• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

viernes, 27 de enero de 2012

Vietnam: Viaje en el tiempo


Ciudad Ho Chi Minh

Un recorrido por el sur y el centro de uno de los países asiáticos que más rápido crece. La primera parada es la ex Saigón, luego Dalat, y por último, Hoi An.

Si la energía de una urbe se midiera por la cantidad de motocicletas que transitan sus calles, Ciudad Ho Chi Minh estaría primera en el ránking. Basta con mirar los números: la ex Saigón tiene 7 millones de habitantes y alrededor de 4 millones de motos. ¿Autos? Unos escasos 500 mil. En la ciudad más grande de Vietnam hay, por lo menos, una moto cada dos habitantes: empresarios, vendedores, estudiantes, familias enteras las utilizan como medio de transporte cotidiano y forman una marea de cascos que circula a toda hora por las calles (y veredas) de la ciudad. Es oficial: Saigón es no sólo la capital mundial de las motos sino, además, una de las metrópolis con más adrenalina del Sudeste Asiático.

Desde 2000, Vietnam –oficialmente llamada República Socialista de Vietnam– está entre los países de mayor crecimiento económico. Según el pronóstico de Goldman Sachs, en el 2025 será unas de las 17 economías más grandes del mundo; y, de acuerdo a las proyecciones de Pricewaterhouse Coopers, en el 2050 alcanzará un tamaño equivalente al 70 por ciento de la economía del Reino Unido.

Lo dicho: Vietnam crece a un ritmo desenfrenado y Ciudad Ho Chi Minh (CHCM), ubicada en el sur del país, es la prueba más fehaciente de su desarrollo. Cual museo viviente, CHCM relata su historia a través de su arquitectura, sus museos, sus templos y, sobre todo, su nombre. Originalmente, el territorio formó parte del Imperio Jemer y se llamó Prey Nokor, que significa ciudad bosque. En 1620, refugiados vietnamitas huyeron de una guerra que tenía lugar en el norte, se asentaron en la zona con permiso del rey jemer e, informalmente, comenzaron a llamarla Sài Gòn. En 1860, la ciudad se convirtió en la capital de la colonia francesa de la Cochinchina y fue bautizada, oficialmente, Saigón, la versión occidentalizada del nombre más popular que tuvo la ciudad. Tras las Segunda Guerra Mundial, Vietnam quedó oficialmente dividida en dos y Saigón pasó a ser la capital de Vietnam del Sur. Luego llegaría la guerra –en Vietnam, conocida como Guerra Americana– y, en 1975, la reunificación. Según de qué lado se mire, los hechos que ocurrieron aquel 30 abril se recuerdan como la caída de Saigón o el día de la victoria: el ejército de Vietnam del Norte invadió y ocupó distintos puntos estratégicos de Saigón y la ciudad se rindió, dando fin a la división del país y a una guerra que ya llevaba casi 20 años. Enseguida, fue rebautizada Ciudad Ho Chi Minh en honor al fallecido líder comunista y ex presidente de Vietnam del Norte. Pero, para muchos vietnamitas, nunca dejó –dejará– de llamarse Saigón.

Palacio de la Reunificación

Hoy, los recuerdos de la guerra quedaron circunscriptos al Museo de la Guerra, a los tanques abandonados y al Palacio de la Reunificación. La época colonial francesa ya no está presente más que en los bulevares, los teatros, las casas de ópera, las estaciones de tren y otras construcciones típicas, siendo la Catedral de Notre Dame vietnamita la más emblemática. La influencia china –que también marcó la historia del país durante varios siglos– puede encontrarse en los templos taoístas y confucionistas que abundan en la ciudad. CHCM supo sintetizar lo mejor de cada época y, a eso, sumarle una de sus características más esenciales: la vida callejera. O, como la llaman los vietnamitas: la cultura del asfalto.

CHCM es el centro económico, financiero e industrial de Vietnam. Sin embargo, la rutina de sus habitantes no corresponde a la de una urbe orientada a los negocios, sino a la de una ciudad asiática donde el espacio público domina las actividades diarias. Los saigoneses amanecen a las 6 con el canto de los gallos, la música de las radios y el aroma del pho (sopa de fideos típica) que se cocina en cada esquina. Desde temprano, algunas mujeres despliegan las verduras y frutas frescas sobre la vereda y otras van de mercado en mercado para hacer las compras del día; los hombres cargan frutas en canastos y animales enjaulados en el asiento de atrás de sus motos, mientras las vendedoras ambulantes pasean con sus sombreros cónicos y sostienen, cual balanza, dos contenedores con una vara sobre el hombro.

