Hay muchas maneras de llegar a Sicilia, la isla más grande y épica del Mediterráneo, pero ninguna se compara con hacerlo por mar. Cuando uno se aproxima a sus costas, la lentitud del ferry invita a perder la mirada sobre las olas verde-azuladas y pensar que sobre ellas surcaron naves griegas, fenicias, romanas, bizantinas, árabes, normandas y españolas a lo largo de los últimos dos mil ochocientos años.
Mientras los motores del barco rugen ante la dársena, la imagen de Sicilia emerge como una especie de ombligo de la civilización occidental, un sitio que conserva testimonios de casi todos los sucesos que forman parte del índice habitual de un manual de historia: desde el esplendor de la cultura griega hasta las cruzadas, de la época napoleónica a la Segunda Guerra Mundial.
Francesco "Ciccio" Romeo, nuestro guía, es un siciliano de pura estirpe, conversador, risueño y culto, y amante del fútbol. Nos recibe en el puerto de Palermo, su ciudad natal y capital de la isla, enfundado en una remera de la Selección argentina y la misión autoimpuesta de mostrarnos la "verdadera Sicilia", aquella que se esconde detrás de los folletos turísticos y los tópicos sobre la mafia.
Que Ciccio tenga puesta una camiseta argentina no es un gesto de confraternización forzada. Los sicilianos, como veré a lo largo del viaje, tienen un vínculo sentimental antiguo y candente con Argentina. Durante las hambrunas que siguieron a las dos guerras mundiales, desde allí partieron miles de inmigrantes hacia nuestro país, en tiempos marcados por la tragedia y la esperanza que han sido narrados magistralmente por el más grande de los escritores de la isla, Luigi Pirandello.
Por las calles de Palermo
La primera parada de nuestra ruta por la "verdadera Sicilia" es la Vucchiria, un barrio popular de Palermo que ha crecido en torno a un multicromático mercado de productos del mar y la tierra. Allí, Ciccio nos hace entrar a una antigua fonda para probar "sangue di Sicilia", un aperitivo fortísimo de color bordó, que combina vino tinto y diferentes clases de vermú. Para hacernos lugar en la barra de la fonda, el dueño del local, un siciliano de más de 100 kilos, aparta a cachetazo limpio a los parroquianos que se apoyan adormecidos sobre sus codos y luego, con una sonrisa de buen anfitrión, nos invita a acercarnos.
En un restaurante cercano al puerto comemos paste alle sarde, el plato emblemático de la isla, y luego salimos a caminar por el centro de la ciudad. Ciccio se siente especialmente orgulloso al llegar al Teatro Massimo, el Colón palermitano, que fue escenario de las imágenes finales de El Padrino III. Muy cerca, en la Piazza Castelnuovo, se encuentra el otro gran teatro de la ciudad, el Politeama, construido entre 1867 y 1874, que fue el epicentro de la alta cultura de Palermo durante los largos años en que el Massimo estuvo cerrado por refacciones.
La Via Vittorio Emanuele es la arteria principal y enhebra los principales hitos turísticos de la ciudad, así que la caminamos durante buena parte de la tarde. En una sucesión increíble de estilos arquitectónicos pasan la Piazza Bellini, donde se encuentra la iglesia normanda La Martorana, la Piazza Pretoria (uno de los centros de la vida nocturna) y Quattro Canti, antes de culminar en la magnífica Catedral, levantada sobre lo que fue primero una basílica cristiana primitiva, luego una mezquita árabe y, después, un templo cristiano normando.
"¿Vamos a por un capuchino?", sugiere de repente Ciccio. Con la perspectiva de descansar un rato frente a un café humeante, nos dejamos llevar hasta un monasterio, en el que, asegura Ciccio, están los mejores capuchinos de Palermo. Se trata de una broma macabra. En el monasterio no hay cafeteras expresso, ni mozos con delantal, sino una sorprendente red de catacumbas en las que se exhiben los cadáveres embalsamados de cientos de monjes capuchinos y decenas de aristócratas del Palermo del siglo XIX. Cuando llegamos a un recodo en el que se exhibe a una familia embalsamada al completo (con una pequeña niña incluida), Ciccio se alarma al notar el color gris de mi rostro y decide que ya es hora de salir de allí.
Mientras recupero una tez normal, caminamos hasta el cercano palacio de la Zisa, una hermosísima edificación de estilo árabe que fue levantada por los reyes normandos, tras expulsar a los musulmanes de la isla. Frente a la Zisa, tomamos el demorado capuchino viendo caer el sol, acompañándolo con una de las mayores exquisiteces que ha concebido el género humano: los cannoli.
Agrigento y otras maravillas
Lo normal, turísticamente hablando, sería iniciar un recorrido por Sicilia desde Palermo hacia el sudeste, con rumbo directo a las míticas Taormina, Siracusa y Agrigento. Pero nuestro intransigente guía decide que la ruta de la "verdadera Sicilia" se dirige, por el contrario, hacia el oeste. En esa dirección partimos muy temprano por la mañana y, a menos de una hora de viaje, ya estamos en Scopello, la puerta de entrada a la reserva natural Dello Zingaro, un área protegida de belleza típicamente mediterránea, plagada de acantilados y calas paradisíacas que son ideales para pasar al menos una jornada de playa.
