En lo alto de una meseta, las piedras diseminadas de lo que fueron las construcciones del Pucará de Juella.
Una gira por Jujuy, Tucumán y Catamarca para visitar los sitios arqueológicos más importantes de la región. El Shincal en Catamarca, las ruinas incas de La Ciudacita, la fortaleza de los Quilmes en Tucumán, el casi milenario Pucará de Tilcara y el Pucará de Juella en Jujuy.
Entre los siglos IX y XV, florecieron en todo el noroeste argentino diversas culturas, entre ellas las de Santamaría, Belén, Quilmes y Omahuaca. Hacia el año 1480 estos pueblos fueron dominados por los incas y pasaron a formar parte del Kollasuyo, una de las cuatro provincias del gran imperio con base en el Cuzco. La influencia incaica generó una mayor cohesión cultural, cambios a nivel religioso, técnicas de construcción y, en algunos casos, introdujo el quechua como lengua común. Pero el dominio inca comenzó a resquebrajarse con la llegada de los españoles, quienes sin embargo tuvieron que enfrentar numerosas rebeliones a lo largo de más de un siglo. De aquellos tiempos violentos de luchas internas entre los pueblos originarios primero, y luego de resistencia contra la corona española, perduran hasta hoy fortalezas, ciudades de piedra, infinidad de andenes de cultivos, millares de kilómetros de la red vial del Qapac ñán, y santuarios ceremoniales de alta montaña.
Fortalezas omaguacas Alrededor del año 1000, existían a lo largo de toda la quebrada de Humahuaca una línea de veintidós pucarás o fortalezas emplazadas sobre los cerros. Una de ellas es el pucará de Juella –a 15 kilómetros de la ciudad de Tilcara– al que sólo se puede llegar a caballo o a pie con un guía oficial, siguiendo el lecho rocoso y generalmente seco del río Juella, hasta la cima de una meseta. Desde lo alto se entiende la lógica militar de la elección del lugar, ya que hacia casi todos lados se abren profundos precipicios imposibles de escalar. Hoy, se pueden ver por doquier millares de rocas caídas de lo que fueron viviendas y depósitos del pucará. También hay paredes de más de un metro de alto y varios de largo.
Las técnicas de construcción eran muy simples: las piedras se colocaban una sobre otra sin ningún pegamento. Tomando como eje una calle central, se observan varias decenas de las cuadrículas donde se asentaban las casas. En general, esas viviendas no medían más de 1,80 metro de altura, tenían techo de barro y paja y el piso estaba unos centímetros por debajo de la superficie del terreno. En lo que fue la entrada de alguna de esas casas, se pueden ver los peldaños en perfecto estado de conservación. En las excavaciones próximas a esas construcciones, se encontraron vasijas y enterratorios. En un sector se ven claramente los restos de una especie de plaza con una entrada principal. Se calcula que alrededor de 500 personas de la elite militar vivieron en este pucará. El pueblo agricultor vivía abajo, en agrupamientos de casas llamados antigales.
La cultura Omaguaca comprendía distintos subgrupos como los Tilcara, los Ocloya, los Purmamarca, los Uquía y otros. Por lo general, cada uno de los veintidós pucarás de la quebrada pertenecía a un grupo, quienes aprovechaban la geografía del paisaje para diseñar la estrategia defensiva ante los invasores. En general los Omaguaca guerreaban con los Diaguitas que venían desde la selva de Las Yungas, y los enfrentamientos tenían como objetivo controlar las zonas de mayor fertilidad de la tierra.
Pucara de Tilcara
Subiendo por la Ruta 9, en la quebrada de Humahuaca, se ve al costado derecho un cerro erizado de cardones con una fortaleza india en lo alto. Es el famoso Pucará de Tilcara, un asentamiento fortificado de antigüedad casi milenaria edificado por los omaguacas, que llegó a tener unos dos mil habitantes. Lo descubrió en 1908 Juan Ambrosetti, y en 1948 fue restaurado parcialmente con un criterio muy discutido por los arqueólogos actuales.