El ajetreo no tiene horario. Durante todo el día, familias enteras se suben a sus motos (se pueden llegar a ver cinco personas en un solo asiento) y compiten entre sí por transitar todos los huecos que haya disponibles en el asfalto. Los peatones son casi inexistentes, al igual que las reglas de tránsito: no se respetan carriles ni posiciones, se puede doblar en U sin aviso y es costumbre charlar de moto a moto o mandar mensajes de texto mientras se maneja. Eso sí: el casco es obligatorio (y su venta, uno de los negocios más redituables de la ciudad). El caos de tránsito probablemente sea uno de los aspectos más recordados (y temidos) de la ciudad, pero es parte inseparable del paisaje urbano de la ex Saigón y uno de los elementos que le otorgan esa velocidad tan distintiva. Y, al contrario de lo que pueda pensarse, no hace falta cruzar la calle corriendo: el truco es caminar muy despacio, para que sean los motociclistas los que esquiven a los peatones.

De noche, el ritmo no cesa. La ciudad se ilumina, florecen los mercados nocturnos, las mesas se sacan a la vereda y todos cenan al aire libre. Los extranjeros se reúnen en los bares y los habitantes locales charlan en las esquinas hasta pasada la medianoche. Pero los que más parecen disfrutar de la vida nocturna son las parejas mayores que sacan sus reposeras a la calle y se sientan a observar. Probablemente vean, en las motos que pasan, cómo su país avanza a toda velocidad.

 Dalat

La París de Vietnam
Los emperadores también se tomaban en vacaciones. Y, en Vietnam, lo hacían en Dalat. Ubicado a 1.500 metros de altura, Dalat fue el lugar elegido por Bao Dai, el último emperador de Vietnam, para construir su Palacio de Verano. Él, al igual que los dirigentes franceses que huían del calor y el caos de Saigón para refugiarse en la montaña, se sintió atraído por el aire fresco, los alrededores naturales y la tranquilidad de la zona.

Dalat es un reducto único en Vietnam: su clima fresco contrasta con la temperatura tropical del resto del país y en sus campos, en vez de arroz, crecen flores. Las montañas, las casitas de estilo francés y una réplica de la Torre Eiffel hacen que Dalat sea una fusión entre un pueblito de los Alpes y –según afirman sus habitantes, con orgullo– la megaurbe de París.

El primer hotel de Dalat fue construido en 1907. A fines del siglo XIX, un grupo de exploradores pidió al gobernador francés que construyera un resort en la zona montañosa de Vietnam. El plan era erigirlo en Dankia, pero uno de los miembros de la expedición encargada de construir las rutas propuso Dalat, a pocos kilómetros. Desde aquel día, los franceses se dedicaron a urbanizar y embellecer la ciudad construyendo villes, casas color pastel, bulevares, parques, escuelas, complejos de golf y centros de salud.

Esta ciudad de montaña no es para todos: atrae, principalmente, a los amantes del café (sus cafeterías son famosas en todo el país), a las parejas que se van de luna de miel, a los vietnamitas que buscan escapar del calor durante el fin de semana, a los golfistas y a los viajeros aventureros. Dalat es, además, el punto de partida de los easy riders, un grupo de motociclistas locales que realiza tours en motocicleta por la región central de Vietnam, un vehículo que permite el acceso a lugares que, de otra manera, un turista no podría conocer.

La ciudad tiene 200 mil habitantes y puede ser recorrida a pie. Los amantes de la naturaleza pueden practicar mountain bike y trekking o visitar las plantaciones de té y café en las afueras. Y los fanáticos de la arquitectura tendrán dónde entretenerse con dos lugares muy peculiares: la pagoda Linh Phuoc y la Casa de Huéspedes Hang Nga, también conocida como La Casa Loca. La pagoda está ubicada en Trai Mat y contiene un templo con una estatua de Buda de cinco metros de alto y una torre con una campana: es una de las pagodas más coloridas, detalladas y peculiares de Vietnam. En tanto, La Casa Loca es un hotel surrealista que fue diseñado por Hang Viet Nga, hija de un ex presidente de Vietnam, inspirada en los trabajos de Antonio Gaudí. La construcción no sigue ninguna regla arquitectónica: hay escaleras que conducen a la nada, mesas de té insertadas en huecos en las paredes, ventanas con forma de tela de araña, puentes y toboganes. Una casa del árbol de estilo absurdo que asegura una máxima: la estadía en Dalat podrá ser fresca, pero nunca será aburrida.

