Al sur de Italia, conjuga magníficos palacios e iglesias, ruinas y una historia apasionante. Las tradiciones y los personajes.
Parece Oriente", dice la chica de anteojos oscuros, y tiene algo de razón. Desde el mar, la silueta luminosa de La Valletta dispara fantasías de Las Mil y Una Noches. Cúpulas, torres y fortalezas de color miel se superponen en precario equilibrio como cajitas de fósforos, sobre un monte que cae al Mediterráneo. Pero cuando uno se acerca, la impresión es la de una antigua ciudad europea: iglesias barrocas, palacios renacentistas, balcones que cuelgan sobre calles ondulantes. Entonces, la imagen de Oriente se borronea y uno empieza a preguntarse a qué se parece esta extraña isla que cabalga entre dos continentes.
El archipiélago de Malta está a sólo 93 kilómetros de Sicilia y a 270 de Túnez, y desde hace miles de años ha funcionado como puente entre los continentes de Europa y Africa. Por aquí pasaron fenicios, cartagineses, griegos, romanos, árabes, cruzados, italianos, españoles, franceses e ingleses, y cada uno dejó su huella. Finalmente, en 1964 Malta logró la independencia dentro de la Commonwealth británica y en 1974 se convirtió en república.
Alguien bautizó a la isla de Malta -a la que automáticamente se identifica por la cruz utilizada por la Orden de los Caballeros de San Juan en las Cruzadas- como "el secreto mejor guardado del Mediterráneo". Aunque el turismo europeo hace tiempo que la ha descubierto, gracias a su clima soleado y a los miles de atractivos que encierra en tan pocos kilómetros cuadrados. Aquí se encuentran algunos de los monumentos prehistóricos más antiguos del mundo, además de las murallas y las ruinas de cada una de las civilizaciones que pasó por el Mediterráneo.
Al son de las campanas
En Malta la gente habla un idioma de jotas profundas y vocales abiertas, los automóviles tienen el volante a la derecha y los carteles están escritos en inglés. En Malta la tierra poco sabe de árboles, y el sol saca brillo a la piedra sobre fondos invariablemente azules. En Malta los monumentos prehistóricos se levantan sobre los acantilados mudos, mientras que las antiguas fortalezas guardan ciudades doradas.
En Malta se come pescado y conejo (fenek) con un vino tan dulce que emborracha sin que uno se llegue a dar cuenta. En Malta santos y fieles desfilan por calles cubiertas de flores, al son de campanas y cañonazos.
El auto celeste
Salimos de Sliema, la parte más turística de la isla, en busca de las playas, que parecen escabullirse como espejismos. Las vemos al costado de la ruta que bordea la costa, pero cuando queremos alcanzarlas el conductor de atrás corcovea y debemos seguir de largo. Si algo caracteriza a los malteses es cierta impaciencia a la hora de manejar, a lo que se agrega el camino escarpado y el volante a la derecha. Me empiezo a cuestionar la decisión de alquilar un auto. Sin embargo, hay un dato alentador: la isla tiene apenas 27 km de largo por 14,5 de ancho, con lo que las posibilidades de perderse se reducen drásticamente.
En un recodo del camino logramos bajar en Golden Bay, bautizada con poco ingenio por el color dorado de la arena. Las playas de arena son aquí muy preciadas y eso está a la vista: un nutrido grupo de malteses y extranjeros se disputan las sombrillas. En las playas más concurridas se escuchan todos los idiomas y cunde cierto desenfado europeo.
La mayoría de las playas de la isla de Malta están cubiertas de rocas, y guardan su secreto de aguas azules a distancia. Bañarse, muchas veces, requiere alguna cuota de audacia e ingenio. Las mejores playas, sin embargo, las conoceremos dentro de unos días, cuando un crucero nos lleve hacia las islas de Gozo y Comino, que también forman parte del archipiélago. Por el momento, continuamos el recorrido a bordo del auto celeste.
El mar es invariablemente azul, pero el paisaje de la costa va cambiando. Las piedras color miel titilan por toda la isla en forma de edificios, murallas, paredes de piedra, campos áridos y pedregosos. Cruzamos pueblos de aire medieval, bahías salpicadas con botecitos de colores, acantilados que derrapan sobre el mar.