Al entrar en los recintos cuadrangulares de este laberinto de muros y casas de piedra, la mayoría de los visitantes suele guardar un silencio reverencial. Algunas casas han sido reconstruidas con techo y todo, y se ingresa por entradas muy bajas. En el interior hay esculturas actuales de los indígenas en tamaño natural, inmersos en los quehaceres domésticos. Pero tanto o más interesante es la zona circundante al núcleo excesivamente restaurado del pucará, donde uno puede pasarse horas caminando entre los cardones con el pasto hasta las rodillas, junto a grandes piedras milenarias que alguna vez sostuvieron los muros de una infranqueable fortaleza.
El grito de los Quilmes
A una hora de Tafí del Valle, al oeste de la provincia de Tucumán, las ruinas de la ciudad de los Quilmes se despliegan en forma de terrazas escalonadas sobre los faldeos del cerro Alto Rey. Allí, el segmento restaurado que se visita es apenas una parte de lo que fue una gran ciudad indígena que llegó a albergar a 3000 personas. El lugar comenzó a poblarse a mediados del siglo XV y fue uno de los principales asentamientos prehispánicos del país. Alrededor del siglo XVII había crecido tanto, que en su centro y alrededores vivían unas 10.000 personas. Vista desde lo alto del cerro, la ciudad parece un complejo laberinto de cuadrículas de hasta 70 metros de largo que servían de andenes de cultivo, depósito y corral para las llamas. En la restauración sólo se reconstruyeron las bases de las casas y se utilizaron las mismas piedras que yacían amontonadas en el sitio. También hay casas circulares que originalmente estaban techadas con paja.
La ciudad era una verdadera fortaleza. De la estructura defensiva aún quedan restos de piedra laja clavados en la tierra formando parapetos a 120 metros de altura. Los Quilmes estaban entrenados en el arte de la guerra debido a sus conflictos con las tribus vecinas, y por esa razón fueron el hueso más duro de roer para los españoles en el norte argentino. Disponían de un verdadero ejército de 400 guerreros que resistió el asedio español durante 130 años. Sus “hermanos de armas” eran los Cafayates, y no solamente resistieron en su ciudad fortificada sino que salían de ella en malón a destruir las que iban fundando los españoles, propinándoles humillantes derrotas bajo el mando del célebre cacique Martín Iquim.
Pasada la fiebre del oro en América, los conquistadores codiciaban a los Quilmes como fuerza de trabajo. Para dominarlos llevaron a cabo una política sistemática de destrucción de sus cultivos, y finalmente lograron rendirlos en 1666, no por la fuerza –ya que la ciudad era infranqueable– sino por hambre y sed. Existen testimonios dramáticos de suicidios de los indígenas, quienes en muchos casos preferían la muerte a la esclavitud, y se lanzaban al precipicio desde lo alto de su gran fortaleza. A la mayoría de los sobrevivientes –unas 200 familias– se les fijó como lugar de residencia la zona de la provincia de Buenos Aires que hoy se conoce como partido de Quilmes, adonde debieron llegar caminando bajo custodia militar. Allí vivieron hasta 1812 en la Reducción de la Santa Cruz de los Quilmes, que funcionó como encomienda real donde los indios pagaban tributo a la corona con su trabajo. De todas formas, todavía existen en Tucumán muchas personas que se consideran Quilmes, reivindicándose descendientes de los ancestrales guerreros que defendieron sus tierras hasta las últimas consecuencias. Entre ellos están los integrantes de un poblado vecino, quienes luego de años de una polémica concesión de las ruinas a un empresario privado que construyó un hotel dentro del sitio, han tomado hace unos meses el predio de las ruinas y gestionan su cuidado y el ingreso de los turistas.
