Entonces, es hora de comenzar las clases. “Con una sesión ya podés moverte”, me dicen por teléfono desde La Ideal, la famosa confitería de calle Suipacha donde las noches de jueves se desata la milonga. Quedo en confirmarles, pero me cuesta creer que pagando 12 pesos y en 1 hora y media de clases colectivas, ya pueda dar los primeros pasos ¿Será por esto que la ciudad se ha llenado de bailarines express?
A poco andar me daré cuenta que no es tan fácil aprender el tango. Cuando llamo preguntando por clases a Sabor a tango, una milonga de Perón al 2500, la mujer que me atiende pregunta qué tipo de clases quiero:
-Clases particulares.
-¿Clases particulares? Ah, no, no tenemos. Sólo para extranjeros.
-¡Yo soy extranjero!- le respondó, con acento chileno.
-Ahhhh... bien, son clases de dos horas con un valor de 50 dólares. En el medio hay un break con derecho a torta.
-¿Y el horario?
-El horario que usted decida- y el tono de su voz parece agregar: "después de pagar 50 dólares por dos horas de clases, si quiere también le decimos que usted es Gardel".
Ya me lo habían advertido: una forma de sentirse extranjero en Buenos Aires es inscribirse en clases de tango. En las sesiones colectivas se habla menos español que en Viena, y el 80% de los alumnos viene de alguno de los países del G8. Será, como dicen algunos, que el tango es un baile argentino, pero que lo bailan los extrajeros.
Aunque no hay cifras oficiales, porque se abren nuevos locales, se cierran otros y algunos siguen clandestinos, se calcula que en Buenos Aires funcionan unas 140 milongas por semana. Muchas han aparecido en los últimos años. No por nada, se estima que la industria del tango mueve tres mil millones de dólares en el mundo. Y promete seguir en alza.
“Está escuchando la 2x4”, dice la locutora, y enseguida sale de los parlantes un alarido de bandoneón que raja el ambiente como una cuchilla. La músicos de la orquesta hacen sonar sus instrumentos como si estuvieran pateando el mundo, con ganas de largarse pronto de aquí. Llueve sobre Buenos Aires y el Peugueot 504 de la empresa “Tu taxi” ingresa al centro porteño bajo el aguacero. El conductor se llama Alberto “Quico” y lleva camisa negra, peinado a la gomina y está rodeado por una nube de perfume. Como pasa muchas veces en la ciudad, más que entrar a un taxi, parece que uno ha ingresado al subterráneo de un bar donde las penas de amor se pasan lustrando los zapatos con tacones.
-¿Le gusta el tango?- le hago una pregunta obvia.
-Uff, querido. El tango es lo más lindo que hay- responde Quico, bajando el volumen de la radio.
-Entonces usted me puede ayudar... quiero aprender a bailar tango.
-Mirá, el gran secreto para bailar el tango es estar relajado. Nada de tomarte 50 copas antes de bailar, ni de estar memorizando los pasos. Sólo tenés que dejarte llevar. Si estás nervioso lamujer se da cuenta, y después de la primera pieza te dice que tiene que ir al baño a arreglarse el maquillaje, y ahí perdiste...
-Me dijeron que tengo que comprarme zapatos especiales, que sin los “tinbos” no se hace nada.
-Nahh, no haga caso. Esas son tonteras que algunos dicen para vender zapatos a los extranjeros. Los zapatos no hacen al bailarín, amigo. Ya le digo, usted tiene que soltarse, estar suelto. Es igual que ponerse una chaqueta, si le queda apretada le va a molestar. Tiene que estar suelto.
-Entonces, lo importante es que esté suelto. Pero también leí que lo fundamental es saber llevar a la mujer.
-Claro, eso sí. El hombre es el que tiene la fuerza en el tango. Usted tiene que dominar a la mujer. Pero cuando la abraza, cuando le siente el cuerpo, cuando la siente pegada a usted, son su perfume y su piel, en ese momento usted va a sentir que no existe nada más en el mundo que su pareja y eso es lo más lindo del tango.
-Hay mucho levante en el tango.
-Ufff, muchísimo. Pero con el levante, vienen las historias de tango. No es tan fácil como parece, ¿eh?
Y en la radio comienza a sonar “Naranjo en Flor”, cargado de una letra que por momentos te hace temblar. Con la promesa de bailar suelto, me despido del taxista. Por Avenida Córdoba y Florida dos alemanas caminan cargado bolsas con zapatos de tango.
¿Ya no quedan malevos?