Las ruinas megalíticas de Hagar Qim nos confirman que estamos en el sur de Malta. El lugar está cerrado y debemos pedir al cuidador que nos deje entrar. Las enormes piedras se encastran una sobre otra a la perfección, aunque una lagartija logra escurrirse a través de un hueco. El mar se intuye bajo los acantilados. Si no fuera por el guardia y por la música inoportuna que sale de la radio, podría jurar que la visión es la misma que tuvieron sus habitantes prehistóricos hace más de cinco mil años.
Malta atesora algunas de las ruinas más antiguas de la humanidad, y una verdadera curiosidad única en el mundo: el Hal Saflieni Hypogeum, una sucesión de cámaras y pasillos subterráneos que datan de la prehistoria, y que fueron cavados sobre la roca viva a modo de santuario y luego de cementerio. Por la noche dejamos el autito celeste para recorrer a pie la bahía de San Julián, con sus restaurantes, bares y bolichitos a orillas del mar.
Un guía maltés
Michael es maltés, bronceado y de cara redonda, pero su aspecto poco dice sobre él. Si hay algo que lo define es su voz grave, que pronuncia el inglés con esa cadencia entre impostada y contenida de un egresado de Oxford. Su familia perteneció a la antigua nobleza local pero fue expropiada.
La providencia lo ha puesto en nuestro camino, y ha determinado que hoy sea él quien se encargue del volante del autito celeste para lidiar con rotondas y automovilistas malhumorados.
La primera parada será en La Valletta, capital de la República de Malta, que se ha autodefinido alguna vez como "Ciudad hecha por caballeros y para caballeros". Por suerte lo tenemos a Michael para que nos explique que la ciudad fue construida a fines del siglo XVI por iniciativa de la Orden de los Caballeros de San Juan, que habían recibido el archipiélago como donación de Carlos I de España hacia 1530.
Pocos años después, en 1565, estos Caballeros, también conocidos como de la Orden de Malta, debieron resistir el sangriento sitio que Solimán el Magnífico impuso a la isla con la intención de anexarla al Imperio Otomano. Los turcos se fueron, pero para defender mejor el lugar, los Caballeros decidieron construir una nueva y moderna ciudad sobre el árido monte Sceberras.
Lejos del crecimiento caótico de sus vecinas europeas, Valletta es un ejemplo de planificación urbana. La ciudad fue construida hace 500 años, pero ya contaba con un sistema sanitario de avanzada, y hasta la disposición de las calles fue pensada para facilitar el paso de las brisas marinas.
Iglesias y palacios
La ciudad es tan hermosa como inabarcable. Aunque su estructura y fortalezas fueron terminadas en apenas 15 años, los Caballeros se encargaron durante los dos siglos siguientes –hasta la invasión de Napoleón– de embellecerla con iglesias, palacios y edificios de frentes renacentistas y barrocos.
En la Catedral de San Juan, los cuadros de Caravaggio copan la escena. El pintor vivió en esta isla hasta que tuvo que huir acusado de un asesinato. Las angostas calles trepan y bajan hacia el mar en pendientes y escaleras. Elijo una para tomar una foto; los balcones de madera verde sobresalen en estrecha sucesión y se roban el cuadro.
Tomamos un descanso en la Plaza de la República, donde, al mejor estilo europeo, los antiguos edificios enmarcan las mesas de café. Me detengo a tomar otra foto: la figura de un santo vestido de bermellón –color que disputa con el dorado el protagonismo en la iconografía maltesa– se esfuma frente al rojo mucho más subido de una clásica cabina telefónica londinense.
Michael conduce ahora hacia Las Tres Ciudades –Senglia, Conspicua y Vittoriosa o Birgu–, que fueron el hogar de los Caballeros antes del sitio de los turcos.De lejos, las fortalezas de San Angelo, San Miguel y San Elmo parecen las paredes de una enorme casa a orillas del mar.
