En Montevideo se festeja el Carnaval más largo del mundo, que comienza en enero y finaliza en marzo. Lonjas de tambores calentadas a fuego lento, repiques de candombe, murgas y llamadas de Carnaval identifican a la fiesta más grande de “la orilla de enfrente”
Hay un Carnaval mucho más famoso –“o mais grande do mundo”– y otro, el de Montevideo, que para diferenciarse lo proclamaron “el más largo del mundo”. Dura cuarenta días con sus noches, y comienza oficialmente a mediados de enero con el Desfile Inaugural por la Avenida 18 de Julio, y se extiende hasta principios de marzo. Durante el desfile inicial hacen su presentación todos los que formarán parte de la fiesta más esperada de Uruguay, como las murgas, parodistas, humoristas, lubolos, reinas y princesas.
Los míticos “tablados” –escenarios populares– están diseminados por la capital, en el Teatro de Verano y en las calles de los barrios, que son testigos exclusivos de la mayor fiesta popular uruguaya. Mate y cerveza en mano, la ciudad se viste de fiesta y duerme muy poco en honor al Rey Momo. El candombe seduce a todos, y sus repiques se oyen en cada esquina, donde las lonjas de los tambores se calientan a fuego lento. El uruguayo se apasiona por el Carnaval, y cada uno tiene su agrupación favorita. Así, durante las extensas e intensas noches de las llamadas, la gente viva a grito pelado, llueva o truene, a sus favoritos. O al caer la tarde en el Teatro de Verano, chicos y grandes esperan con ansiedad a los integrantes de las murgas y demás, cual ídolos de fútbol, quienes llegan entonando su canción y maquillándose arriba de un micro. Una vez abajo, algunas agrupaciones realizan un último ensayo allí mismo, fuera del teatro, para deleite de la gente.
LAS LLAMADAS
Montevideo alcanza su clímax durante el desfile de las tradicionales llamadas, en dos jornadas en las que la alegría parece ser sólo uruguaya. El Barrio Sur de Montevideo y la gente formando masa en las calles son testigos del paso de unas cincuenta agrupaciones barriales que protagonizan dos noches maratónicas en las que despliegan toda su herencia africana, a puro candombe.
Así fue durante las noches del jueves y viernes pasados, cuando ataviados con trajes de llamativos colores estas sociedades de negros y lubolos (blancos pintados de negro) abrieron la fiesta principal con una exhibición de banderas y estandartes, para darles paso a las cuerdas de tambores. Junto con ellos pasaron los personajes típicos del Montevideo colonial, como la mama vieja, el director, el gramillero que barre los males, o el escobero malabarista y las infaltables vedettes, que bailan sin cesar dentro de sus ínfimos trajes. Sarabanda, Yambo Kenia, Elumbe, C1080, Tronar de Tambores, La Gozadera, Okavango, son algunas de las agrupaciones de unos ciento cincuenta integrantes cada una que desfilan por la calle Carlos Gardel a lo largo de un kilómetro y medio, año tras año. Hasta 2006, las llamadas se realizaban en una sola noche, pero ciertos incidentes policiales ocurridos obligaron a replantear el evento para que el cansancio, el alcohol y los excesos no volvieran a atentar contra la alegría popular.
Trueno de tambores en una llamada de Carnaval
LAS MURGAS
Pero no sólo de llamadas vive el Carnaval al otro lado del Río de la Plata. Las murgas y sus clásicos cantos llenos de ironía, que giran en torno de los hechos más destacados del año, satirizan a la plana mayor de la política local y son otro de los rasgos distintivos que hacen de Montevideo una de las referencias carnavalescas en el mundo. Se presentan en los tablados dispuestos en varios puntos de la ciudad, o en el Teatro de Verano, donde compiten y marcan el pulso de esta expresión popular uruguaya que trascendió las fronteras del Carnaval.