La tarea se hace difícil. Hay tanta oferta, tanto truhán oportunista, tanto negocio superficial, que cuesta elegir una buena clase de tango. Una que sirva. Supongo que será como ir al analista: probar equivocándote, hasta dar con el indicado. De esa manera he tomado mi inscripción en las clases que comenzaré en un par de días. Si no resulta, ni modo. Sin temor a equivocarse, igual que en la pista de tango.
Antes de inscribirme, me recomendaron darme una vuelta por diferentes milongas. “Ver parejas bailando ayuda mucho”, me aconsejó un conocido, aunque resultó un consejo fallido: algunos bailan tan bien, tan sincronizados, que por poco desisto del intento ¿Cómo pueden ofrecerte clases que, en una hora y media, te dejan bailando?
En eso estaba, cuando sucedió. Era de noche en un boliche de Palermo. Alejandra, una argentina profesora de danzas afro, me contaba su experiencia cuando tomó clases de tango.
-Tenés que estar tranquilo, nada más. En un mes podés bailar.
-¿Y después que aprendiste, bailas seguido?
-No mucho... pasa que el ambiente es complicado...- y se quedó en silencio unos segundos. Habíamos llegado a un tema de fondo.
-¿Por qué?
-Pasa que el ambiente es muy cerrado en las milongas. Especialmente en las de jóvenes. Es muy raro que en La Viruta alguien te saque a bailar si no te conoce de antes. Y sabés... yo ya decidí que me gusta bailar con los más viejos. Los jóvenes no bailan.
-¿Cómo que no bailan?
-Bailan, pero no te toman. Te agarran suavecitos, y en el tango el hombre tiene que apretarte fuerte. Bien fuerte. Los viejos bailan así, más fuertes. Los de ahora aprender a bailar blanditos ¿Sabés cuando cambió?
-¿Cuándo?
-Cuando el tango se llenó de bailarines. Ahora los hombres que bailan tangos son bailarines. Mirálos, es cosa de mirarlos, todos son bailarines. Y el tango lo bailan hombres bien hombres
-¿Ya no quedan malevos?
-¡No quedan! Es una desgracia. El espíritu malevo sólo está en algunos hombres mayores, de los jóvenes, nada.
Hasta hacen unos días, sólo había escuchado en tangos la palabra malevo. Eso, hasta que hace unos días recibí un mail que decía:
"El tigre millán" era una guapo, un "malevo", del barrio de mi abuelo donde yo vivía de chico, Valentín Alsina, en Lanus Oeste. Ahí está inspirado parte del tango Sur, donde dice "Sur, paredón y después". Alsina era ese después "Pompeya y más allá la inundación". Alsina era la inundación "La casa del herrero barro y pampa", una vez mi abuelo me llevó a ver la casa del herrero y la calle pampa que era de tierra y siempre se inundaba. Por ahí andaba el Tigre Millán que, según cuentan, lo boletearon... ¿Ya no quedan malevos?
La respuesta al email me la había dado Alejandra, en Palermo. De guapos y malevos, como en sus orígenes, estaría quedando poco. Nadie lo comenta, pero el tango ya no parece el mismo de antes. Todo me lo dicen antes de mi primera clase. Y me parece una duda pertienente: ¿Dónde están los malevos?
La primera clase
Se termina el viernes. En el subte línea E no entra nadie más. “Se acaba de ir otra semana”, comentan dos oficinistas que van pegaditos, como bailando tango dentro de un vagón donde todos se apretujan. Empujo hasta bajarme en la estación Urquiza. Camino hasta La Rioja sacudiéndome el subte. En el 1180 está el Club Gricel. Dicen que en el tango te aleja del mundo. Dentro del Gricel me espera la primera clase. Me despido de la ciudad, y entro.
El salón Gricel, bautizado en honor de un famoso tango, tiene piso de madera y dos corridas de meses alrededor de la pista y un cartel luminoso con el hombre del lugar. La milonga comienza a las once de la noche, pero antes están las clases y todavía no son las ocho. Le pregunto a un flaco que fuma para el lado a qué hora comienzan las clases.
-Ya estamos por comenzar.
-¿Y quién es el profesor?
-Yo soy- y me estira la mano.
El flaco se llama Silvio Lavía y alguna vez, contará más tarde, fue un gran bailarin de tango: "viajaba por el mundo, nos ibamos a bailar a Nueva York", época de luces y giras interminables.
-Y ahora estoy aquí- dice, y se encoge de hombros. Cuando parece que dice algo doloroso, le pega una pitada al cigarrillo y suelta una carcajada ganadora que hace suspirar a las 5 alumnas que lo rodean. Ya me lo habían dicho: en el tango se conecta vía tristeza. Parece un buen profesor de tango.