El shincal de Quimivil
Una larga recta de la Ruta 40 en el norte de la provincia de Catamarca conduce a Londres, un pueblito nada inglés fundado en 1558. Casi todas sus casas son de adobe y una sola calle de asfalto (la misma Ruta 40), lo divide por la mitad. Londres sirve de base para visitar El Shincal de Quimivil, uno de los sitios arqueológicos incas más importantes de la Argentina.
Los incas dominaron con facilidad a los diaguitas de la zona de Catamarca y levantaron El Shincal de Quimivil, que era una capital o centro administrativo del imperio. No fue el único centro de este tipo en la actual Argentina, pero su zona de influencia política se cree que abarcó parte de Catamarca, Salta y Tucumán.
El Shincal abarca unas 21 hectáreas donde se encontraron un centenar de edificios que habrían albergado a 800 pobladores, sin contar a todos los que vivían en los campos de alrededor. Este centro administrativo estaba unido al imperio por la red de 25 mil kilómetros de caminos incas que confluían en el Cuzco. Comenzó a construirse alrededor de 1470 y estuvo habitado hasta 1536. Su trazado urbano coincide con el modelo inca originado en el Cuzco, con dos plataformas ceremoniales de 25 metros de altura, una plaza principal y numerosas habitaciones comunes. Entre los edificios más importantes identificados hay un ushnu, elemento fundamental en la arquitectura inca, que oficiaba de centro administrativo, tribunal de justicia, oráculo y centro ceremonial. También se descubrieron varias kallankas, unos galpones de piedra que se utilizaban como taller de textiles y también como vivienda comunal para personas de alto status. En El Shincal hay un museo de sitio donde se exhiben vasijas, cerámicas, elementos de defensa, y toda clase de piezas arqueológicas.
La ciudacita inca
En el Parque Nacional Los Alisos de la provincia de Tucumán, a 4200 metros de altura, existe un centro ceremonial de alta montaña de origen puramente inca. La Ciudacita se construyó hace unos 500 años en la zona central de los Nevados del Aconquija, y se la visita solamente en una expedición a caballo o a pie con guías autorizados por la Administración de Parques Nacionales. Tomando como base San Miguel de Tucumán, se necesitan de 9 a 10 días en total para completar la travesía.
El trayecto a pie o a caballo comienza en el pueblo de El Tesoro, a 2400 metros de altura, por pendientes empinadas y pedregosas. En total se duermen siete noches en carpa en los que se sienten los efectos de la altura. Pero tanta incomodidad se justifica por la increíble belleza de los paisajes, las manadas de guanacos trotando en la lejanía, y los cóndores pasando a vuelo rasante en busca de carroña. Luego de tres días a caballo se llega a La Ciudacita, donde en una primera recorrida se diferencian muy bien dos ámbitos. Por un lado está el centro ceremonial o kalasasaya, con su puerta del sol o Intiwatana, por donde cae el astro rey cada 21 de diciembre con exactitud milimétrica. Y el segundo sector es el llamado Los Corrales que, según se cree, habría sido un centro de observación astronómico.
En el sector noroeste de La Ciudacita hay una plaza de 75 metros de largo con montículos de piedra en su interior, y también un huanca o roca sagrada. Y al oeste de la plaza se ve una serie de patios rectangulares y recintos circulares que habrían sido viviendas o refugios.
Según los arqueólogos, La Ciudacita nunca estuvo habitada de manera permanente. En invierno las temperaturas descienden a unos 20ºC bajo cero, pero la evidencia más clara de la falta de habitantes fijos es la casi ausencia de restos cerámicos. Algunos de los fragmentos encontrados indican que las personas que llegaban temporalmente hasta allí provenían de las comunidades del valle de Yocavil, Belén y Hualfin. Apuntalando esta teoría, no se registran hallazgos de cementerios en el lugar.