Dicen que la murga surgió de la mano de un grupo de cómicos españoles a comienzos de siglo XX llamado “La gaditana que se va”, quienes habrían moldeado el desarrollo posterior que le dieron los uruguayos al género, otorgándole a la ciudad una música y una poesía muy propias, melancólica y emotiva. Con los años, muchas de estas murgas renovaron la pasión del Carnaval, y algunas como Araca la Cana, Falta y Resto o Curtidores de Hongos atravesaron el Río de la Plata para convertirse en viejas conocidas del público porteño.
Los platillos, el bombo y el redoblante marcan el ritmo de las letras de las canciones, que no dejan títere con cabeza. Utilizan una estructura de presentación, cuplé y retirada, que sumado a los trajes, el maquillaje y la iluminación hacen de esta expresión algo muy teatral: la mímica, la pantomima, la vivacidad y lo grotesco resultan fundamentales.
También se presentan y compiten noche a noche, junto a las murgas, otro tipo de conjuntos como los parodistas, humoristas, revistas, y asociaciones de negros y lubolos. Cada uno con características propias y un amplio reglamento que cumplir a la hora de sus presentaciones, que hace hincapié en la cantidad de integrantes, bailes e instrumentos en general, entre otras “exigencias” del jurado.
En el Teatro de Verano, un anfiteatro al aire libre en el Parque Rodó y con capacidad para más de 4 mil personas, se desarrolla el Carnaval “oficial”, donde compiten, en las distintas categorías, unas 60 agrupaciones carnavalescas. El Gran Tuleque, Agarrate Catalina, La Mojigata, Zíngaros, Diablos Verdes, cada cual con sus colores, son sólo algunas de las que todos los años renuevan la ilusión carnavalesca. Muchas eligen el espacio verde fuera del teatro para realizar un último ensayo, y sus ocurrencias arrancan carcajadas, aplausos y ovaciones del público.
De los diversos estilos, las murgas son las que más entusiasmo despiertan, incluso durante los ensayos, cuando todo es fantasía y esperanza apenas iluminadas. Cada una tiene su hinchada, seducida por los disfraces, el maquillaje, las voces del coro, las letras de las canciones y la forma de bailar.
CORSOS
Alegría y diversión son las premisas fundamentales de los corsos barriales que se presentan en los distintos puntos de la ciudad hasta los primeros días de marzo. A esas cualidades se les suma la participación y autogestión popular, la vinculación con el público, la organización y la participación festiva, la originalidad y la creatividad, elementos que son evaluados y premiados con títulos como “la mejor carroza alegórica”, así como las “figuras” o integrantes del corso, en las categorías infantil y adulto.
Los corsos pueden representar cualquiera de las manifestaciones del Carnaval oriental –murgas, escuelas de samba, revistas, parodistas, humoristas o lubolos– y son los mismos vecinos quienes deciden su recorrido, que no puede ser mayor a diez cuadras.
Aquí, allá y en todas partes, febrero es sinónimo de Carnaval. Y Montevideo homenajea a Momo como pocas ciudades en el mundo. Alegría, desparpajo, ironía, seducción y frenesí. Murga y candombe, mate y cerveza, llaman disfrutar y marcan el ritmo de esta pequeña ciudad con un gran Carnaval.
Museo del Carnaval
Tan importante es la fiesta del Rey Momo para los uruguayos que le dedicaron su propio museo. Ubicado a metros del tradicional Mercado del Puerto de Montevideo, el Museo del Carnaval fue inaugurado en diciembre de 2006 dentro de un viejo depósito de trenes reciclado que ocupa 4 mil metros cuadrados. La puerta de entrada, recuperada del histórico Teatro Solís, desemboca en una calle de adoquines que atraviesa el predio en el que trajes, instalaciones, fotos y maquetas permiten recorrer la historia viva del carnaval. Su director le hace honor al cargo: fue integrante de la murga Contrafarsa y actualmente se encuentra en las filas de los Curtidores de Hongos, uno de los más creativos a la hora de la vestimenta. En la parte trasera, una galería de arte exhibe obras de artistas plásticos relacionadas con la temática.
Texto e imagenes: Guido Piotrkowski.