-Ya, chicos, respiración- dice Silvio, al circulo que once personas que hemos llegado a su clase.
Respiramos con los ojos cerrados, movemos la cabeza, estiramos las piernas, trabajamos los aductores. Más que saltar a una pista de baile, perece que estuviéramos a punto de salir al ring.
-Una de las claves del tango es el estiramiento- dice el profesor, antes de cerrar el precalentamiento con un aplauso cerrado.
Todavía no comienza la música, y algunas parejas ya están dando vueltas. Quieren bailar lo antes posible, de una vez por todas. Poner en práctica todo lo ensayado en el departamento, o en el patio de los viejos. Bailar, bailar. Silvio se da cuenta de la ansiedad y pone a girar unos tangos bien tristes. Todos los alumnos llevan varios meses en clases, y se nota que han ejercitado. Por eso el entusiasmo por largarse a bailar de una vez, como el merecido premio a una semana de trabajo.
-¿Vos no sabés nada de nada?- me pregunta, y por atrás se ven parejas haciendo miles de firuletes sobre la pista.
-Nada.
-Bueno, entonces vamos a partir por lo básico- dice, y levanta la mano llamando a alguien. La que se aparece es otra persona que no tiene idea de tango.
En la primera clase, Silvio nos explica lo que son los 8 pasos básicos del tango. Está sería la esencia estilística del baile en palabras del profesor:
-Vos memorizá. Uno para atrás, otro para la izquierda, uno cortito cruzando la derecha, otro de izquierda y detención en el quinto. Seguís con el sexto, séptimo girás y ocho.
La mujer con la que comparto el aprendizaje más básico es Silvana Oliveri. Es primera vez que viene a clases. La hija de su marido nos mira bailar desde una mesa, y nos da indicaciones. El resto de las dos horas ensayaremos el: Uno para atrás, otro para la izquierda, uno cortito cruzando la derecha, otro de izquierda y detención en el quinto. Seguís con el sexto, séptimo girás y ocho.
Lo que me llama la atención no sólo es tener que memorizar tantos números. Reglas básicas, como las multiplicaciones. Lo llamativo es que, aún sin música de fondo, las parejas se den maña para seguir bailando. Como si no importara el ritmo ni los acordes. Y no sólo eso, como si ni siquiera importara el tango. ¿Será, como dice Antonio, que los que más lo bailan son los que menos lo entienden? Al término de la clase, cada uno de los alumnos le pasamos un billete de diez pesos a Silvio. El personal del Gricel comienza a preparar las mesas, porque ya se viene la Milonga de los viernes. Afuera del club está la ciudad. Y es verdad, cuesta volver a pasar del salón al asfalto.
For export
Todos desprecian lo for-export. Desde el primer día que estoy en la serie del tango, he conocido el descrédito hacia la traducción de “para-exportar”. Nunca se dice en tono amable. Siempre con desprecio. Cuando se haga una lista de los peores insultos que se usan en el Buenos Aires de hoy, quizás debiera agregarse el “for-export”: Que te digan que fuiste a una milonga “for-export”, o que te compraste unos zapatos “for-export”, o que a tu novia sólo le gustan los shows “for-export”; son de esas ofensas que antes se solucionaban simplemente: con un facón.
En busca de respuestas, entonces, me fui al corazón del Abasto, a la Esquina Carlos Gardel, el local más tango-for-export de la ciudad.
Llego hasta ahí una noche de martes. Un tipo de abrigo largo te abre la puerta ceremoniosamente. Dos chicas vestidas con trajes de los años 20, onda foxtrot, te indican la mesa. Los platos del menú tienen nombres de tango. El personal se moviliza a tu mesa ante el más mínimo movimiento, mientras un video en pantalla gigante pasa un documental con la historia del 2x4.
-Es temporada baja, así que hay más que nada Latinoamericanos y algunos europeos y americanos. Pero no viene mucha gente- me dice la chica que atiende la mesa, y aunque a ella le parece poca gente, el sitio se ve con más público que cualquier milonga de la ciudad. Nunca estuve en un sitio de tangos con tanto público, y eso que la localidad más baja supera los 150 pesos. Incluida cena.
El show parte a las 10 de la noche. Por eso, te advierten que hagas tu pedido antes de esa hora. La idea es no interrumpir el espectáculo. Hasta que finalmente son las diez. Se apagan las luces. Apenas quedan las velas en cada mesa, y los flashes de los turistas.
