoría de las profesiones de este tipo, la de Lipps se remonta hasta su infancia. “Tengo una foto que me sacó mi tío a los ocho años en la cueva Los Pajaritos, de Córdoba, cerca de Tanti”, cuenta con orgullo. La cueva, por supuesto, sigue allí, a 12 km al oeste de Cosquín. Se encuentra en lo que se conoce como reserva ecológica Mallin (sobre el arroyo del mismo nombre), en el departamento de Punilla, y es una de las visitas obligadas para los que gustan de la naturaleza, pero con infraestructura suficiente. La cueva –a la que se accede por una pasarela– es además el hogar de una curiosa especie de ave pariente de las golondrinas, el chirrio, un pajarito negro de cuello blanco que abunda en la zona. Pero Córdoba tiene una favorita entre los espeleólogos: la caverna de la estancia El Sauce, en el paraje Piedras Grandes, cerca de La Falda, con sus particulares espacios, entre ellos “la sala fosforescente” que gracias a su composición geológica brinda un breve pero efectivo espectáculo visual.
La Cueva de las Manos es, sin duda la más popular de las cuevas argentinas, “aunque en realidad sea un ‘alero’ –aclara Lipps–, ya que la espeleología considera verdadera cueva aquella donde hay oscuridad total y se requiere luz artificial para recorrerla”. Más allá de la disputa, esa joya de la provincia de Santa Cruz ha fascinado a turistas de todo el mundo, gracias a sus espléndidas pinturas rupestres. Se llega desde El Calafate tomando la ruta 40 hacia el norte. Luego de atravesar magníficos lugares (Lago Argentino, los ríos Santa Cruz y La Leona, El Chaltén, Bajo Caracoles) se arriba a un sector del Cañadón del Río Pinturas digno de asombro: una superposición de más de 800 siluetas de manos, imágenes de caza, animales y figuras geométricas estampadas con diferentes pigmentos sobre las paredes. Las más antiguas datan de más de 9 mil años y la mayoría están en una cavidad de 24 m de largo. Hay tours a costos accesibles desde la ciudad más cercana –Perito Moreno– y se aconseja visitarla en otoño o primavera, para evitar los duros vientos patagónicos.
Neuquén es la provincia con más cuevas de la Argentina, y paradójicamente hace once años que no están abiertas al turismo. En la Cueva del León, por ejemplo, hay un lago interno de aguas transparentes ideal para una experiencia de buceo fuera de lo común.
Mendoza por su parte tiene una oferta variada, sobre todo en Malargüe. Allí destacan el valle de Poti Malal, con sus cavernas de yeso (entre las que se cuenta la de San Agustín, conocida por los dos espejos de agua que alberga en su interior); la cueva sumergida de La Niña Encantada, una especie de cenote a 1.800 metros sobre el nivel del mar rodeado de leyenda, y el famoso complejo Las Brujas, cavernas interconectadas de varios kilómetros parcialmente acondicionada para el turismo (el costo de acceso por persona es de alrededor de $100). Y hay más. En Salta: las pinturas rupestres de las Cuevas de Ablomé (en la quebrada del mismo nombre a 70 km de la capital salteña), o las asombrosas formaciones de la caverna Puente del Diablo, sobre el cauce del río Calchaquí en la Poma.
Para los que buscan cuevas pero acá nomás, también hay. En Sierra de la Ventana, la Cueva de los Guanacos y la de Florencio; en Tandil, las cuevas del Cerro de las Animas, y a 60 km de allí, en la localidad de Barker, la Cueva Plateada de los Helechos, con una vertiente interior que favorece ese tipo de vegetación.
Queda claro que en materia de cuevas Argentina tiene mucho por descubrir, y también por proteger. “Como primera medida, el turista que busca este tipo de circuitos alternativos tiene que entender que al lugar hay que dejarlo como se lo encontró –explica Lipps– y siempre ir con un guía experimentado. Ir solo a una cueva es como meterse en la casa de un vecino sin pedir permiso.”
Minas argentinas
Pero no sólo de cuevas naturales vive el turista aventurero; las artificiales, mejor conocidas como minas, son otra alternativa turística que explotan varias provincias. En San Luis, por ejemplo, el turismo minero tiene muy buenos exponentes en La Carolina y en Los Cóndores. La primera fue el centro de una fiebre del oro a mediados del siglo XIX; la segunda, el orgullo minero de la provincia por haber sido la mayor explotación de tungsteno del país. Hoy, sus 15 km de túneles son una mina de asombro para el turismo.
Por último, en Andalgalá, Catamarca, el yacimiento de Minas Capillitas propone descubrir como se obtiene un mineral único: la rodocrosita o “rosa del inca”. Los interesados pueden acceder a las entrañas de la mina Santa Rita, donde la veta de piedra rosa asoma a simple vista.
Secretos bajo los pies (Ricardo Laurino, Instructor externo de la Secretaría de Turismo de la Nación)
En la Argentina, el turismo de cuevas, cavernas y minas es aún complementario de otras actividades. Sin embargo, en otros sitios, atrae gente en forma puntual. De todos modos, contamos con enclaves privilegiados, como la Cueva de las Manos, que desde hace 15 años es la preferida de los extranjeros y de los argentinos que buscan truchas en la zona. Se debe recorrer con un guía especializado, que oriente un paseo sustentable: las cuevas están allí desde hace 9 mil años. Deben visitarse, además, con el equipo adecuado: zapatillas o botas de trekking, y una linterna.
Para ver grutas o cavernas, como Las Lajas o Las Grutas –ambas, con estalactitas– es necesario también pensar que el suelo, húmedo y arcilloso, es de cuidado, y que no hay que entrar sin un experto, que conoce las posibilidades concretas de un derrumbe.
Las minas son otro tipo de desafíos: las de hierro de Sierra Grande, por ejemplo, no son aptas para claustrofóbicos: un descenso de 600 metros, con arneses, mameluco y casco. Se siente el magnetismo del mineral contra el cuerpo, y la experiencia es fascinante. Para los menos osados, en las minas Wanda, cerca de Puerto Iguazú, se puede aprender sobre piedras semipreciosas y no es necesario tener ningún cuidado especial.
Jorge Vaccaro
Perfil - Turismo (Edición Impresa)
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