Pagina 12 - Turismo
Hay un Carnaval mucho más famoso –“o mais grande do mundo”– y otro, el de Montevideo, que para diferenciarse lo proclamaron “el más largo del mundo”. Dura cuarenta días con sus noches, y comienza oficialmente a mediados de enero con el Desfile Inaugural por la Avenida 18 de Julio, y se extiende hasta principios de marzo. Durante el desfile inicial hacen su presentación todos los que formarán parte de la fiesta más esperada de Uruguay, como las murgas, parodistas, humoristas, lubolos, reinas y princesas.
Los míticos “tablados” –escenarios populares– están diseminados por la capital, en el Teatro de Verano y en las calles de los barrios, que son testigos exclusivos de la mayor fiesta popular uruguaya. Mate y cerveza en mano, la ciudad se viste de fiesta y duerme muy poco en honor al Rey Momo. El candombe seduce a todos, y sus repiques se oyen en cada esquina, donde las lonjas de los tambores se calientan a fuego lento. El uruguayo se apasiona por el Carnaval, y cada uno tiene su agrupación favorita. Así, durante las extensas e intensas noches de las llamadas, la gente viva a grito pelado, llueva o truene, a sus favoritos. O al caer la tarde en el Teatro de Verano, chicos y grandes esperan con ansiedad a los integrantes de las murgas y demás, cual ídolos de fútbol, quienes llegan entonando su canción y maquillándose arriba de un micro. Una vez abajo, algunas agrupaciones realizan un último ensayo allí mismo, fuera del teatro, para deleite de la gente.
LAS LLAMADAS
Montevideo alcanza su clímax durante el desfile de las tradicionales llamadas, en dos jornadas en las que la alegría parece ser sólo uruguaya. El Barrio Sur de Montevideo y la gente formando masa en las calles son testigos del paso de unas cincuenta agrupaciones barriales que protagonizan dos noches maratónicas en las que despliegan toda su herencia africana, a puro candombe.
Así fue durante las noches del jueves y viernes pasados, cuando ataviados con trajes de llamativos colores estas sociedades de negros y lubolos (blancos pintados de negro) abrieron la fiesta principal con una exhibición de banderas y estandartes, para darles paso a las cuerdas de tambores. Junto con ellos pasaron los personajes típicos del Montevideo colonial, como la mama vieja, el director, el gramillero que barre los males, o el escobero malabarista y las infaltables vedettes, que bailan sin cesar dentro de sus ínfimos trajes. Sarabanda, Yambo Kenia, Elumbe, C1080, Tronar de Tambores, La Gozadera, Okavango, son algunas de las agrupaciones de unos ciento cincuenta integrantes cada una que desfilan por la calle Carlos Gardel a lo largo de un kilómetro y medio, año tras año. Hasta 2006, las llamadas se realizaban en una sola noche, pero ciertos incidentes policiales ocurridos obligaron a replantear el evento para que el cansancio, el alcohol y los excesos no volvieran a atentar contra la alegría popular.
A los costados de la calle, locales y visitantes, chicos y grandes, se entremezclan para gozar, bebiendo y bailando al compás del tamboril, en una fiesta única en el mundo. Algunos turistas llegan a pagar fortunas por alquilar un balcón, terraza o simplemente ventana de una casa como platea preferencial. Otros observan cantando y vivando al paso de sus grupos preferidos desde sillas y tribunas ubicadas a lo largo de la calle. Los menos pudientes se quejan de los precios excesivos para acceder a tales comodidades, pero igual disfrutan y aguantan las largas noches de fiesta simplemente de a pie.
Trueno de tambores en una llamada de Carnaval
Pero no sólo de llamadas vive el Carnaval al otro lado del Río de la Plata. Las murgas y sus clásicos cantos llenos de ironía, que giran en torno de los hechos más destacados del año, satirizan a la plana mayor de la política local y son otro de los rasgos distintivos que hacen de Montevideo una de las referencias carnavalescas en el mundo. Se presentan en los tablados dispuestos en varios puntos de la ciudad, o en el Teatro de Verano, donde compiten y marcan el pulso de esta expresión popular uruguaya que trascendió las fronteras del Carnaval.