Hoi An

Nostalgia sin apuro
Mientras el resto del país crece, hay una ciudad que mira hacia atrás con nostalgia: Hoi An. Ubicada en el centro de Vietnam, sobre la costa del mar de la China Meridional, este enclave de casas amarillas, puentes, ríos y lámparas rojas quedó congelado en el siglo XVIII. Aquí, las motos aún no fueron descubiertas. Y el apuro, tampoco: todo queda tan cerca que no hace falta más que caminar. Además, el ruido y la velocidad arruinaría el aura de un pueblo donde los protagonistas son el arte, la gastronomía y la historia.

El pasado de Hoi An se remonta al siglo II, cuando los champa, civilización de origen malayo-polinesio, convirtieron aquel pequeño asentamiento en la capital comercial de su imperio y la llamaron Champa City. En el siglo XIV se retiraron hacia el sur y establecieron su nueva base en Nha Trang. Finalmente, en las postrimerías del siglo XVI, los Nguyen Lords, gobernantes del sur de Vietnam, fundaron la ciudad de Hoi An –también conocida como Faifo– y la convirtieron en el puerto de intercambio más importante del mar de la China Meridional. Así, Hoi An pasó a ser uno de los puntos más estratégicos de todo el Sudeste Asiático y eso hizo que, entre los siglos XVII y XVIII, mercaderes chinos, japoneses, indios y holandeses se asentaran en la ciudad.

A fines del siglo XVIII, sin embargo, el esplendor y la importancia comercial de Hoi An declinó. Da Nang, una ciudad portuaria cercana, se convirtió en el nuevo centro de intercambio de Vietnam central y Hoi An pasó rápidamente al olvido. Desde aquel momento, la ciudad se estancó en el tiempo y no sufrió ninguno de los cambios que atravesó el resto del país. El centro histórico de Hoi An fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999 y es el responsable de que, en las calles y calendarios de la ciudad, el siglo XVIII siga vigente.

Por la mañana, con tranquilidad, las mujeres barren las puertas de entrada y abren sus casas-tienda a la calle. La mayoría están construidas con madera y pintadas de amarillo, no tienen más de dos pisos y funcionan como negocios en la parte de adelante y como viviendas en el fondo. En la cultura callejera de Hoi An, las paredes del frente no existen: todas las construcciones se cierran, solamente de noche, con una reja o con maderas. Los vendedores ambulantes también ocupan las veredas temprano, ponen sus cacerolas en fila y cocinan el desayuno frente al río. Los galeristas exhiben los cuadros contra alguna pared pública, los conductores de cyclos (bicitaxis) comienzan a rondar la zona en busca del primer pasajero y los sastres sacan sus maniquíes con la muestra de ropa hecha a medida a la calle. Desde los barcos, ofrecen miniaturas a los que caminan bordeando el río. Si hay algo que Hoi An conoce a la perfección es el ritual de comprar y vender que viene practicando hace siglos.

Hoi An y Saigón pueden parecer la antítesis una de la otra, pero muchas de las actividades cotidianas de ambas ciudades son las mismas. La diferencia, sin embargo, radica en los sonidos. El centro de Hoi An es silencioso, tranquilo, ya que todo el ruido de la ciudad está concentrado a pocas cuadras, en el mercado local. Ahí, la velocidad vietnamita sigue intacta: las mujeres acomodan su oferta de frutas y verduras en varias mesas, pegadas una al lado de la otra, y conversan a los gritos. Los hombres, mientras tanto, cargan los canastos de sus motos con baguettes frescas (herencia de la época colonial) y zigzaguen entre los puestos del mercado. Cuando llueve, todos se ponen impermeables, improvisan techos de plástico con bolsas y siguen como si nada. Vietnam, cuando llueve, no para: ni siquiera el agua es capaz de frenar las actividades de un país que está en movimiento constante, como la marea.

Aniko Villalba
Ámbito Financiero
Fotos Web


No hay comentarios: