De aquí a la eternidad
El Coliseo era el anfiteatro de la vida cotidiana. Fue escenario de espectáculos sangrientos y sitio sagrado. Allí se representaron tragedias griegas y tocó Paul McCartney. Bienvenidos al ícono más visitado de Italia.
Hoy los visitantes tienen acceso sólo a dos niveles. En el 2000 se reconstruyó una parte de la arena, que era la plataforma de madera donde se desarrollaban los espectáculos.
Chi è? (¿Quién es?)", suena la pregunta, poco acogedora, del otro lado del portero. ¿Será una recreación del tono de voz de Nerón, aquel muchacho que de tan ambicioso llegó a emperador en el año 54 y que se había propuesto montar justo aquí, donde estamos parados, el lago artificial de la residencia imperial más grande que jamás se haya visto en Roma? ¿O tratará de un imitador de Tito Flavio Vespasiano, el que mejor le supo dar pan y circo a los romanos cuando inauguró este anfiteatro, en el año 80, con cien días de festichola, gladiadores, animales exóticos y la mar en coche?
Con visor y muy parecido a los que hoy instalan en las nuevas torres de Puerto Madero, el portero eléctrico del Coliseo es un atajo para burlar el cordón de los cinco millones de visitantes que, por año, pasan sus bolsos y mochilas por el detector de metales para dar una vuelta por el monumento más visitado de Italia.
Esquivar la cola que va formando un anillo humano en torno al Coliseo –impacientes abstenerse– supone convencer a Umberto Valera, la voz el portero, para que abra la reja. Valera maneja la seguridad del Coliseo desde hace 24 años y asegura que nada cambió desde que estos 3.357 metros cuadrados fueron declarados nueva Maravilla del mundo.
"Esto es siempre así", dice señalando a las multitudes que se asoman a las galerías roídas del subsuelo sólo desde los balcones de la planta baja y el primer piso. Porque –acá viene la paradoja– el 70 por ciento del Coliseo está vedado a sus visitantes.
"En realidad, no podría visitarse nunca completo. Habría que transformarlo en otra cosa o arriesgar la vida de los turistas –trata de consolar el superintendente de Bienes Arqueológicos de Roma, Angelo Bottini–. La estructura no es adecuada. Y las prioridades que tenemos son de carácter conservativo, es decir, qué es lo que está en riesgo y no qué es lo más turístico. El Coliseo está en segundo plano, detrás de otro patrimonio importante para la ciudad que necesita restauración como el Palatino." El Palatino, entre el Foro romano y el Circo Máximo, es una de las siete colinas de Roma. Hay un museo que se puede visitar con la misma entrada al Coliseo y, según la mitología romana, allí estaba la cueva donde se supone que Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba.
Coloso, Coliseo, Colosal
Lucila D'Alessandro trabaja en el Punto de Encuentro, una oficina discreta montada en el último nivel de acceso al público. "El desafío hoy es atraer a los locales, lograr que los italianos vengan al Coliseo. Porque hay muchos extranjeros pero si uno pregunta a los romanos, todavía hay algunos que nunca vinieron", dice.
Ella, que tiene la teoría bien aprendida, cuenta que lo de Coliseo –hay guías que lo llaman Anfiteatro Flavio, por la dinastía que lo mandó a construir y devolvió a la plebe en puro gesto demagógico ese espacio que Nerón se había apropiado– aparece por primera vez en la Edad Media, en el siglo VII. Que
se supone que el nombre deriva no tanto del monumental tamaño del edificio como de la estatua colosal que Nerón había encargado por amor propio. Inspirada en el célebre Coloso de Rodas, la figura medía 35 metros.
De ahí en más, la palabra Coliseo se adoptó en el mundo anglosajón para referirse a un lugar de referencia que reúne a gente para el entretenimiento –no siempre gratis, como era en Roma– o, en algunos casos, al corazón de una ciudad. Está el Los Angeles Coliseum, por ejemplo, donde tocaron los Rolling Stones y se celebraron los Juegos Olímpicos de 1984 y varios lugares del mundo tienen su propio coliseo, como Kuala Lumpur y Hong Kong.