Continuando hacia el oeste, a una hora de la reserva, se encuentra Erice, un pueblo encantador, de estampa medieval, desde el que se tiene una maravillosa vista de Trapani y las islas Egades. Aunque no forma parte de los principales itinerarios turísticos de Sicilia, Erice valdría el viaje por sí mismo. Situado sobre el monte San Giuliano, el pueblo fue fundado por los fenicios y descrito por Virgilio en la Eneida, y tiene un increíble patrimonio arquitectónico perfectamente conservado.
Desde allí sólo hay que deslizarse por un breve camino de montaña para llegar a Trapani, una ciudad famosa por sus milenarias salinas y punto de partida de las excursiones en barco que recorren las islas Egades. Entre la ciudad y la vecina Marsala (célebre gracias a su vino dulce), se extiende un paisaje sorprendente de campos blancos y viejos molinos que bordean el mar, salpicado por montañas de sal cubiertas con tejas de terracota. Por recomendación de nuestro lazarillo siciliano, paramos a comer en un restaurante situado entre las salinas, una zona en la que, dicen, se preparan los mejores platos de pescado de toda la isla, un rumor que confirmamos como cierto apenas un poco más tarde.
Ciccio detesta que todo el mundo asocie a Sicilia con la mafia, así que se niega con elocuente firmeza a llevarnos a Corleone y decide que seguiremos por la costa hacia Agrigento, uno de los platos fuertes del viaje. El camino transcurre por una ruta lenta y sinuosa, pero muy bella, con las aguas del Mediterráneo siempre apareciendo por la izquierda. Antes de entrar a Agrigento, nos detenemos en la Scala delle Turchi, una cala encerrada por acantilados de piedra pomez a los que la erosión ha dado forma de escalinata. Allí contemplamos un largo rato las olas y la silueta de Túnez que aparece a lo lejos, del otro lado del mar, y luego bajamos a darnos un baño.
Catania: Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco
La última etapa del viaje se inicia por Piazza Armerina, otra joya escondida del interior siciliano, que tiene un casco histórico en el que el estilo barroco alcanzó un enorme esplendor, al igual que en el poblado de Noto, que es conocido como "el jardín de piedra" por la magnificencia de sus edificios. Apenas unos pocos kilómetros al norte de Noto está Siracusa, con su famoso anfiteatro romano, su teatro griego y la península de la Ortigia, el núcleo original de población de los corintios que fundaron la ciudad.
Pegados a la costa, seguimos hacia el Norte y pasamos por Catania, la segunda ciudad más poblada de Sicilia, que fue casi destruida por una erupción del volcán Etna en 1669. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, alberga una enorme cantidad de palacios barrocos, muchos de ellos agrupados en torno de la Plaza de la Catedral y de la céntrica Via Etnea.
Taormina, la última escala, es un hermoso sitio que está sobreexplotado por el turismo masivo. Se levanta sobre un peñasco frente al mar, en cuya cumbre se conserva un elegante anfiteatro griego. Su innegable belleza hizo que durante el siglo XX fuera frecuentada por escritores y estrellas de Hollywood, como Truman Capote, Greta Garbo, Cary Grant, Orson Welles y Rita Hayworth, cuando todavía era un paraje escondido y encantador.
Nuestro viaje cierra su círculo en Cefalú, un pueblo de pescadores vecino a Palermo donde viven los padres de Ciccio. Allí, nos espera una cena compuesta por un amplio abanico de especialidades de la cocina popular siciliana, preparada por la mamma del guía que nos ha mostrado el rostro de la verdadera Sicilia.
La buena mesa
Sicilia bien podría valer un viaje simplemente gastronómico. Como suele ocurrir en Italia, cada ciudad, cada región, cada pueblo tiene su delicia particular. En Palermo, las estrellas son la paste alle sarde (pasta con sardinas y piñones), las arancine (unas albóndigas fritas de arroz y parmesano), la caponatta (una entrada compuesta por berenjenas, aceitunas, alcaparras y albahaca) y los deliciosos cannoli (una especie de canelones dulces, rellenos de ricota azucarada, naranja y chocolate). En Erice y Trapani, destacan platos de mar, como el atún cocinado con ajo, tomates y alcaparras, y los granite (granizados de hielo con jugos de fruta), mientras que la zona de Agrigento es famosa por sus vinos. El plato típico de Catania es la pasta alla Norma (pasta con salsa de tomate, berenjenas y ricota) y en los alrededores de Siracusa se suele servir el mejor Pesce Spada con salsa San Ferlicchio (pez espada a la plancha con limón, alcaparras y perejil). Además, todas las regiones de Sicilia tienen en común la pasión por los dulces de mazapán.
Info Web:
www.lasicilia.es
www.regione.sicilia.it/turismo
es.wikipedia.org/wiki/Sicilia
Juan Carlos Marino
Clarín - Viajes
Fotos: Web