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miércoles, 12 de septiembre de 2007

EE.UU: La resurrección de Nueva Orleáns


A dos años del huracán que la destruyó, la ciudad se recupera para el turismo. Gracias a una fuerte inversión y el esfuerzo de sus habitantes, los barrios más tradicionales están funcionando mejor que nunca. Pero fuera de ellos, la huella de Katrina, no se borra.

Es casi imposible reservar una mesa en August, uno de los restaurantes de moda de Nueva Orleáns. Algo similar ocurre en Stella!, uno de estilo francés cuyo pato es formidable y donde todo es elegancia. En Acme Oyster House, una fuente de soda dedicada exclusivamente a las ostras, no cabe un alfiler a la hora de almuerzo, y ni hablar de conseguir una simple banqueta en Central Grocery Co. para comer su mítica muffuletta, un sándwich del tamaño de un plato relleno con salame, queso, jamón crudo y una deliciosa mezcla de pepinillos, aceitunas, cebolla, zanahoria y orégano. Todo este ajetreo es el reflejo de lo que ocurre desde hace un par de meses en los barrios turísticos de Nueva Orleáns, como el French Quarter, el Garden District –el barrio de las bellas mansiones– y el Warehouse District, donde se agrupan estupendas galerías de arte y excelentes museos.

Después de la devastación causada por el huracán Katrina hace exactos dos años, Nueva Orleáns renace, y tiene al turismo como su principal impulsor. Lemas como "Soul is Waterproof" (el alma es a prueba de agua) y "Recover, rebuild, rebirth" (recuperar, reconstruir, renacer), inundan la ciudad, mientras publicaciones como Travel and Leisure y The New York Times dedican artículos completos a la nutrida oferta turística de Nueva Orleáns. Y tienen razón. Eso sin contar que ha servido como locación para varias películas, como "The curious case of Benjamin Button", protagonizada por Brad Pitt. De hecho, fue mientras grababa esta película que el actor compró, junto a Angelina Jolie, una casa (521 Gov. Nicholls St., por si le interesa) que ya es parte del circuito de las victorias que recorren el French Quarter.

La ciudad y las empresas turísticas han hecho todo lo posible porque Nueva Orleáns vuelva a tener el brillo de antes. Los hoteles lucen más bellos y modernos, los restaurantes del casco antiguo aprovecharon de ampliar sus instalaciones e incluso se abrieron varios nuevos y de excelente calidad. El tradicional French Market está en obras para albergar en mejores condiciones a los productores regionales; el Café du Monde sigue tentando con sus bombásticos beignets bañados en azúcar flor; los anticuarios de Royal y Magazine Street parecen tener más muebles y reliquias que ofrecer; el jazz que interpretan los músicos del Preservation Hall parecen haber cobrado nuevos bríos, mientras en el Snug Harbour aparecen nuevos talentos como Ellis Marsalis. Y los gringos dispuestos a vivir su propio carnaval con todos los excesos posibles fuera de temporada, pululan por Bourbon Street con un litro de cerveza en la mano mientras con la otra reparten collares a quienes quieran recibirlos.

Pese a tanta alegría, es imposible olvidarse de Katrina. El recuerdo del huracán está presente en las caras de los músicos que tocan por unos dólares en cada esquina, en los mendigos, en las recomendaciones de seguridad que dan los hoteles a sus huéspedes –Nueva Orleáns ostenta uno de los índices más altos de delincuencia en Estados Unidos–, y en la falta de taxis circulando por la calle.

En general, Nueva Orleáns se ve deprimida. Puesto en cifras, antes de Katrina, la ciudad contaba con 450 mil habitantes, mientras que hoy sólo alcanza los 265 mil. De las más de 2.000 escuelas públicas que había, hoy hay unas 35 en condiciones de funcionar. Lo que más se ha recuperado es la cantidad de pasajeros que llega mensualmente al aeropuerto Louis Armstrong, que a marzo de 2005 era de casi 445 mil, mientras que en marzo de este año fue de 325 mil.

Nueva Orleáns es en realidad dos ciudades en una: por un lado están el carnaval eterno, las caras sonrientes, la imagen de ciudad europea y los turistas ávidos de este mundo de fantasía. Por otro, la pobreza y la discriminación social y racial, que se vieron aumentadas por los efectos de Katrina.

A las 9.13 de la mañana del 29 de agosto de 2005 se detuvieron los relojes de la casa de Rose. Ese fue el momento exacto en que el agua, proveniente de varios de los canales que atraviesan la ciudad, se desbordó y alcanzó su hogar, ubicado en St. Bernard Parish, uno de los barrios de Nueva Orleáns más afectado por el huracán Katrina. Ella, una profesora jubilada, y su esposo, habían alcanzado a huir el domingo 28, justo antes de que Katrina azotara la ciudad, provocando la inundación más grande en la historia de Estados Unidos.

Rose representa el espíritu que se apodera de los habitantes de Nueva Orleáns, quienes intentan salir adelante cada uno a su modo, más allá de las ayudas que puedan recibir del Estado. Rose hoy es guía del tour "Huracán Katrina", uno de los más solicitados por estos días. La mujer, que conserva el buen ánimo que siempre caracterizó a la gente de Louisiana, viaja todos los días unos 120 kilómetros desde el pueblo donde vive provisoriamente en el vecino estado de Mississippi para recoger a los turistas que quieren ver la cara menos amable de la ciudad.