Dime quien eres y te dire donde te sientas
Por las 66 puertas que tenía el anfiteatro –reducidas hoy a dos– el público se acomodaba según su rango. Era tarea favorita de Augusto separar con reglamento a las distintas clases sociales en los espectáculos públicos que, a pleno, llegaban a reunir a una 73 mil personas.
En los tres primeros pisos, esos formados por ochenta arcadas cada uno, se sentaban, en orden: los senadores y sus familias –con almohadones, en butacas de piedra–; los caballeros –en gradas de mármol– junto a embajadores y diplomáticos extranjeros; y en el tercero –de madera–, la plebe.
Había lugares especiales para los jóvenes aún sin deberes cívicos y para los maestros de escuela. Las mujeres y los pobres veían el espectáculo desde la cuarta planta, allí donde funcionaba el mecanismo del velarium , el telón que manejaba un entrenado grupo de marineros como si fueran velas de una embarcación y que protegía al público del sol y de la lluvia.
El show, que era un plan de día completo, transcurría sobre lo que se conoce como "arena", una planicie de madera. Los gladiadores entraban por la porta Triunphalis, al oeste, y salían –vencedores o con los pies para adelante– por la porta Libitinaria, al este. Algunas fuentes recuerdan las batallas navales organizadas aquí por los Flavios pero eso tuvo que haber sido antes de la construcción del subsuelo (hipogeo) que completó Domiciano –hermano de Tito, hijo de Vespasiano– y que era fundamental para el desarrollo de los juegos y de las cacerías por el sofisticado sistema de poleas que hacía irrumpir sobre el escenario a las fieras.
"A la mañana se celebraban la caza de animales, las luchas de hombres y animales y las de animales entre sí –explica Lucilla, mientras arrea visitantes–. Y a la hora del almuerzo se hacían las ejecuciones de los que habían cometido algún robo o un asesinato. Constantino, que fue el primer emperador cristiano, incluyó el adulterio entre las penas capitales, pero no hay prueba cierta de la persecución de cristianos en el Coliseo."
Las venatio –como se llamaba a la caza de fieras feroces– ya se conocían en Roma: la primera se había hecho en el año 186 a.C. con animales exóticos traídos de Oriente. Las munera –lucha de gladiadores que seguía al almuerzo– habían comenzado como exhibiciones privadas de poder y prestigio familiar en el 264 a.C. en ocasión de un funeral.
Agustín Aldazábal no recuerda haber estudiado esto en el colegio. Con la camiseta de Boca, el compatriota adolescente recorre el Coliseo con su abuela Adela y su prima Katalina. Este viaje, el primero por Europa, es el mejor regalo de 15 que Adela pudo hacerle a sus nietos. "Me gustó Gladiador y cuando recorrí el Coliseo iba relacionando lo que vi en el cine. Cómo el emperador decidía la muerte de una persona. Cómo se sentaban acá los políticos y el pueblo", cuenta. La intención es no desilusionarlo: nunca le diremos que, en realidad, la historia que protagonizó Russell Crowe no se filmó aquí sino en un falso Coliseo montado en Malta. Agustín es demasiado purrete para saberlo pero el verdadero Coliseo de película es el que comparte cuadro con Silvana Mangano en La vista de la tierra desde la luna (1966), de Pasolini, o con Nando Moriconi en Un americano de Roma (1965). Es, para más datos, casa de Romeo, el felino tano de Los aristogatos (1970).
Menos sangre, sudor y lagrimas
Con el tiempo, las luchas como medio de esparcimiento en el Coliseo se volvieron menos sangrientas y los espectáculos más modestos hasta que, en el año 438, un decreto imperial prohibió los juegos de gladiadores y, casi un siglo después, la caza de animales.
El Coliseo, casi en perpetua restauración desde el año 138, sufrió incendios, terremotos y saqueos. El fuego que más lo dañó –entre sus instalaciones originales abundaba la madera– fue el que lo sorprendió en el 217, y lo mantuvo clausurado por cinco años. Eso explica que la estructura hoy conservada no sea la de la época flavia de Vespasiano, Tito y Domiciano sino la del siglo III.