Datos útiles
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Entre los siglos IX y XV, florecieron en todo el noroeste argentino diversas culturas, entre ellas las de Santamaría, Belén, Quilmes y Omahuaca. Hacia el año 1480 estos pueblos fueron dominados por los incas y pasaron a formar parte del Kollasuyo, una de las cuatro provincias del gran imperio con base en el Cuzco. La influencia incaica generó una mayor cohesión cultural, cambios a nivel religioso, técnicas de construcción y, en algunos casos, introdujo el quechua como lengua común. Pero el dominio inca comenzó a resquebrajarse con la llegada de los españoles, quienes sin embargo tuvieron que enfrentar numerosas rebeliones a lo largo de más de un siglo. De aquellos tiempos violentos de luchas internas entre los pueblos originarios primero, y luego de resistencia contra la corona española, perduran hasta hoy fortalezas, ciudades de piedra, infinidad de andenes de cultivos, millares de kilómetros de la red vial del Qapac ñán, y santuarios ceremoniales de alta montaña.
Fortalezas omaguacas Alrededor del año 1000, existían a lo largo de toda la quebrada de Humahuaca una línea de veintidós pucarás o fortalezas emplazadas sobre los cerros. Una de ellas es el pucará de Juella –a 15 kilómetros de la ciudad de Tilcara– al que sólo se puede llegar a caballo o a pie con un guía oficial, siguiendo el lecho rocoso y generalmente seco del río Juella, hasta la cima de una meseta. Desde lo alto se entiende la lógica militar de la elección del lugar, ya que hacia casi todos lados se abren profundos precipicios imposibles de escalar. Hoy, se pueden ver por doquier millares de rocas caídas de lo que fueron viviendas y depósitos del pucará. También hay paredes de más de un metro de alto y varios de largo.
Las técnicas de construcción eran muy simples: las piedras se colocaban una sobre otra sin ningún pegamento. Tomando como eje una calle central, se observan varias decenas de las cuadrículas donde se asentaban las casas. En general, esas viviendas no medían más de 1,80 metro de altura, tenían techo de barro y paja y el piso estaba unos centímetros por debajo de la superficie del terreno. En lo que fue la entrada de alguna de esas casas, se pueden ver los peldaños en perfecto estado de conservación. En las excavaciones próximas a esas construcciones, se encontraron vasijas y enterratorios. En un sector se ven claramente los restos de una especie de plaza con una entrada principal. Se calcula que alrededor de 500 personas de la elite militar vivieron en este pucará. El pueblo agricultor vivía abajo, en agrupamientos de casas llamados antigales.
La cultura Omaguaca comprendía distintos subgrupos como los Tilcara, los Ocloya, los Purmamarca, los Uquía y otros. Por lo general, cada uno de los veintidós pucarás de la quebrada pertenecía a un grupo, quienes aprovechaban la geografía del paisaje para diseñar la estrategia defensiva ante los invasores. En general los Omaguaca guerreaban con los Diaguitas que venían desde la selva de Las Yungas, y los enfrentamientos tenían como objetivo controlar las zonas de mayor fertilidad de la tierra.
Pucara de Tilcara
Subiendo por la Ruta 9, en la quebrada de Humahuaca, se ve al costado derecho un cerro erizado de cardones con una fortaleza india en lo alto. Es el famoso Pucará de Tilcara, un asentamiento fortificado de antigüedad casi milenaria edificado por los omaguacas, que llegó a tener unos dos mil habitantes. Lo descubrió en 1908 Juan Ambrosetti, y en 1948 fue restaurado parcialmente con un criterio muy discutido por los arqueólogos actuales.
Al entrar en los recintos cuadrangulares de este laberinto de muros y casas de piedra, la mayoría de los visitantes suele guardar un silencio reverencial. Algunas casas han sido reconstruidas con techo y todo, y se ingresa por entradas muy bajas. En el interior hay esculturas actuales de los indígenas en tamaño natural, inmersos en los quehaceres domésticos. Pero tanto o más interesante es la zona circundante al núcleo excesivamente restaurado del pucará, donde uno puede pasarse horas caminando entre los cardones con el pasto hasta las rodillas, junto a grandes piedras milenarias que alguna vez sostuvieron los muros de una infranqueable fortaleza.