El recorrido primero da una vuelta por el famoso y bello French Quarter, el casco antiguo de la ciudad donde se asentaron primero los franceses, luego los españoles y finalmente los creoles o criollos, y que por ser uno de los sectores más altos de la ciudad, se salvó del desastre. Luego, Rose muestra el Centro de Convenciones –donde también llegaron cientos de refugiados en busca de un lugar seco– y sube por Poydras Street hasta llegar al Superdome. El estadio fue reinaugurado con bombos y platillos hace un año con un partido de fútbol americano y un concierto animado por los grupos U2 y Green Day, entre otros, como una muestra al mundo de que Nueva Orleáns se estaba levantando.

Aquí aparecen las primeras muestras de lo que fue Katrina. Varios de los edificios que rodean el estadio, incluido el otrora fastuoso hotel Hyatt, permanecen con las ventanas tapiadas y completamente deshabitados. Atravesamos Treme, uno de los barrios populares de Nueva Orleáns, donde se establecieron los primeros negros libres, hasta llegar al City Park, donde se encuentra el Museo de Arte.

En un momento, Rose nos advierte que el parque será la última visión "bonita" que tendremos en mucho rato, y gira a la derecha para internarse en el barrio Gentilly. Es un verdadero pueblo fantasma. La mayoría de las casas está en pie, pero sin moradores. Rose explica que las marcas en las murallas –a veces en los techos– las hicieron los cuerpos de rescate cuando revisaron cada una de las casas en busca de sobrevivientes una vez que bajó el nivel del agua. También cuenta que los agujeros que hay en cada techo los hicieron quienes estaban atrapados en los áticos. Muestra las casas de quienes pudieron reparar sus hogares pero que no podrán asegurarlas para otra inundación, puesto que no cumplen con la flamante normativa que dice que todas las casas deben ser tipo palafito y estar a varios metros del suelo.

Algo similar ocurre en Lakeview, un barrio de clase acomodada que fue completamente anegado; y qué decir de Saint Bernard Parish, el barrio donde vivía Rose, donde aún se ve una avioneta incrustada en el patio trasero de una casa.

Historias similares ocurrieron en el Ninth Ward, un barrio de población negra donde el agua superó los cuatro metros de altura cuando se rompieron los diques del Industrial Canal. Aquí estaba gran parte del espíritu de la ciudad, aquí vivían muchos músicos. Por eso mismo, uno de los programas estrella de reconstrucción se vive aquí, con la Villa de los Músicos, un proyecto que comenzó como una forma de traer de nuevo a los artistas y sus familias que perdieron todo con Katrina y que luego se extendió a otros necesitados.

El tour de Katrina resulta a ratos chocante. Pero es una excelente forma de ver la transición que vive Nueva Orleáns. Por un lado, uno es testigo del drama, la devastación, la pobreza que dejó el huracán. Por otro, uno quiere saber qué más está en proceso de recuperación, cómo la gente se organiza para mantener las escuelas activas y el pasto de sus casas corto pese a vivir todavía a kilómetros de distancia.

Claramente, los abanderados de la resurrección son la música, que nunca dejó de sonar; la condimentada y sabrosa gastronomía local, que sigue cautivando a quienes la prueban; las galerías de arte y los nuevos proyectos inmobiliarios que arremetieron con mayor fuerza luego de la debacle en el Warehouse District; la belleza incólume de los balcones de fierro forjado del French Quarter; y el eterno espíritu festivo que, pese a la tristeza, se mantiene presente en Nueva Orleáns.

Cuando finaliza el recorrido, Rose sólo pide una cosa: que nos olvidemos de todo lo visto y nos dediquemos a pasarlo bien; que comamos, bailemos y gastemos mucha plata. Rose lo tiene clarísimo, el turismo es el gran salvavidas que hará reflotar Nueva Orleáns.

Las culpas, dos años después
Ese 29 de agosto, las imágenes de miles de personas que no alcanzaron o no quisieron abandonar la ciudad, sobre los techos de sus casas o refugiadas en el Superdome –estadio que se transformó en albergue–, dieron la vuelta al mundo. Los días siguientes fueron caóticos. En Nueva Orleáns no quedaba casi ningún sitio seco. El agua había inundado el 80 por ciento de la ciudad.

¿Qué pasó? Según un artículo de la revista Time, Katrina no fue un desastre natural, sino uno provocado por el hombre. Nueva Orleáns está construida en una zona de pantanos, y casi toda la ciudad se encuentra bajo el nivel del mar. Desde siempre, el río Mississippi crecía, inundaba todo, pero volvía a su curso normal.

Como una forma de protección y para ganar terreno cultivable, se construyeron diques a lo largo del río y varios canales. Estas alteraciones, más el aumento de la población y el calentamiento global, han disminuido considerablemente la extensión de los pantanos, que funcionaban como 'amortiguador' de tormentas.

Cuando Katrina tocó tierra, se esperaba que fuera de una intensidad mucho menor, porque ya había pasado por Florida y porque Nueva Orleáns está varios kilómetros tierra adentro de la costa, que es donde más fuerte pega un huracán. Sin embargo, el aumento del agua en los pantanos y la existencia de canales sólo intensificaron la tormenta. De hecho, el Mississippi River Gulf Outlet, un canal artificial que acorta la salida hacia el Golfo de México y que pasa por los suburbios de la ciudad, le dio más fuerza al huracán y encima lo condujo directamente a la ciudad.

M. Soledad Holley
Revista del Domingo
El Mercurio-Chile

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