Sobre la Cordillera, este pintoresco pueblo convoca con sus circuitos de Montaña, la pesca y la participación en las cosechas de frutas finas.
Algunos mitos encuentran una curiosa correspondencia en la realidad. Más allá de su origen se vuelven palpables en la imagen de un paisaje o cobran vida en una historia simple, en cualquier lugar del mundo. Es la primera sensación a poco de andar en la ciudad de Los Antiguos, ubicada al noroeste de la provincia de Santa Cruz, donde es inevitable evocar la estampa del Ave Fénix, esa fabulosa figura mitológica que se consumía por acción del fuego para dar vida, luego, a un ave nueva que surgía de sus cenizas.
Algo parecido sucedió en este pequeño poblado recostado en la Cordillera de los Andes, florecido como polo turístico tras sufrir la furia que desde Chile arrastró el volcán Hudson. Cuesta imaginar que hace más de una década el paisaje estaba cubierto por completo de cenizas volcánicas. Sobre todo al ver los cerezos en flor y los campos repletos de tulipanes, cuyos reflejos rojos, amarillos y rosas crean un curioso contraste con los picos nevados que rodean el valle.
La suma de colores lleva a una inmediata asociación con la palabra abundancia, quizá como la contracara de aquella imagen de zona devastada, que cobra también sentido al recorrer las chacras productoras de frutas finas, en la algarabía de los pescadores que festejan el buen pique y en los tesoros arqueológicos, que develan secretos de los antiguos habitantes de la zona.
Resurgir de las cenizas
El "fuerte olor a azufre" y la "lluvia gris" son los recuerdos más vívidos de los pobladores de Los Antiguos sobre el 8 de agosto de 1991.
Esa noche, el volcán Hudson, una mole de 1.790 metros de altura, situada a 15 kilómetros del Océano Pacífico, entró en erupción de modo violento. La explosión fue acompañada por intensas tormentas eléctricas y la expulsión de una enorme nube de cenizas que el viento del oeste llevó hasta el Atlántico.
El valle, ubicado en la margen sur del lago Buenos Aires, quedó tapado por 25 centímetros de ceniza y la producción agropecuaria se vio profundamente dañada. Contra lo que generalmente se cree, las cenizas no aportaron fertilidad al suelo sino que modificaron su estructura.
Lentamente, con el correr de los años, la tierra volvió a estar apta para la agricultura: la punta de lanza fue el cultivo de cerezas, la primera luz que los productores agropecuarios vislumbraron para atemperar la crisis.
Muchos se unieron y formaron una cooperativa que comenzó a exportar frutos finos a España, Alemania, Gran Bretaña y Países Bajos.
Desde entonces, cada enero, celebran el giro positivo del destino con jineteadas, recitales y fuegos artificiales en la Fiesta Nacional de la Cereza.
Sin embargo, la gente concuerda en que fue el turismo el verdadero impulsor de Los Antiguos. El verano, que coincide con la actividad de la cosecha, atrajo a mediados de los años noventa a los primeros curiosos, ávidos de descubrir a través de nuevas experiencias destinos reservados a unos pocos: los visitantes participaban en las actividades de las chacras que se fueron multiplicando –son 14– y conformaron el primer circuito gastronómico de la provincia.
Todavía es posible colaborar junto con sus dueños en los distintos cuadros de producción y culminar el día disfrutando de un exquisito té al aire libre.
En los establecimientos se pueden adquirir una gran variedad de dulces de frutas finas, miel, escabeches de cerdo, conejo o salmón, además de licores y vinagres aromatizados.
La avenida principal de la ciudad, 11 de julio, está repleta de turistas europeos que recorren la colorida feria artesanal, donde los lugareños venden sus artículos tejidos a mano y productos regionales.
Kürt, oriundo de Berlín, admite una atracción especial por los paisajes patagónicos. No es su primera visita al sur argentino, pero sí a Los Antiguos, donde arribó después de un extenso recorrido por el país, que comenzó en el mes de marzo.
Le aclaramos a Kürt que no pudo tener mejor suerte: la primavera, época de cerezos en flor y de clima benévolo, es el momento ideal para iniciar un itinerario que comienza en los miradores de la ciudad y parte hacia diversos circuitos.
Frente a la municipalidad, comienzan las escalinatas hacia el Mirador Uendeunk, que ofrece una vista panorámica del pueblo y el lago. Dos kilómetros hacia el sur, desde el Mirador del Río Jeinimeni, se ven las 420 hectáreas que conforman la región chacarera y sus canales de riego. De fondo, el Cerro Castillo, siempre nevado.
La ruta conduce hasta el Monte Zeballos, un camino de montaña que se inicia en los 200 metros sobre el nivel del mar y asciende, en su punto más alto, hasta los 1.500.