El grito de los Quilmes
A una hora de Tafí del Valle, al oeste de la provincia de Tucumán, las ruinas de la ciudad de los Quilmes se despliegan en forma de terrazas escalonadas sobre los faldeos del cerro Alto Rey. Allí, el segmento restaurado que se visita es apenas una parte de lo que fue una gran ciudad indígena que llegó a albergar a 3000 personas. El lugar comenzó a poblarse a mediados del siglo XV y fue uno de los principales asentamientos prehispánicos del país. Alrededor del siglo XVII había crecido tanto, que en su centro y alrededores vivían unas 10.000 personas. Vista desde lo alto del cerro, la ciudad parece un complejo laberinto de cuadrículas de hasta 70 metros de largo que servían de andenes de cultivo, depósito y corral para las llamas. En la restauración sólo se reconstruyeron las bases de las casas y se utilizaron las mismas piedras que yacían amontonadas en el sitio. También hay casas circulares que originalmente estaban techadas con paja.
La ciudad era una verdadera fortaleza. De la estructura defensiva aún quedan restos de piedra laja clavados en la tierra formando parapetos a 120 metros de altura. Los Quilmes estaban entrenados en el arte de la guerra debido a sus conflictos con las tribus vecinas, y por esa razón fueron el hueso más duro de roer para los españoles en el norte argentino. Disponían de un verdadero ejército de 400 guerreros que resistió el asedio español durante 130 años. Sus “hermanos de armas” eran los Cafayates, y no solamente resistieron en su ciudad fortificada sino que salían de ella en malón a destruir las que iban fundando los españoles, propinándoles humillantes derrotas bajo el mando del célebre cacique Martín Iquim.
Pasada la fiebre del oro en América, los conquistadores codiciaban a los Quilmes como fuerza de trabajo. Para dominarlos llevaron a cabo una política sistemática de destrucción de sus cultivos, y finalmente lograron rendirlos en 1666, no por la fuerza –ya que la ciudad era infranqueable– sino por hambre y sed. Existen testimonios dramáticos de suicidios de los indígenas, quienes en muchos casos preferían la muerte a la esclavitud, y se lanzaban al precipicio desde lo alto de su gran fortaleza. A la mayoría de los sobrevivientes –unas 200 familias– se les fijó como lugar de residencia la zona de la provincia de Buenos Aires que hoy se conoce como partido de Quilmes, adonde debieron llegar caminando bajo custodia militar. Allí vivieron hasta 1812 en la Reducción de la Santa Cruz de los Quilmes, que funcionó como encomienda real donde los indios pagaban tributo a la corona con su trabajo. De todas formas, todavía existen en Tucumán muchas personas que se consideran Quilmes, reivindicándose descendientes de los ancestrales guerreros que defendieron sus tierras hasta las últimas consecuencias. Entre ellos están los integrantes de un poblado vecino, quienes luego de años de una polémica concesión de las ruinas a un empresario privado que construyó un hotel dentro del sitio, han tomado hace unos meses el predio de las ruinas y gestionan su cuidado y el ingreso de los turistas.
El shincal de Quimivil
Una larga recta de la Ruta 40 en el norte de la provincia de Catamarca conduce a Londres, un pueblito nada inglés fundado en 1558. Casi todas sus casas son de adobe y una sola calle de asfalto (la misma Ruta 40), lo divide por la mitad. Londres sirve de base para visitar El Shincal de Quimivil, uno de los sitios arqueológicos incas más importantes de la Argentina.
Los incas dominaron con facilidad a los diaguitas de la zona de Catamarca y levantaron El Shincal de Quimivil, que era una capital o centro administrativo del imperio. No fue el único centro de este tipo en la actual Argentina, pero su zona de influencia política se cree que abarcó parte de Catamarca, Salta y Tucumán.