Pero el viaje al pasado continúa, y nos lleva todavía más atrás. Otra vez atravesamos los pueblitos de la costa, donde los santos custodian las veredas con expresión hierática, y anuncian que por la noche habrá "festa". Los barquitos de colores o luzzi se balancean en las bahías como el día anterior, pero Michael nos muestra que la mayoría lleva pintado un par de ojos alrededor de la proa. Según una antigua tradición fenicia, estos ojos protegen a los pescadores de los demonios del mar.
La tarde avanza y cada rincón de la isla invita a detenerse. M'dina y Rabat tienen nombres árabes, y el trazado estrecho de las ciudades medievales. Malta debe mucho al paso de los árabes, y basta con escuchar el maltés, una mezcla de lengua romance y arábiga, para darse una idea. Pero en M'dina los campanarios han reemplazado a los minaretes y las iglesias a las mezquitas. Malta es cristiana desde sus primeros tiempos.
Nuestro guía dice que M'dina, antigua capital de la isla, tiene más de dos mil años de historia, y que aquí vivió durante siglos la nobleza de Malta. Por lo demás, podríamos repetir la sentencia de la mujer de anteojos: "Parece Oriente".
La noche empieza a caer sobre las murallas de M'dina. A lo lejos se ven las lucecitas de pueblos dispersos. En alguno de ellos encontraremos un restaurante de clima festivo, donde las mesas se estiran en alegre convivencia, mientras los malteses invitan a brindar con vino dulce. A la salida, el autito avanza a ciegas entre pueblos oscuros, guiado por campanas y cañonazos."¡Festa!", anuncia Michael, y caminamos hacia una procesión de santos, estandartes y música.
Puentes de bombitas unen las veredas de un carnaval luminoso, mientras los peregrinos cantan y bailan frente al santo. Los cañones disparan desde antiguas murallas fosforescentes. Sólo en la isla de Malta la noche puede despedirse así.
IMPERDIBLE
Para conocer el archipiélago desde el mar, se puede contratar un crucero de todo el día que bordea la isla de Malta y llega hasta sus vecinas Gozo y Comino. El paseo permite ver el incomparable perfil de La Valletta desde la bahía, con sus murallas, torres y el imponente duomo de la Iglesia de las Carmelitas. Luego se transita frente a las costas de la isla de Malta, donde se pueden apreciar las playas y las zonas más agrestes con altísimos acantilados.
El crucero pasa también por la Gruta Azul, un lugar maravilloso con aguas transparentes y enormes cuevas que se forman sobre la roca. Por sus escenarios naturales y bajos costos de producción, Malta ha servido de escenario para numerosas y famosas películas, como es el caso de "Expreso de Medianoche", "Troya" y "Gladiador". Pero sin dudas, el lugar más espectacular del paseo es la Laguna Azul, justo frente a las costas de Comino, famosa por sus aguas cristalinas y hermosas playas.
El Mirador: una mezcla fascinante
Italia, Inglaterra, Turquía, Francia, los países árabes, el Imperio Romano, el islam y el cristianismo, los cruzados. Todo eso es Malta. Todo ahí, mezclado y como concentrado en un punto, que es eso lo que parecen los 316 kilómetros cuadrados de Malta en el azul del Mediterráneo: apenas un punto. Y la mezcla aparece por todas partes. En el habla de los malteses, que alternan su idioma de sonoridad árabe, con un inglés de Oxford y un italiano de acento siciliano; en la arquitectura de Valletta, donde hay cafés vieneses, palacios renacentistas, una fortaleza turca donde Alan Parker filmó Expreso de medianoche. Las callecitas de Malta están llenas de Mini Coopers, un auto que acá es fashion y allá, como un fitito. En esas calles descubrí que Azopardo, un marino que aquí tenemos por argentino, en realidad nació en Malta, el lugar de la mezcla.
Se pueden contratar cruceros de un día completo para recorrer las costas y las islas vecinas (www.captainmorgan.com.mt). En tanto, las agencias de viajes del lugar ofrecen una gran variedad de excursiones. Se puede pasar un día en Sicilia, y visitar también Taormina y el volcán Etna.
www.visitmalta.com
Fuente: Diario Clarín - Suplemento Viajes
Foto: web
Parece Oriente", dice la chica de anteojos oscuros, y tiene algo de razón. Desde el mar, la silueta luminosa de La Valletta dispara fantasías de Las Mil y Una Noches. Cúpulas, torres y fortalezas de color miel se superponen en precario equilibrio como cajitas de fósforos, sobre un monte que cae al Mediterráneo. Pero cuando uno se acerca, la impresión es la de una antigua ciudad europea: iglesias barrocas, palacios renacentistas, balcones que cuelgan sobre calles ondulantes. Entonces, la imagen de Oriente se borronea y uno empieza a preguntarse a qué se parece esta extraña isla que cabalga entre dos continentes.
El archipiélago de Malta está a sólo 93 kilómetros de Sicilia y a 270 de Túnez, y desde hace miles de años ha funcionado como puente entre los continentes de Europa y Africa. Por aquí pasaron fenicios, cartagineses, griegos, romanos, árabes, cruzados, italianos, españoles, franceses e ingleses, y cada uno dejó su huella. Finalmente, en 1964 Malta logró la independencia dentro de la Commonwealth británica y en 1974 se convirtió en república.
Alguien bautizó a la isla de Malta -a la que automáticamente se identifica por la cruz utilizada por la Orden de los Caballeros de San Juan en las Cruzadas- como "el secreto mejor guardado del Mediterráneo". Aunque el turismo europeo hace tiempo que la ha descubierto, gracias a su clima soleado y a los miles de atractivos que encierra en tan pocos kilómetros cuadrados. Aquí se encuentran algunos de los monumentos prehistóricos más antiguos del mundo, además de las murallas y las ruinas de cada una de las civilizaciones que pasó por el Mediterráneo.
Al son de las campanas
En Malta la gente habla un idioma de jotas profundas y vocales abiertas, los automóviles tienen el volante a la derecha y los carteles están escritos en inglés. En Malta la tierra poco sabe de árboles, y el sol saca brillo a la piedra sobre fondos invariablemente azules. En Malta los monumentos prehistóricos se levantan sobre los acantilados mudos, mientras que las antiguas fortalezas guardan ciudades doradas.
En Malta se come pescado y conejo (fenek) con un vino tan dulce que emborracha sin que uno se llegue a dar cuenta. En Malta santos y fieles desfilan por calles cubiertas de flores, al son de campanas y cañonazos.
El auto celeste
Salimos de Sliema, la parte más turística de la isla, en busca de las playas, que parecen escabullirse como espejismos. Las vemos al costado de la ruta que bordea la costa, pero cuando queremos alcanzarlas el conductor de atrás corcovea y debemos seguir de largo. Si algo caracteriza a los malteses es cierta impaciencia a la hora de manejar, a lo que se agrega el camino escarpado y el volante a la derecha. Me empiezo a cuestionar la decisión de alquilar un auto. Sin embargo, hay un dato alentador: la isla tiene apenas 27 km de largo por 14,5 de ancho, con lo que las posibilidades de perderse se reducen drásticamente.
En un recodo del camino logramos bajar en Golden Bay, bautizada con poco ingenio por el color dorado de la arena. Las playas de arena son aquí muy preciadas y eso está a la vista: un nutrido grupo de malteses y extranjeros se disputan las sombrillas. En las playas más concurridas se escuchan todos los idiomas y cunde cierto desenfado europeo.
La mayoría de las playas de la isla de Malta están cubiertas de rocas, y guardan su secreto de aguas azules a distancia. Bañarse, muchas veces, requiere alguna cuota de audacia e ingenio. Las mejores playas, sin embargo, las conoceremos dentro de unos días, cuando un crucero nos lleve hacia las islas de Gozo y Comino, que también forman parte del archipiélago. Por el momento, continuamos el recorrido a bordo del auto celeste.
El mar es invariablemente azul, pero el paisaje de la costa va cambiando. Las piedras color miel titilan por toda la isla en forma de edificios, murallas, paredes de piedra, campos áridos y pedregosos. Cruzamos pueblos de aire medieval, bahías salpicadas con botecitos de colores, acantilados que derrapan sobre el mar.