A bordo de una camioneta 4x4 se bordean los cañadones de los ríos Jeinimeni y Los Antiguos, y a medida que se asciende comienza a revelarse un espeso bosque de lengas y ñires que alcanza 800 hectáreas tras recorrer unos 60 kilómetros.
Ese oasis verde se esfuma de modo drástico casi 30 kilómetros más adelante, al llegar a El Portezuelo, un paraje de origen volcánico donde la ausencia de vegetación es completa. Es el punto más alto del recorrido, desde donde se puede continuar hasta la localidad de Lago Posadas o pegar la vuelta.
En cualquier caso, en el descenso de regreso a la ciudad, las vistas del lago Buenos Aires son increíbles, ya que se aprecia en su totalidad este inmenso espejo de aguas azules –ocupa 2.240 kilómetros cuadrados– compartidas entre la Argentina y Chile (donde toma el nombre de General Carrera).
Desde los 800 metros de altura, se ven pequeños puntos movedizos en la ribera argentina: son aficionados a la pesca deportiva que se congregan para batirse a duelo con las luchadoras truchas arco iris.
Raíces tehuelches
A pesar de su impronta galesa, Los Antiguos conserva sus raíces tehuelches en las artesanías, en el modo de hilar la lana y en su propio nombre, una traducción del vocablo "I keu kenk", que significa "mis antepasados" o "los antiguos".
En el diario de W. Hugs, uno de los pioneros galeses que convivió con los tehuelches, se lee que éstos habitualmente usaban el término kenk para referirse a una región donde abundaban enterratorios.
Según una tradición oral, los ancianos tehuelches llegaban, después de grandes peregrinaciones, hasta estas tierras para pasar sus últimos años y descansar, luego, junto a sus antepasados.
Parque Nacional Perito Moreno
Al sur de Los Antiguos, junto a la cordillera, tupidos bosques de lenga, parte de la estepa patagónica, dos sistemas lacustres y restos fósiles conforman los tesoros del Parque Nacional Francisco Perito Moreno, quizá el menos conocido de la región andino-patagónica. Creado en 1937 bajo el nombre del pionero argentino en áreas protegidas, el parque abarca 115.000 ha del noroeste de la provincia de Santa Cruz en una región montañosa cortada por valles, algunos de los cuales se ubican a más de 900 m.s.n.m. Esta particular ubicación le confiere una rigurosidad climática que, unida a su difícil acceso, hizo que permaneciera olvidado durante muchos años. Durante todo el año, la región es barrida por gélidos vientos del oeste que, tras atravesar las altas cumbres nevadas, descienden a los llanos, conservando temperaturas inferiores a los 15° en verano. En invierno baja hasta 30°. Estas condiciones son las que delinean uno de los paisajes más impactantes de la Patagonia. Una serie de encadenamientos montañosos se escalonan de Este a Oeste, conformando un anfiteatro natural cubierto por nieve, que aún en verano blanquea los cerros. La mayor parte de la reserva es ocupada por dos importantes cuencas lacustres. Una es la del lago Belgrano, que desagua en el Pacífico a través de una compleja red que conecta los lagos Mogote, Península, Volcán, Azara, Escondido y Nansen, junto a los ríos Volcán, San Lorenzo, Penitente y Lácteo. La cuenca del lago Burmeister desagua en el Océano Atlántico por el estuario del río Santa Cruz. El parque es también, uno de los más ricos yacimientos arqueológicos de la región: los aleros y cavernas del Cerro Casa de Piedra resguardan pinturas rupestres plasmadas por los antecesores de los tehuelches.
Cueva de las manos
A 178 km de Los Antiguos, se halla un verdadero santuario de arte rupestre: la Cueva de las Manos. En un alto farallón sobre la margen derecha del río Pinturas se distribuyen, a lo largo de 1.000 m, una cueva y varios aleros tapizados por coloridas imágenes que dan cuenta de la vida de aquellos pobladores. Escenas de cacería, figuras geométricas y humanas y alrededor de 800 manos de todo tamaño conforman la mayor concentración de pinturas rupestres del país y la más antigua expresión de los pueblos sudamericanos (motivo por el cual el sitio fue declarado en 1999 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO). Las siluetas rojas, amarillas, verdes, negras y azules de manos superpuestas es, sin duda, lo que más llama la atención: fueron pintadas apoyando las manos sobre las rocas y soplando la pintura con la boca. Si bien se desconoce el mensaje de estas pinturas, se sabe que el sitio fue ocupado ininterrumpidamente a lo largo de ocho milenios. Para preservar ese tesoro, desde 2006 el sitio es administrado por un Comité de Sitio, integrado por representantes de Cultura y Turismo de Santa Cruz, Municipalidad de Perito Moreno y el INAPL, entre otros.
Información
En Buenos Aires: Oficina de Turismo de Santa Cruz, Tel. 4325-3098 / 3102
www.epatagonia.gov.ar
www.losantiguos.gov.ar
María Zacco
Clarín - Turismo
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