"Los agujeros de la fachada no son más que los que dejaron los saqueos de las piezas de metal que unían los bloques de travertino –comenta Umberto, quien tiene a su cargo a las 45 personas que controlan la seguridad del monumento–. Hoy, la gente se sigue llevando pedacitos de mármol o de ladrillo que creen son originales aunque en realidad no lo son. Son reconstrucciones que, aunque no tienen el mismo valor, son consideradas importantes. Por eso, cuando pescamos a alguien llevándose algo, lo denunciamos. No va preso pero paga como multa la restauración."
El Coliseo estaba hecho de travertino, ladrillos, piedra volcánica y mármol para decorar los capiteles que, durante la Edad Media y el Renacimiento, se transformaron en una cantera de materiales para levantar otros palazzi . Hasta los papas metieron mano para la construcción de la basílica de San Pedro.
Con el tiempo, el Coliseo se fue templando como ambiente sacro: en el siglo XVI la Iglesia lo convirtió en sede de una capilla. En 1720, un decreto papal estableció el Vía Crucis en la arena del antiguo anfiteatro y, treinta años después, el Coliseo fue consagrado a la memoria de los mártires.
Recién en el 1800 se hicieron las excavaciones y reparaciones más decisivas para acceder al monumento tal como lo hacemos hoy. Se descubrió el hipogeo y se reforzó con una construcción la estructura perimetral oriental que amenazaba con desmoronarse. En 1870, cuando Roma fue declarada capital de Italia, la arena del Coliseo fue barrida y, junto con la tierra que acolchaba el legendario escenario de gladiadores, la cruz que estaba allí plantada. Significó un escándalo entre el Vaticano y el estado italiano que años después Mussolini intentó atenuar trasladando la cruz, hecha con olivo del Getsemaní –donde, según el Nuevo Testamento, Jesús rezó la última noche antes de ser crucificado–, al lado norte del anfiteatro, donde aún permanece.
Dentro de las zonas vedadas al común de las almas hay una capillita, de 1796, donde los domingos de mañana se celebra misa. Umberto Valera, el hombre de Seguridad, no tiene la llave de la Capilla de Santa María della Pietà, pero conduce gustoso hasta su puerta. Una placa señala que Pío VI estuvo aquí.
El Coliseo no se vende
A principios de los años '70, el desprendimiento de bloques de 20 kilos de mármol alarmó sobre su conservación. "El milenario Coliseo romano se desploma", vaticinaba, tremendista, la prensa. Y al tiempo que anunciaban el segundo embarazo de Sofía Loren, los diarios chusmeaban que un millonario californiano ofrecía un millón de dólares para convertirse en propietario del Coliseo.
En el 2000 se reconstruyó parte del hipogeo para que, después de quince siglos, se pudiera representar allí Edipo rey , la tragedia de Sófocles que vieron unas 700 personas, a 50 dólares la entrada.
Dos años más tarde, el gobierno de centroderecha de Silvio Berlusconi promulgó una ley que apuntaba a reducir el déficit público con la venta del patrimonio artístico y cultural de Italia. Desempolvaba, así, una ley de 1939 que habilitaba al estado a desprenderse de sus joyas arquitectónica se históricas como museos, galería, estatuas y monumentos.
"Se puede llegar a vender lo que no tenga interéscultural pero los restos arqueológicos no son
enajenables", tranquiliza el superintendente de Bienes Arqueológicos, Angelo Bottini.
Esto sin contar que, desde que el Coliseo abandonó en 1997 su condición de atracción turística libre
y gratuita es, de los emblemas de Italia, el que más factura: 27 millones de euros por año. Lo siguen las ruinas de Pompeya –cerca de 20 millones y la galería de los Uffizi, en Florencia –con 8,5 millones –.
"Sin embargo, con el poco dinero que contamos, el Coliseo y sus problemas no son una prioridad para nosotros pero si hay una certeza es que el Coliseo no se vende", agrega el funcionario. Parece que de los 20,6 millones de euros del presupuesto destinados a la restauración de monumentos, sólo fueron entregados 14,4 hasta ahora.
"De todos modos, hay proyectos de reestructuración para el Coliseo. Estamos trabajando para bajar un metro el nivel del piso. La idea es alejar el tránsito, limpiar de vendedores ambulantes y habilitar un área de servicios bajo tierra", dice Bottini. La estación Coliseo de la línea B de subtes –en Roma hay sólo dos– deja a los visitantes en la esquina del anfiteatro. Cada tanto, urbanistas y conservacionistas argumentan que el Coliseo tiembla.
Una versión libre podría asegurar que, mejor dicho, late: en mayo de 2003 el anfiteatro le abrió las puertas a un beatle. Paul McCartney dio un concierto para 400 personas que pagaron 1.485 dólares por un lugarcito en la arena. Fue a beneficio, para reconstruir el Museo Arqueológico de Bagdad. Y su valor simbólico sigue siendo tal que hasta el diseñador Valentino celebró sus 45 años con la moda con una cena de gala, hace semanas, en una reconstrucción hecha con resina de cristal de las columnas del templo de Venus, a metros del Coliseo.
A fines de julio, Roberto L. y Michele M., efebos enamorados, fueron sorprendidos frente a las arcadas del monumento. La guardia nocturna que merodea el lugar los detuvo por falta de pudor. Según los carabinieri , la pareja gay se propinaba amor carnal en público. Los jóvenes aseguran que sólo se estaban besando. Al día siguiente, las organizaciones gay convocaron a un beso colectivo –un kiss in – frente al Coliseo "en representación de nuestro no a todo comportamiento discriminatorio y homofóbico". El prestigioso filósofo italiano Gianni Vattimo, quien hizo pública su homosexualidad a mediados de los '70, se excusó de participar porque no se encontraba en Roma por esos días pero no se perdió la oportunidad de agregar: "Dicen que sería escandaloso que una pareja tenga sexo en el Coliseo, el lugar del Vía Crucis y de los mártires cristianos, pero estoy seguro de que junto a esos muros se debía practicar sexo salvaje también en aquella época". Quien pueda asegurar lo contrario, que arroje la primera piedra.
Marina Artusa
Enviada especial a Roma
Revista Viva - Clarín
El Coliseo era el anfiteatro de la vida cotidiana. Fue escenario de espectáculos sangrientos y sitio sagrado. Allí se representaron tragedias griegas y tocó Paul McCartney. Bienvenidos al ícono más visitado de Italia.
Hoy los visitantes tienen acceso sólo a dos niveles. En el 2000 se reconstruyó una parte de la arena, que era la plataforma de madera donde se desarrollaban los espectáculos.
Chi è? (¿Quién es?)", suena la pregunta, poco acogedora, del otro lado del portero. ¿Será una recreación del tono de voz de Nerón, aquel muchacho que de tan ambicioso llegó a emperador en el año 54 y que se había propuesto montar justo aquí, donde estamos parados, el lago artificial de la residencia imperial más grande que jamás se haya visto en Roma? ¿O tratará de un imitador de Tito Flavio Vespasiano, el que mejor le supo dar pan y circo a los romanos cuando inauguró este anfiteatro, en el año 80, con cien días de festichola, gladiadores, animales exóticos y la mar en coche?
Con visor y muy parecido a los que hoy instalan en las nuevas torres de Puerto Madero, el portero eléctrico del Coliseo es un atajo para burlar el cordón de los cinco millones de visitantes que, por año, pasan sus bolsos y mochilas por el detector de metales para dar una vuelta por el monumento más visitado de Italia.
Esquivar la cola que va formando un anillo humano en torno al Coliseo –impacientes abstenerse– supone convencer a Umberto Valera, la voz el portero, para que abra la reja. Valera maneja la seguridad del Coliseo desde hace 24 años y asegura que nada cambió desde que estos 3.357 metros cuadrados fueron declarados nueva Maravilla del mundo.
"Esto es siempre así", dice señalando a las multitudes que se asoman a las galerías roídas del subsuelo sólo desde los balcones de la planta baja y el primer piso. Porque –acá viene la paradoja– el 70 por ciento del Coliseo está vedado a sus visitantes.
"En realidad, no podría visitarse nunca completo. Habría que transformarlo en otra cosa o arriesgar la vida de los turistas –trata de consolar el superintendente de Bienes Arqueológicos de Roma, Angelo Bottini–. La estructura no es adecuada. Y las prioridades que tenemos son de carácter conservativo, es decir, qué es lo que está en riesgo y no qué es lo más turístico. El Coliseo está en segundo plano, detrás de otro patrimonio importante para la ciudad que necesita restauración como el Palatino." El Palatino, entre el Foro romano y el Circo Máximo, es una de las siete colinas de Roma. Hay un museo que se puede visitar con la misma entrada al Coliseo y, según la mitología romana, allí estaba la cueva donde se supone que Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba.
Coloso, Coliseo, Colosal
Lucila D'Alessandro trabaja en el Punto de Encuentro, una oficina discreta montada en el último nivel de acceso al público. "El desafío hoy es atraer a los locales, lograr que los italianos vengan al Coliseo. Porque hay muchos extranjeros pero si uno pregunta a los romanos, todavía hay algunos que nunca vinieron", dice.
Ella, que tiene la teoría bien aprendida, cuenta que lo de Coliseo –hay guías que lo llaman Anfiteatro Flavio, por la dinastía que lo mandó a construir y devolvió a la plebe en puro gesto demagógico ese espacio que Nerón se había apropiado– aparece por primera vez en la Edad Media, en el siglo VII. Que
se supone que el nombre deriva no tanto del monumental tamaño del edificio como de la estatua colosal que Nerón había encargado por amor propio. Inspirada en el célebre Coloso de Rodas, la figura medía 35 metros.
De ahí en más, la palabra Coliseo se adoptó en el mundo anglosajón para referirse a un lugar de referencia que reúne a gente para el entretenimiento –no siempre gratis, como era en Roma– o, en algunos casos, al corazón de una ciudad. Está el Los Angeles Coliseum, por ejemplo, donde tocaron los Rolling Stones y se celebraron los Juegos Olímpicos de 1984 y varios lugares del mundo tienen su propio coliseo, como Kuala Lumpur y Hong Kong.
Dime quien eres y te dire donde te sientas
Por las 66 puertas que tenía el anfiteatro –reducidas hoy a dos– el público se acomodaba según su rango. Era tarea favorita de Augusto separar con reglamento a las distintas clases sociales en los espectáculos públicos que, a pleno, llegaban a reunir a una 73 mil personas.
En los tres primeros pisos, esos formados por ochenta arcadas cada uno, se sentaban, en orden: los senadores y sus familias –con almohadones, en butacas de piedra–; los caballeros –en gradas de mármol– junto a embajadores y diplomáticos extranjeros; y en el tercero –de madera–, la plebe.
Había lugares especiales para los jóvenes aún sin deberes cívicos y para los maestros de escuela. Las mujeres y los pobres veían el espectáculo desde la cuarta planta, allí donde funcionaba el mecanismo del velarium , el telón que manejaba un entrenado grupo de marineros como si fueran velas de una embarcación y que protegía al público del sol y de la lluvia.
El show, que era un plan de día completo, transcurría sobre lo que se conoce como "arena", una planicie de madera. Los gladiadores entraban por la porta Triunphalis, al oeste, y salían –vencedores o con los pies para adelante– por la porta Libitinaria, al este. Algunas fuentes recuerdan las batallas navales organizadas aquí por los Flavios pero eso tuvo que haber sido antes de la construcción del subsuelo (hipogeo) que completó Domiciano –hermano de Tito, hijo de Vespasiano– y que era fundamental para el desarrollo de los juegos y de las cacerías por el sofisticado sistema de poleas que hacía irrumpir sobre el escenario a las fieras.
"A la mañana se celebraban la caza de animales, las luchas de hombres y animales y las de animales entre sí –explica Lucilla, mientras arrea visitantes–. Y a la hora del almuerzo se hacían las ejecuciones de los que habían cometido algún robo o un asesinato. Constantino, que fue el primer emperador cristiano, incluyó el adulterio entre las penas capitales, pero no hay prueba cierta de la persecución de cristianos en el Coliseo."
Las venatio –como se llamaba a la caza de fieras feroces– ya se conocían en Roma: la primera se había hecho en el año 186 a.C. con animales exóticos traídos de Oriente. Las munera –lucha de gladiadores que seguía al almuerzo– habían comenzado como exhibiciones privadas de poder y prestigio familiar en el 264 a.C. en ocasión de un funeral.
Agustín Aldazábal no recuerda haber estudiado esto en el colegio. Con la camiseta de Boca, el compatriota adolescente recorre el Coliseo con su abuela Adela y su prima Katalina. Este viaje, el primero por Europa, es el mejor regalo de 15 que Adela pudo hacerle a sus nietos. "Me gustó Gladiador y cuando recorrí el Coliseo iba relacionando lo que vi en el cine. Cómo el emperador decidía la muerte de una persona. Cómo se sentaban acá los políticos y el pueblo", cuenta. La intención es no desilusionarlo: nunca le diremos que, en realidad, la historia que protagonizó Russell Crowe no se filmó aquí sino en un falso Coliseo montado en Malta. Agustín es demasiado purrete para saberlo pero el verdadero Coliseo de película es el que comparte cuadro con Silvana Mangano en La vista de la tierra desde la luna (1966), de Pasolini, o con Nando Moriconi en Un americano de Roma (1965). Es, para más datos, casa de Romeo, el felino tano de Los aristogatos (1970).
Menos sangre, sudor y lagrimas
Con el tiempo, las luchas como medio de esparcimiento en el Coliseo se volvieron menos sangrientas y los espectáculos más modestos hasta que, en el año 438, un decreto imperial prohibió los juegos de gladiadores y, casi un siglo después, la caza de animales.
El Coliseo, casi en perpetua restauración desde el año 138, sufrió incendios, terremotos y saqueos. El fuego que más lo dañó –entre sus instalaciones originales abundaba la madera– fue el que lo sorprendió en el 217, y lo mantuvo clausurado por cinco años. Eso explica que la estructura hoy conservada no sea la de la época flavia de Vespasiano, Tito y Domiciano sino la del siglo III.
"Los agujeros de la fachada no son más que los que dejaron los saqueos de las piezas de metal que unían los bloques de travertino –comenta Umberto, quien tiene a su cargo a las 45 personas que controlan la seguridad del monumento–. Hoy, la gente se sigue llevando pedacitos de mármol o de ladrillo que creen son originales aunque en realidad no lo son. Son reconstrucciones que, aunque no tienen el mismo valor, son consideradas importantes. Por eso, cuando pescamos a alguien llevándose algo, lo denunciamos. No va preso pero paga como multa la restauración."
El Coliseo estaba hecho de travertino, ladrillos, piedra volcánica y mármol para decorar los capiteles que, durante la Edad Media y el Renacimiento, se transformaron en una cantera de materiales para levantar otros palazzi . Hasta los papas metieron mano para la construcción de la basílica de San Pedro.
Con el tiempo, el Coliseo se fue templando como ambiente sacro: en el siglo XVI la Iglesia lo convirtió en sede de una capilla. En 1720, un decreto papal estableció el Vía Crucis en la arena del antiguo anfiteatro y, treinta años después, el Coliseo fue consagrado a la memoria de los mártires.
Recién en el 1800 se hicieron las excavaciones y reparaciones más decisivas para acceder al monumento tal como lo hacemos hoy. Se descubrió el hipogeo y se reforzó con una construcción la estructura perimetral oriental que amenazaba con desmoronarse. En 1870, cuando Roma fue declarada capital de Italia, la arena del Coliseo fue barrida y, junto con la tierra que acolchaba el legendario escenario de gladiadores, la cruz que estaba allí plantada. Significó un escándalo entre el Vaticano y el estado italiano que años después Mussolini intentó atenuar trasladando la cruz, hecha con olivo del Getsemaní –donde, según el Nuevo Testamento, Jesús rezó la última noche antes de ser crucificado–, al lado norte del anfiteatro, donde aún permanece.
Dentro de las zonas vedadas al común de las almas hay una capillita, de 1796, donde los domingos de mañana se celebra misa. Umberto Valera, el hombre de Seguridad, no tiene la llave de la Capilla de Santa María della Pietà, pero conduce gustoso hasta su puerta. Una placa señala que Pío VI estuvo aquí.
El Coliseo no se vende
A principios de los años '70, el desprendimiento de bloques de 20 kilos de mármol alarmó sobre su conservación. "El milenario Coliseo romano se desploma", vaticinaba, tremendista, la prensa. Y al tiempo que anunciaban el segundo embarazo de Sofía Loren, los diarios chusmeaban que un millonario californiano ofrecía un millón de dólares para convertirse en propietario del Coliseo.
En el 2000 se reconstruyó parte del hipogeo para que, después de quince siglos, se pudiera representar allí Edipo rey , la tragedia de Sófocles que vieron unas 700 personas, a 50 dólares la entrada.
Dos años más tarde, el gobierno de centroderecha de Silvio Berlusconi promulgó una ley que apuntaba a reducir el déficit público con la venta del patrimonio artístico y cultural de Italia. Desempolvaba, así, una ley de 1939 que habilitaba al estado a desprenderse de sus joyas arquitectónica se históricas como museos, galería, estatuas y monumentos.
"Se puede llegar a vender lo que no tenga interéscultural pero los restos arqueológicos no son
enajenables", tranquiliza el superintendente de Bienes Arqueológicos, Angelo Bottini.
Esto sin contar que, desde que el Coliseo abandonó en 1997 su condición de atracción turística libre
y gratuita es, de los emblemas de Italia, el que más factura: 27 millones de euros por año. Lo siguen las ruinas de Pompeya –cerca de 20 millones y la galería de los Uffizi, en Florencia –con 8,5 millones –.
"Sin embargo, con el poco dinero que contamos, el Coliseo y sus problemas no son una prioridad para nosotros pero si hay una certeza es que el Coliseo no se vende", agrega el funcionario. Parece que de los 20,6 millones de euros del presupuesto destinados a la restauración de monumentos, sólo fueron entregados 14,4 hasta ahora.
"De todos modos, hay proyectos de reestructuración para el Coliseo. Estamos trabajando para bajar un metro el nivel del piso. La idea es alejar el tránsito, limpiar de vendedores ambulantes y habilitar un área de servicios bajo tierra", dice Bottini. La estación Coliseo de la línea B de subtes –en Roma hay sólo dos– deja a los visitantes en la esquina del anfiteatro. Cada tanto, urbanistas y conservacionistas argumentan que el Coliseo tiembla.
Una versión libre podría asegurar que, mejor dicho, late: en mayo de 2003 el anfiteatro le abrió las puertas a un beatle. Paul McCartney dio un concierto para 400 personas que pagaron 1.485 dólares por un lugarcito en la arena. Fue a beneficio, para reconstruir el Museo Arqueológico de Bagdad. Y su valor simbólico sigue siendo tal que hasta el diseñador Valentino celebró sus 45 años con la moda con una cena de gala, hace semanas, en una reconstrucción hecha con resina de cristal de las columnas del templo de Venus, a metros del Coliseo.
A fines de julio, Roberto L. y Michele M., efebos enamorados, fueron sorprendidos frente a las arcadas del monumento. La guardia nocturna que merodea el lugar los detuvo por falta de pudor. Según los carabinieri , la pareja gay se propinaba amor carnal en público. Los jóvenes aseguran que sólo se estaban besando. Al día siguiente, las organizaciones gay convocaron a un beso colectivo –un kiss in – frente al Coliseo "en representación de nuestro no a todo comportamiento discriminatorio y homofóbico". El prestigioso filósofo italiano Gianni Vattimo, quien hizo pública su homosexualidad a mediados de los '70, se excusó de participar porque no se encontraba en Roma por esos días pero no se perdió la oportunidad de agregar: "Dicen que sería escandaloso que una pareja tenga sexo en el Coliseo, el lugar del Vía Crucis y de los mártires cristianos, pero estoy seguro de que junto a esos muros se debía practicar sexo salvaje también en aquella época". Quien pueda asegurar lo contrario, que arroje la primera piedra.
Marina Artusa
Enviada especial a Roma
Revista Viva - Clarín
3 comentarios:
que bueno encontrar toda esta información. es muy completa!
(:
Muchisimas gracias!
Lo necesitaba para un trabajo de la escuela, sobre un monumento!
Y como me encanta el Coliseo Romano, esto me ha servido muchisimo!
Hola a todos!!
Que ganas tengo de visitar Roma y con las fotos que he visto aquí y la información del Coliseo todavía me han entrado más ganas. El otro día me hablaron de esta página Roma donde hay mucha información sobre esta ciudad. Sería una buena manera de buscar guías de viajes, opiniones sobre hoteles, etc.
Un saludo
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