El Shincal abarca unas 21 hectáreas donde se encontraron un centenar de edificios que habrían albergado a 800 pobladores, sin contar a todos los que vivían en los campos de alrededor. Este centro administrativo estaba unido al imperio por la red de 25 mil kilómetros de caminos incas que confluían en el Cuzco. Comenzó a construirse alrededor de 1470 y estuvo habitado hasta 1536. Su trazado urbano coincide con el modelo inca originado en el Cuzco, con dos plataformas ceremoniales de 25 metros de altura, una plaza principal y numerosas habitaciones comunes. Entre los edificios más importantes identificados hay un ushnu, elemento fundamental en la arquitectura inca, que oficiaba de centro administrativo, tribunal de justicia, oráculo y centro ceremonial. También se descubrieron varias kallankas, unos galpones de piedra que se utilizaban como taller de textiles y también como vivienda comunal para personas de alto status. En El Shincal hay un museo de sitio donde se exhiben vasijas, cerámicas, elementos de defensa, y toda clase de piezas arqueológicas.
La ciudacita inca
En el Parque Nacional Los Alisos de la provincia de Tucumán, a 4200 metros de altura, existe un centro ceremonial de alta montaña de origen puramente inca. La Ciudacita se construyó hace unos 500 años en la zona central de los Nevados del Aconquija, y se la visita solamente en una expedición a caballo o a pie con guías autorizados por la Administración de Parques Nacionales. Tomando como base San Miguel de Tucumán, se necesitan de 9 a 10 días en total para completar la travesía.
El trayecto a pie o a caballo comienza en el pueblo de El Tesoro, a 2400 metros de altura, por pendientes empinadas y pedregosas. En total se duermen siete noches en carpa en los que se sienten los efectos de la altura. Pero tanta incomodidad se justifica por la increíble belleza de los paisajes, las manadas de guanacos trotando en la lejanía, y los cóndores pasando a vuelo rasante en busca de carroña. Luego de tres días a caballo se llega a La Ciudacita, donde en una primera recorrida se diferencian muy bien dos ámbitos. Por un lado está el centro ceremonial o kalasasaya, con su puerta del sol o Intiwatana, por donde cae el astro rey cada 21 de diciembre con exactitud milimétrica. Y el segundo sector es el llamado Los Corrales que, según se cree, habría sido un centro de observación astronómico.
En el sector noroeste de La Ciudacita hay una plaza de 75 metros de largo con montículos de piedra en su interior, y también un huanca o roca sagrada. Y al oeste de la plaza se ve una serie de patios rectangulares y recintos circulares que habrían sido viviendas o refugios.
Según los arqueólogos, La Ciudacita nunca estuvo habitada de manera permanente. En invierno las temperaturas descienden a unos 20ºC bajo cero, pero la evidencia más clara de la falta de habitantes fijos es la casi ausencia de restos cerámicos. Algunos de los fragmentos encontrados indican que las personas que llegaban temporalmente hasta allí provenían de las comunidades del valle de Yocavil, Belén y Hualfin. Apuntalando esta teoría, no se registran hallazgos de cementerios en el lugar.
Datos útiles
- Pucará de Juella. Se visita con guía autorizado que se contrata en la Oficina de Información Turística de Tilcara. El teléfono del guía Carlos Alberto Valdez es 0388-154075791.
- La Ciudacita. Excursión desde San Miguel de Tucumán, incluyendo los transportes, alojamientos en hostal y en carpa por 9 noches, seguro, pensión completa, servicio de guía, caballos y mulas de carga. www.montanastucumanas.com
- El Shincal de Quimivil. A este sitio se puede ir desde los pueblos de Londres o Belén, en taxi o en colectivo. La empresa La Lunita ofrece un paquete de una noche en Belén con visita a El Shincal y otra para conocer tejedores de ponchos. Desde allí se suele seguir hasta Antofagasta de la Sierra. Más información: www.lalunita.com.ar
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