Dicen que la murga surgió de la mano de un grupo de cómicos españoles a comienzos de siglo XX llamado “La gaditana que se va”, quienes habrían moldeado el desarrollo posterior que le dieron los uruguayos al género, otorgándole a la ciudad una música y una poesía muy propias, melancólica y emotiva. Con los años, muchas de estas murgas renovaron la pasión del Carnaval, y algunas como Araca la Cana, Falta y Resto o Curtidores de Hongos atravesaron el Río de la Plata para convertirse en viejas conocidas del público porteño.
Los platillos, el bombo y el redoblante marcan el ritmo de las letras de las canciones, que no dejan títere con cabeza. Utilizan una estructura de presentación, cuplé y retirada, que sumado a los trajes, el maquillaje y la iluminación hacen de esta expresión algo muy teatral: la mímica, la pantomima, la vivacidad y lo grotesco resultan fundamentales.
También se presentan y compiten noche a noche, junto a las murgas, otro tipo de conjuntos como los parodistas, humoristas, revistas, y asociaciones de negros y lubolos. Cada uno con características propias y un amplio reglamento que cumplir a la hora de sus presentaciones, que hace hincapié en la cantidad de integrantes, bailes e instrumentos en general, entre otras “exigencias” del jurado.
En el Teatro de Verano, un anfiteatro al aire libre en el Parque Rodó y con capacidad para más de 4 mil personas, se desarrolla el Carnaval “oficial”, donde compiten, en las distintas categorías, unas 60 agrupaciones carnavalescas. El Gran Tuleque, Agarrate Catalina, La Mojigata, Zíngaros, Diablos Verdes, cada cual con sus colores, son sólo algunas de las que todos los años renuevan la ilusión carnavalesca. Muchas eligen el espacio verde fuera del teatro para realizar un último ensayo, y sus ocurrencias arrancan carcajadas, aplausos y ovaciones del público.
De los diversos estilos, las murgas son las que más entusiasmo despiertan, incluso durante los ensayos, cuando todo es fantasía y esperanza apenas iluminadas. Cada una tiene su hinchada, seducida por los disfraces, el maquillaje, las voces del coro, las letras de las canciones y la forma de bailar.
CORSOS
Alegría y diversión son las premisas fundamentales de los corsos barriales que se presentan en los distintos puntos de la ciudad hasta los primeros días de marzo. A esas cualidades se les suma la participación y autogestión popular, la vinculación con el público, la organización y la participación festiva, la originalidad y la creatividad, elementos que son evaluados y premiados con títulos como “la mejor carroza alegórica”, así como las “figuras” o integrantes del corso, en las categorías infantil y adulto.
Los corsos pueden representar cualquiera de las manifestaciones del Carnaval oriental –murgas, escuelas de samba, revistas, parodistas, humoristas o lubolos– y son los mismos vecinos quienes deciden su recorrido, que no puede ser mayor a diez cuadras.
Aquí, allá y en todas partes, febrero es sinónimo de Carnaval. Y Montevideo homenajea a Momo como pocas ciudades en el mundo. Alegría, desparpajo, ironía, seducción y frenesí. Murga y candombe, mate y cerveza, llaman disfrutar y marcan el ritmo de esta pequeña ciudad con un gran Carnaval.
Museo del Carnaval
Tan importante es la fiesta del Rey Momo para los uruguayos que le dedicaron su propio museo. Ubicado a metros del tradicional Mercado del Puerto de Montevideo, el Museo del Carnaval fue inaugurado en diciembre de 2006 dentro de un viejo depósito de trenes reciclado que ocupa 4 mil metros cuadrados. La puerta de entrada, recuperada del histórico Teatro Solís, desemboca en una calle de adoquines que atraviesa el predio en el que trajes, instalaciones, fotos y maquetas permiten recorrer la historia viva del carnaval. Su director le hace honor al cargo: fue integrante de la murga Contrafarsa y actualmente se encuentra en las filas de los Curtidores de Hongos, uno de los más creativos a la hora de la vestimenta. En la parte trasera, una galería de arte exhibe obras de artistas plásticos relacionadas con la temática.
Texto e imagenes: Guido Piotrkowski.
Pagina 12 - Turismo
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