Las ruinas megalíticas de Hagar Qim nos confirman que estamos en el sur de Malta. El lugar está cerrado y debemos pedir al cuidador que nos deje entrar. Las enormes piedras se encastran una sobre otra a la perfección, aunque una lagartija logra escurrirse a través de un hueco. El mar se intuye bajo los acantilados. Si no fuera por el guardia y por la música inoportuna que sale de la radio, podría jurar que la visión es la misma que tuvieron sus habitantes prehistóricos hace más de cinco mil años.
Malta atesora algunas de las ruinas más antiguas de la humanidad, y una verdadera curiosidad única en el mundo: el Hal Saflieni Hypogeum, una sucesión de cámaras y pasillos subterráneos que datan de la prehistoria, y que fueron cavados sobre la roca viva a modo de santuario y luego de cementerio. Por la noche dejamos el autito celeste para recorrer a pie la bahía de San Julián, con sus restaurantes, bares y bolichitos a orillas del mar.
Un guía maltés
Michael es maltés, bronceado y de cara redonda, pero su aspecto poco dice sobre él. Si hay algo que lo define es su voz grave, que pronuncia el inglés con esa cadencia entre impostada y contenida de un egresado de Oxford. Su familia perteneció a la antigua nobleza local pero fue expropiada.
La providencia lo ha puesto en nuestro camino, y ha determinado que hoy sea él quien se encargue del volante del autito celeste para lidiar con rotondas y automovilistas malhumorados.
La primera parada será en La Valletta, capital de la República de Malta, que se ha autodefinido alguna vez como "Ciudad hecha por caballeros y para caballeros". Por suerte lo tenemos a Michael para que nos explique que la ciudad fue construida a fines del siglo XVI por iniciativa de la Orden de los Caballeros de San Juan, que habían recibido el archipiélago como donación de Carlos I de España hacia 1530.
Pocos años después, en 1565, estos Caballeros, también conocidos como de la Orden de Malta, debieron resistir el sangriento sitio que Solimán el Magnífico impuso a la isla con la intención de anexarla al Imperio Otomano. Los turcos se fueron, pero para defender mejor el lugar, los Caballeros decidieron construir una nueva y moderna ciudad sobre el árido monte Sceberras.
Lejos del crecimiento caótico de sus vecinas europeas, Valletta es un ejemplo de planificación urbana. La ciudad fue construida hace 500 años, pero ya contaba con un sistema sanitario de avanzada, y hasta la disposición de las calles fue pensada para facilitar el paso de las brisas marinas.
Iglesias y palacios
La ciudad es tan hermosa como inabarcable. Aunque su estructura y fortalezas fueron terminadas en apenas 15 años, los Caballeros se encargaron durante los dos siglos siguientes –hasta la invasión de Napoleón– de embellecerla con iglesias, palacios y edificios de frentes renacentistas y barrocos.
En la Catedral de San Juan, los cuadros de Caravaggio copan la escena. El pintor vivió en esta isla hasta que tuvo que huir acusado de un asesinato. Las angostas calles trepan y bajan hacia el mar en pendientes y escaleras. Elijo una para tomar una foto; los balcones de madera verde sobresalen en estrecha sucesión y se roban el cuadro.
Tomamos un descanso en la Plaza de la República, donde, al mejor estilo europeo, los antiguos edificios enmarcan las mesas de café. Me detengo a tomar otra foto: la figura de un santo vestido de bermellón –color que disputa con el dorado el protagonismo en la iconografía maltesa– se esfuma frente al rojo mucho más subido de una clásica cabina telefónica londinense.
Michael conduce ahora hacia Las Tres Ciudades –Senglia, Conspicua y Vittoriosa o Birgu–, que fueron el hogar de los Caballeros antes del sitio de los turcos.De lejos, las fortalezas de San Angelo, San Miguel y San Elmo parecen las paredes de una enorme casa a orillas del mar.