Cuando se abre el telón una voz en off da la bienvenida en español e inglés. Unas máquinas sueltan humo falso y desde alguna parte del techo comienza a bajar un octeto de tango que retumba en todo el barrio. Una violinista de escote largo lidera con energía la agrupación de cuerdas y bandoneones, que se encargará de acompañar los diferentes números.
Los turistas no dejan de tomar fotos. Aunque, a decir verdad, por mucho que sea “for-export” creo que cualquier porteño aquí adentro se sorprendería con la puesta en escena. Por lo menos, eso entiendo de la exclamación que suelta una periodista porteña tras el primer número de baile:
-¡Que cacho de tango se bailó el chabón!
Los cuadros de bailes están cubiertos de espectacularidad. Los detractores llamarán “de circo”, y los defensores describirán “de ballet”. Entre los números de bailes aparece una mujer con voz de tambores que cantará Malena y otro par de tangos. Además, por supuesto, de un doble de Carlos Gardel.
La primera vez que aparece el doble de Carlos Gardel lo hace a oscuras, con una voz casi idéntica a la del Zorzal. Al rato, con los focos en su cara, veré que se trata de Rafael Rojas, un cantante chileno. Hace varios años, para la despedida de soltero de un amigo en Santiago, fuimos a una parrillada del centro de la ciudad donde apareció cantando “El Gardel Chileno”. Y aquí estamos ahora, en la Esquina Carlos Gardel.
Al terminar la noche “for-export”, el público se retira satisfecho. La mayoría se sube a esa fila de buses blancos que los espera en la puerta, y los devolverá a sus hoteles. Las chicas de traje foxtrot se quedan contando los billetes de la caja, mientras los músicos se despiden hasta mañana. Y entonces, aparecen nuevas preguntas ¿Todo lo que vi esta noche es completamente falso? ¿Quién decide qué tango es real? ¿Por qué será tan buen negocio lo "for-export"? ¿He cometido un delito al venir?...Tal vez, lo mejor sea que no le cuente a nadie que vi un espectáculo de tangos para turistas. Y mucho menos, que lo disfruté.
El tango favorito
Madrugada de un martes de milonga. El sitio es Viejo correo, un local frente al parque Centenario. En la puerta hay unos faroles amarillos y un estatua de Gardel en caricatura. Tres taxis estacionados esperan la salida de los milongueros. Jorge, un viejo cliente de la noche, me dice: “A los falsos conocedores del tango, los podés desenmascarar con una simple pregunta”. Y se lleva el cigarro a la boca.
Jorge tiene más de sesenta y, por lo que cuenta, pasó más parte de su vida en las milongas que en una oficina. Comenta con ojo clínico a las parejas que bailan y sigue el compás del tango con los dedos. Como toda persona que le gusta la noche, da consejos de vida. Y de tango:
-Es una pregunta fácil la que tenés que hacer- me recomienda.
El "Viejo correo" tiene una puerta blanca, angosta, que conduce a un salón largo. Con barra al costado y mesas alrededor de la pista. Hay clases casi todos los días, después de las cuales se desata la milonga.
-¿Qué pregunta?
-Tenés que preguntar: ¿Cuál es tu tango favorito? Y listo.... Mirá flaco, el asunto es así: hay tres o cuatro tangos que, si nombrás uno de esos, sos un tipo que sabe.
Una vez leí que Ciorán, que no tenía idea de tango, quedó enamorado de “Naranjo en flor”. O que Hirohito tenía de tango favorito “El entrerriano”. Y ahora último, veo que Almodóvar declara su amor planetario a “Volver”. Pero, ¿cuáles serán los tangos de los que saben?
-A mí me encanta “Mano a mano”, pero me imagino que no debe ser uno de los tres- le digo, sin siquiera mencionarle que apenas llevo tres clases de tango.
-“Mano a mano” le gusta a los que están aprendiendo- y lanza humo.
En el mundo del tango te miden el conocimiento cada minuto, en un orden raro donde todos se sienten dueños de las leyes. Un tajo en la cara te puede dar chapa de guapo, pero saber elegir tu tango favorito y tener una buena explicación para justificar la elección, te puede abrir más puertas que andar con un revólver en el bolsillo. No es fácil ser aceptado ¿Será por eso que las bailantas tienen muchísimo más público que las milongas?
-Vos pensá y pregunta. Ahora voy a bailar y en un rato te digo cuáles son esos tango- me dice, y se va de la mano de una rubia de labios rojos.
Antes de que vuelva, me quedo pensando cuáles podrán ser. Comienza a sonar “El firulete”, pero estoy casi seguro que ese tampoco clasifica. ¿Cuáles serán los que hay que decir?
Articulos varios
Juan Pablo Meneses
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