Pero el viaje al pasado continúa, y nos lleva todavía más atrás. Otra vez atravesamos los pueblitos de la costa, donde los santos custodian las veredas con expresión hierática, y anuncian que por la noche habrá "festa". Los barquitos de colores o luzzi se balancean en las bahías como el día anterior, pero Michael nos muestra que la mayoría lleva pintado un par de ojos alrededor de la proa. Según una antigua tradición fenicia, estos ojos protegen a los pescadores de los demonios del mar.
La tarde avanza y cada rincón de la isla invita a detenerse. M'dina y Rabat tienen nombres árabes, y el trazado estrecho de las ciudades medievales. Malta debe mucho al paso de los árabes, y basta con escuchar el maltés, una mezcla de lengua romance y arábiga, para darse una idea. Pero en M'dina los campanarios han reemplazado a los minaretes y las iglesias a las mezquitas. Malta es cristiana desde sus primeros tiempos.
Nuestro guía dice que M'dina, antigua capital de la isla, tiene más de dos mil años de historia, y que aquí vivió durante siglos la nobleza de Malta. Por lo demás, podríamos repetir la sentencia de la mujer de anteojos: "Parece Oriente".
La noche empieza a caer sobre las murallas de M'dina. A lo lejos se ven las lucecitas de pueblos dispersos. En alguno de ellos encontraremos un restaurante de clima festivo, donde las mesas se estiran en alegre convivencia, mientras los malteses invitan a brindar con vino dulce. A la salida, el autito avanza a ciegas entre pueblos oscuros, guiado por campanas y cañonazos."¡Festa!", anuncia Michael, y caminamos hacia una procesión de santos, estandartes y música.
Puentes de bombitas unen las veredas de un carnaval luminoso, mientras los peregrinos cantan y bailan frente al santo. Los cañones disparan desde antiguas murallas fosforescentes. Sólo en la isla de Malta la noche puede despedirse así.
IMPERDIBLE
Para conocer el archipiélago desde el mar, se puede contratar un crucero de todo el día que bordea la isla de Malta y llega hasta sus vecinas Gozo y Comino. El paseo permite ver el incomparable perfil de La Valletta desde la bahía, con sus murallas, torres y el imponente duomo de la Iglesia de las Carmelitas. Luego se transita frente a las costas de la isla de Malta, donde se pueden apreciar las playas y las zonas más agrestes con altísimos acantilados.
El crucero pasa también por la Gruta Azul, un lugar maravilloso con aguas transparentes y enormes cuevas que se forman sobre la roca. Por sus escenarios naturales y bajos costos de producción, Malta ha servido de escenario para numerosas y famosas películas, como es el caso de "Expreso de Medianoche", "Troya" y "Gladiador". Pero sin dudas, el lugar más espectacular del paseo es la Laguna Azul, justo frente a las costas de Comino, famosa por sus aguas cristalinas y hermosas playas.
El Mirador: una mezcla fascinante
Italia, Inglaterra, Turquía, Francia, los países árabes, el Imperio Romano, el islam y el cristianismo, los cruzados. Todo eso es Malta. Todo ahí, mezclado y como concentrado en un punto, que es eso lo que parecen los 316 kilómetros cuadrados de Malta en el azul del Mediterráneo: apenas un punto. Y la mezcla aparece por todas partes. En el habla de los malteses, que alternan su idioma de sonoridad árabe, con un inglés de Oxford y un italiano de acento siciliano; en la arquitectura de Valletta, donde hay cafés vieneses, palacios renacentistas, una fortaleza turca donde Alan Parker filmó Expreso de medianoche. Las callecitas de Malta están llenas de Mini Coopers, un auto que acá es fashion y allá, como un fitito. En esas calles descubrí que Azopardo, un marino que aquí tenemos por argentino, en realidad nació en Malta, el lugar de la mezcla.
Se pueden contratar cruceros de un día completo para recorrer las costas y las islas vecinas (www.captainmorgan.com.mt). En tanto, las agencias de viajes del lugar ofrecen una gran variedad de excursiones. Se puede pasar un día en Sicilia, y visitar también Taormina y el volcán Etna.
www.visitmalta.com
Fuente: Diario Clarín - Suplemento Viajes
Foto: web
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